“El principal fin de la Transfiguración, enseña S. León Magno, era desterrar del alma de los discípulos el escándalo de la Cruz”. A esta interpretación, que es una constante en la enseñanza de la Iglesia, se une también S. Beda que, comentando este episodio del Evangelio de hoy, dice que el Señor permitió a Pedro, Santiago y Juan “gozar durante un tiempo muy corto de la contemplación de la felicidad que dura siempre, para hacerles sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad”.
S. Pedro no olvidará este consuelo con el que Jesús les preparaba para los amargos días de su Pasión y muerte y los sufrimientos que, más tarde, tendrían que arrostrar ellos también. Y así escribe a los primeros cristianos: “Cuando os dimos a conocer la venida en poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos inspirados por fantásticas leyendas, sino que fuimos testigos oculares de su grandeza.
Él recibió, en efecto, honor y gloria de Dios Padre cuando se escuchó sobre Él aquella sublime voz de Dios: Éste es mi hijo amado, en quien me complazco. Y ésta es la voz venida del cielo que nosotros escuchamos cuando estábamos con Él en el monte santo” (2 Pet 1,12-21).
Nosotros debemos aprovechar también esta revelación que la Iglesia coloca en el ecuador de la Cuaresma para que no nos domine la tristeza o la desesperación en los momentos duros de la vida. Cuando parece que todo se hunde o un proyecto en el que se ha empeñado la vida y por el que no se han ahorrado fatigas y disgustos se viene abajo, la certeza de que Dios tiene también un proyecto que engloba los nuestros, evitará el desaliento. En esta convicción se apoyaron siempre los santos y ella explica su serenidad, incluso su alegría, en medio de penalidades sin cuento.
No permitamos que la tormenta que oculta momentáneamente al sol, nos haga dudar que llegará el buen tiempo. También esa perturbación atmosférica cumple su función a la hora de la cosecha. En este episodio y ante la exclamación de Pedro: “Señor, qué bien se está aquí”, se nos informa que “no sabía lo que decía”. Fomentemos la visión sobrenatural y no suspiremos por una vida sin sobresaltos.
La historia es tarea y, a veces, está atravesada por el sufrimiento, pero hay que sobreponerse a él en la confianza de que entra en los planes de Dios.
“Éste es mi Hijo..., escuchadle”. Escuchar a Cristo, orar, es abrirse a la hondura del misterio del Tres veces Santo. Orar no es distraerse ni evadirse pidiendo a Dios que haga nuestro trabajo mientras nos sentamos a esperar. Orar es ponerse a la escucha y aprender que la Voluntad de Dios se cumple también en la adversidad.
Justo Luis
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