El acontecimiento final de la vida de Jesús en forma humana es su admirable Ascensión a los Cielos donde es colocado por encima de “todo principado, potestad, fuerza y dominación..., por encima de todo nombre conocido, no sólo de este mundo sino del futuro” (2ª lect).
Es el triunfo merecido y justo de Jesús sobre sus enemigos así como un anticipo del nuestro. ¡Un hombre ha entrado ya en los cielos, la Cabeza de un gran Cuerpo cuyos miembros somos cada uno de nosotros! “Dios asciende entre aclamaciones... Pueblos batid palmas, aclamad a Dios. Tocad para Dios, tocad para nuestro Rey. Tocad con maestría. Dios reina sobre las naciones” (Salmo Resp.).
Antes de marcharse, el Señor convocó a los suyos en el monte de los olivos, esto es, donde había comenzado su dolorosa Pasión. Cristo quiso que los suyos compartieran su triunfo allí donde comenzó su aparente derrota. Es como si Jesús quisiera que comprendieran -también nosotros- que allí donde hay dolor, sufrimientos, allí el cristiano está construyendo la plataforma para dar su salto al Cielo.
Que Cristo eligiese el Monte de los Olivos, esto es, el lugar de la derrota para mostrar a sus discípulos su poder y su gloria subiendo a los Cielos, constituye una enseñanza más que el cristiano no debe olvidar. ¡En cuántas ocasiones nos dejamos llevar por el desaliento, la tristeza, el miedo al qué dirán o pensarán, cuando el camino presenta su vertiente menos grata o nos movemos en un clima moral adverso!
¡No olvidemos esta lección! Sí, a todos aquellos que lo están pasando mal por Jesucristo, Él les dice: “Dichosos seréis cuando os insulte y os persigan y digan de vosotros, mintiendo, toda clase de males..., alegraos porque vuestra recompensa será muy grande en los cielos” (Mt 5,11).
Esta glorificación de la Humanidad del Señor no es para admirarla y disfrutarla mano sobre mano.
Debemos anunciarla por todas partes como algo que concierne a todos. Antes de partir, Cristo dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos... Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Algo parecido les dicen los ángeles: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Ellos volvieron a Jerusalén “desde el Monte de los Olivos” y “marcharon a predicar por todas partes” (Mc 16,20).
Hoy es un día muy grande. Hoy Cristo nos ha abierto las puertas del cielo al elevar victoriosamente su Humanidad Santísima a la gloria del Padre a la vista de los suyos en el escenario de su aparente derrota. "Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios".
También nosotros nos unimos a esa alegría por el triunfo del Señor, preludio del nuestro porque somos miembros de su Cuerpo, y, como los discípulos, alabamos a Dios pensando: "No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor" (S. 117).
Texto del Evangelio (Mt 28,16-20): En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
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