Parásitos es una película enorme. No por su producción, ni por su fotografía, ni por sus interpretaciones y, ni siquiera, por su montaje. Todos estos elementos son notables, pero lo que sobresale en Parásitos, lo que ha convertido este extraño título en un fenómeno para la crítica y el público, es la historia.
O, más en concreto, la feroz crítica que encierra una comedia negrísima. Parásitos es la hilarante aventura de una familia de impostores que empieza su carrera hacia el éxito con mentirijillas, trampas y corta-pegas de Google, y acaba en un abismo, en lo más hondo de un pozo que no parece tener fondo. Hasta aquí se puede contar sin spoiler, pero suena familiar, ¿verdad?
A pesar de su cruda violencia y de su descarnado e hiriente tratamiento de lo que es el ser humano y sus vínculos más fuertes (la familia o el matrimonio), Parásitos es una auténtica fábula moral, una de esas películas que funciona para el espectador como un espejo. En esto es en lo que no quiero convertirme.
Y todo empezó falsificando un documento con Photoshop y creando un perfil falso en Instagram. Lo dicho. ¿Moralizante? Sí. Mucho. Pero bendita moralina si salimos del cine divertidos, aleccionados y apaleados. Así que gracias, Bong Joon-ho. Y lo único: la próxima vez, también entendemos las cosas con alguna elipsis
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