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sábado, 11 de julio de 2020

El día del Señor: domingo 15º del T.O. (A)

El Señor es el sembrador. Nos envía una semilla extraordinaria: su palabra y su Presencia. Es momento de mejorar nuestras disposiciones para ser esa buena tierra que se llene de esperanza y la difunda por doquier en estos momentos de pandemia. Os acompaño mis reflexiones.
La Liturgia de la Palabra de este Domingo está impregnada de optimismo por el éxito de la obra redentora de Cristo, y que la Iglesia continúa en el tiempo hasta que de nuevo Cristo vuelva.
 Tanto la 1ª Lectura, en la que el segundo Isaías conforta a los israelitas desterrados de Babilonia; como la 2ª, en que S. Pablo habla de la expectación de la creación entera que aguarda la manifestación de los hijos de Dios que sufren la esclavitud del pecado; como la abundante cosecha de la tierra buena que compensa con creces lo que se perdió en el pedregal y los espinos, nos animan a confiar en el éxito de todos nuestros desvelos. 
También el Salmo Responsorial participa de idéntico optimismo: “la acequia de Dios va llena de agua..., coronas el año con tus bienes”.
El Reino de Dios que Jesús vino a instaurar, encontró una fuerte repulsa en el judaísmo de su tiempo, lo encontró también el cristianismo naciente, y lo sigue encontrando hoy. 
Con la parábola del sembrador, Jesús nos propone la fe y la generosidad del sembrador al esparcir la semilla de la doctrina que, aunque puede dar un fruto dispar e incluso no darlo, pues su fecundidad depende de donde caiga, está destinada a proporcionar una espléndida cosecha.
El Señor quiere asociarnos a esta siembra de paz, de alegría, de mutuo respeto..., de amor a Dios y a todas las criaturas, a través del ejemplo, la palabra y la confianza con la que el sembrador arroja la semilla al surco. 
Él no ignora los hielos y la sequía, el azote del viento, del granizo y las plagas que pueden hacer estéril su trabajo. Pero no ignora tampoco, que sin la siembra, los campos no producen más que malas hierbas. 
Los padres de familia, los educadores, los sacerdotes..., los que de un modo u otro quieren inculcar los valores cristianos, han de mantener vivo el optimismo sobrenatural porque “los que en Ti esperan, Señor, no quedarán defraudados” (S. 24,3). Pidamos al Señor que nos aumente la fe, para que la indiferencia del camino, el ánimo mal dispuesto del pedregal y los espinos, no maten la esperanza de una abundante cosecha.

Pero no olvidemos que ese campo donde la semilla cae generosamente, somos también nosotros. La semilla es en sí misma fecunda pero el resultado de la recolección es desigual. ¿Por qué la acción de Dios en las almas produce efectos tan dispares? Es el misterio de la Vida divina y la libertad humana. 
Las palabras de Jesús revelan con toda su fuerza la responsabilidad de cada uno a disponerse bien para aceptar y corresponder a los dones divinos. El Maestro, valiéndose de la imagen de la dureza del camino y del pedregal, del daño de las zarzas y los espinos, nos advierte del peligro de que la Buena Nueva no fructifique en nosotros.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,1-23):

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»

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