Desearía rendir homenaje a notables economistas, como Colin Clark o Alfred Sauvy, quienes dieron la batalla intelectual contra el mito maltusiano del crecimiento cero impulsado en los sesenta por el Club de Roma.
Pocos creyeron en ellos, ahogados por la espectacular propaganda que creó la gran amenaza de la explosión demográfica: un planeta, incapaz de alimentar a sus habitantes en un futuro cada vez más próximo. Clark y Sauvy creían en el ser humano y en su capacidad de resolver cuestiones, más aún cuando la población no era un problema, sino la solución.
La antigua crisis derivaría de la caída de la natalidad, con el envejecimiento de la población: un fenómeno entonces incipiente en algún país desarrollado, como Alemania, convertido hoy en un desastre mundial. Basten algunas muestras.
El caso más paradójico quizá se ha producido en la China, donde el todopoderoso partido comunista controla casi todo, mientras trata de que la economía no quede anquilosada abriéndola al mercado. Muchas críticas recibió la dictatorial política del hijo único, establecida en su día para limitar drásticamente el crecimiento de la población.
El problema actual deriva del efecto configurador de las mentalidades derivado de la legislación: así, ahora, cuando Pekín toma conciencia del efecto demoledor del envejecimiento demográfico, la sociedad se ha acostumbrado a tener un solo hijo e, incluso, a no tener ninguno. Están por ver los efectos sociales que se producirán con el cambio de política.
De momento, los datos del instituto de estadística oficial indican que el número de nacimientos ha llegado a su nivel más bajo desde 1949, con la excepción de 1961, año de hambruna: 14,65 millones de nacimientos en 2019, medio millón menos que en 2018.
En cambio, sigue creciendo el número de muertes: casi diez millones en 2019. A pesar de todo, la población total habría superado los 1.400 millones de habitantes. Aunque algunos sospechan que es otra práctica propagandística más de China, inquieta porque la India estaría a punto de superarla, a juicio de los demógrafos.
Al parecer, según algunos expertos, no coinciden los datos estadísticos con los censales: la población estaría disminuyendo. Y Pekín comienza a inquietarse ante la magnitud de los problemas sociales que se avecinan con el envejecimiento.
Las condiciones actuales no son favorables para la natalidad: alto costo de la educación, la vivienda y sanidad; déficit de guarderías y exiguas licencias de parentalidad; aumento de las tasas de divorcio, y de las mujeres que deciden casarse a una edad madura o, incluso, permanecer solteras.
El presidente Putin lleva más tiempo tratando de promover la tasa de natalidad con más ayudas para las familias.
En su discurso a la nación de mediados de enero, anunció un conjunto de planes para aumentar el nacimiento de niños en Rusia: más prestaciones para las parejas y madres jóvenes, ampliando el abanico de beneficiarios, ahora más bien centrado en las familias numerosas; asistencia social para los niños de entre tres y siete años de edad de familias de bajos ingresos; comidas escolares gratuitas en los primeros cuatro años de escuela.
El objetivo inmediato es elevar la tasa de natalidad de 1,5 niños por mujer a 1,7 en los próximos cuatro años. La población rusa desciende año tras año, aunque la tasa de 1,48 −superior a la de España, Italia o Grecia y Malta− supone un avance respecto de los 1,16 de 1999.
También en Francia se replantea el problema, agudizado por el clima de crispación ante el proyecto de reforma sobre jubilación y pensiones, aunque marcha en el grupo de cabeza europeo, con Suecia e Irlanda.
Pero la tasa de natalidad de 1,88 en 2019 sigue sin alcanzar la exigible para el relevo generacional. Francia es el segundo país más poblado de la Unión Europea, detrás de Alemania. Pero en los últimos años bajan los nacimientos −753.000 en 2019−, con una ligera desaceleración del 0,7% respecto del año anterior.
Y el Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED) confirma que la inmigración no resuelve el problema: sólo eleva la tasa de fecundidad nacional en 0,1 hijos. De otra parte, se prevé un mayor peso de los fallecimientos, porque llegan a la edad crítica los babybommers, que hará negativo el saldo natural.
La situación del país vecino es mucho mejor que la de otros países europeos, como Rumanía, Italia o España, con políticas familiares demasiado raquíticas para la magnitud de la situación. Sin duda, las ayudas económicas, la conciliación familia-trabajo, los beneficios fiscales y, sobre todo, laborales, pueden ayudar. Pero forzoso es reconocer que difícilmente esas políticas conseguirán superar el empobrecimiento derivado de años de cultura anti-familia y anti-vida, que paradójicamente continúa siendo promovida desde diversos comités y agencias de la ONU.
Salvador Bernal,
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