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domingo, 19 de julio de 2020

El día del Señor: domingo 16º del T.O. (A)

La parábola es clara: hasta el último momento de nuestra vida en la tierra el Señor no se cansa de golpear cariñosamente nuestro corazón ofreciéndonos la Verdad, la Felicidad, su Misericordia. Y eso lo hace con todos, sin excluir a nadie. La pandemia es momento oportuno para abrirnos a ella. Acompaño mis reflexiones.
Jesucristo habla del campo en el que la cizaña ha despuntado junto al trigo y explica a sus discípulos el porqué del mal. El sueño de la pereza ha sido aprovechado por el enemigo de Dios y del hombre. Ante el ofrecimiento de arrancar esa mala hierba, Jesús responde que no, no sea que un celo mal orientado destruya también el trigo. 

Hay aquí una llamada a no descalificar a nadie, a evitar que una visión maniquea animada de buena intención pero que divide equivocadamente a las personas en buenas y malas, organice un destrozo. “Dejad que crezcan hasta la siega”, dice Jesús, porque el que juzga es el Señor” (1 Cor 4,4 y 5).
A nosotros toca seguir trabajando en el campo, que es el mundo, sin visiones catastrofistas ni partidistas, aunque sin olvidar que dentro de “este campo de Dios que es la tierra, que es heredad de Cristo, ha brotado cizaña: no sólo cizaña, ¡abundancia de cizaña! No podemos dejarnos engañar por el mito del progreso perenne e irreversible. 
El progreso rectamente ordenado es bueno, y Dios lo quiere. Pero se pondera más ese otro falso progreso, que ciega los ojos a tanta gente, porque con frecuencia no percibe que la humanidad, en alguno de sus pasos, vuelve atrás y pierde lo que antes había conquistado” (S. Josemaría Escrivá).
Al explicar la causa, a instancias de sus discípulos, de la aparición de la cizaña, Jesús pide paciencia y dice que habrá un Juicio al final de los tiempos en el que los ángeles separarán a los buenos de los malos. Sí, llegará un momento en que aparecerá con toda claridad la vigencia de la vida cristiana: lo que es trigo limpio y lo que es cizaña. 
Las personales concepciones del mundo o la ironía y el rechazo de quienes estimaron ingenua o insensata la vida cristiana, tendrán su castigo: el resultado de sus propias obras. No ver a Dios, que es en lo que consiste esencialmente el Infierno y la desesperación que esta pérdida lleva consigo. 
No esperar ver a Dios en esta vida es llevadero, porque los bienes de este mundo, que son un reflejo de la Bondad de Dios, pueden hacer llevadera esa ausencia. Pero en la otra vida no existe bien alguno que no sea Dios mismo. Quien no haya querido cuentas con Dios tendrá lo que se ha propuesto: no ver a Dios.
Hay quienes sostienen que el infierno es tan sólo un recurso de la pedagogía divina encaminado a que el hombre no se convierta en un lobo para los otros hombres, ya que un castigo semejante estaría en contraste con la infinita clemencia divina. Pero esta afirmación no tiene ningún apoyo en la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia. Habría que arrancar páginas enteras del Evangelio o manipularlo sacrílegamente, para no enterarse que existe el Infierno y que es terrible.
Las enseñanzas de Jesús arrojan una luz que explica el mal en el mundo y en el corazón de los hombres cuando éstos descuidan la vigilancia sobre la semilla de eternidad que Él ha sembrado; son también una invitación  a la esperanza de que Dios hará que el bien se imponga al final sobre el mal; una advertencia a poner freno a las inclinaciones desordenadas de nuestra naturaleza; y un estímulo para ser fieles a Jesucristo “los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,24-43):

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. 
Entonces fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero."»
Les propuso esta otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»

Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente.»
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré los secretos desde la fundación del mundo.»

Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.»

Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará sus ángeles y arrancarán de su reino a todos los corruptos y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su padre. El que tenga oídos, que oiga.»

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