No diré que Rémi Brague no necesita presentación. Pero casi. Catedrático de La Sorbona y en Múnich titular de la “Cátedra Guardini”, especialista en filosofía medieval, Premio Ratzinger, entre otros, es uno de los intelectuales católicos vivos.
Uno de los grandes conocedores de Aristóteles, por cierto. Su obra, la trilogía maior y la trilogía minor, es clave para tener un mínimo bagaje cultural cristiano. Maior: “La Sabiduría del Mundo: historia de la experiencia humana del universo”, 1999; “La Ley de Dios: historia filosófica de una alianza”, 2005; y “El Reino del Hombre: génesis y fracaso del proyecto moderno”, 2015.
Minor, bueno, relativamente menor: “Introducción al Mundo Griego: estudios de historia de la filosofía”, 2005; “En Medio de la Edad Media: filosofías medievales en cristiandad, judaísmo e Islam”, 2006; y “Moderadamente Moderno”, 2014.
Corpus intelectual
No me puedo olvidar de otro clásico suyo: “Europa, la vía romana”, (1992) Y, de nuevo, un libro que viene a ser la síntesis de su pensamiento. Es cierto que en éste, que ahora nos ocupa, se resume su corpus intelectual. Pero también nos encontramos con la frescura que supone que, con no poca ironía y no poco sentido del humor, va desgranando y sacando conclusiones a tesis que ya había asentado anteriormente.
Seré breve en las ideas del libro desarrolladas en nueve capítulos dedicados a: El fracaso del proyecto moderno; El ateísmo con la soga la cuello; La necesidad del Bien; Naturaleza; Libertad y creación; La cultura como subproducto; ¿Valores o virtudes?; La familia; y La civilización como conversación. Elocuentes títulos para más que elocuentes ideas que conforman un proyecto de regeneración de la civilización, al fin y al cabo.
Autodeterminación del hombre
Atentos a la siguiente propuesta. Brague considera que el proyecto moderno es el de una pura y absoluta autodeterminación del hombre. Pero añade que este proyecto no es solo, como piensa Habermas, un proyecto inacabado, sino que es realmente un proyecto fracasado. ¿Por qué? Porque el proyecto moderno, que pretende denodadamente conseguir para todos los seres humanos muchas cosas buenas, no encuentra sin embargo razones suficientes para saber previamente si es bueno o no que haya hombres, ni por qué.
Y, sin embargo, hoy más que nunca necesita saberlo, pues la posibilidad de su propia aniquilación mediante la energía atómica y el arma nuclear, la devastación del medio ambiente por la actividad industrial, o la supresión de la natalidad con la anticoncepción química hallan hoy más que nunca en sus potentes manos.
Tengo que confesarles que tuve la suerte de preguntar, en la presentación española del libro, a Rémi Brague sobre un aspecto que me surgió de la lectura del libro.
Pregunta a Brague
Me van a perdonar que les reproduzca literalmente la conversación tal cual ocurrió.
“Pregunta: Profesor Brague. Disculpe la pregunta que puede sonar endogámica. Estoy de acuerdo en su propuesta de conversación para recuperar estas ideas civilizatorias que usted propone. Pero, cuando leía el libro, me iba preguntando: ¿Y cómo persuadir, comunicar eficazmente, este proyecto a nuestros contemporáneos? ¿Cómo convencerles de que esto, la familia así entendida, la concepción del bien, la afirmación de un Creador, etc. es muy importante, y lo más importante, para su vida? Sabiendo además que el proyecto moderno ha invertido mucho en comunicar esa destrucción implícita haciéndolo de forma que parezca lo contrario. Incluso como espectáculo. Tenemos un problema a la hora de, en el espacio público, hacer nuestras ideas viables. ¿Cómo podemos ir dando pasos?
Selección cultural
Respuesta: No tiene Vd que disculparse para una pregunta muy interesante.
Yo diría antes de todo, la realidad misma trabaja para nosotros. Podría yo decir, no sin un poquito de frescura, y como provocador, que nos hallamos frente a una situación a la Darwin, es decir, un problema de selección. Darwin hablaba de selección natural. Solo es capaz de reproducirse, luego de sobrevivir, una especie “apta” (survival of the fittest). Dice “fit”, una palabra inglesa que tiene un sinfín de sentidos. Habla de “selección natural”. Ahora bien, en el caso del ser humano, lo natural no es la naturaleza desnuda, reducida a su dimensión biológica. Lo natural en el hombre no es meramente biológico, sino también cultural. El ejemplo central, y el fundamento de toda humanidad, es el lenguaje. Nacemos con los órganos vocales, pero tenemos que aprender nuestra lengua materna recibiéndola de nos padres y antepasados. Solo a través de la cultura puede llegar el hombre al desarrollo integral de lo que es, es decir, realizar su naturaleza.
Por eso, la selección a la cual pienso se podría llamar una selección cultural. El problema que se plantea es: ¿Cuál tipo de hombre, cuál modelo de sociedad estará capaz de sobrevivir a los retos de nuestra modernidad? Yo tengo dicho que toda nuestra cosmovisión moderna, con el modelo del hombre y de la vida social que trae consigo, a largo plazo, impide la supervivencia de la humanidad. ¿Porque? Porque carece de razones de seguir transmitiendo la vida. A la postre, yo podría decir, con sinvergüenza, que solo hay que esperar hasta que se haga añicos el mundo moderno y que sobrenaden en una especie de arca de Noé las formas de creencia y de práctica cultural que permiten la continuación de la vida.
Sin embargo, eso no es mi respuesta definitiva. Por dos motivos. Antes de todo, el cinismo no es precisamente una actitud cristiana. Además, puesto que la naturaleza del hombre es cultural, la salvación no puede venir de otro sitio que de la cultura misma. Y aquí está su pregunta. La respuesta resulta al mismo tiempo sencilla y difícil. Lo único que podemos hacer es hablar, escribir, gritar, hacer todo lo que podemos para advertir a la gente. Tenemos que hacerlo con afán, y sobre todo de un modo inteligente. Por lo que se refiere al posible éxito de nuestro empeño, todo está en las manos de Dios”.
Manicomio de verdades
Rémi Brague
Encuentro
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