Durante cuarenta días la Iglesia nos ha ido preparando para el acontecimiento culminante de nuestra salvación: el Triduo Pascual. Es hora de despertar al asombro ante la inmensidad del Amor de Dios que se entrega por nosotros. Acompaño mis reflexiones.
La Cena Eucarística es la Nueva y Eterna Alianza que sustituye a la del Antiguo Testamento. Es un Jueves Santo rebosante de contenido: la institución de la Eucaristía, el sacerdocio ministerial, el amor hecho de servicio a todos los hombres, la comunidad eclesial.
La celebración de esta tarde enlaza con aquel Jueves en que Cristo se reúne con sus discípulos más íntimos. El misterio de la Presencia de Cristo en la mesa de este altar, mirándonos, oyéndonos y al que adoramos con profunda reverencia, une estos dos Jueves. El misterio elimina el tiempo y nos permite estar también con el Señor. En aquel Jueves sucedieron muchas cosas. Jesús había deseado ardientemente que llegara ese momento.
Ante la inoportuna discusión por parte de los discípulos sobre quién sería el primero en el Reino, Jesús hizo ese servicio sorprendente de lavarles los pies uno a uno. Ese gesto escandalizó a Pedro porque ésta era una tarea de esclavos. Fue una lección inolvidable. Les habló con una ternura inmensa: "Hijitos...", les dice con cariñoso diminutivo. Les pide que se amen como Él les ha amado y realiza el prodigio de la Eucaristía. Se podría resumir la densidad y riqueza de esas horas con estas palabras de S. Juan: "los amó hasta el fin".
"Es una cena testamentaria; afectuosa e inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Se echa la muerte encima, con inauditos presagios de traición, de abandono, de inmolación; la conversación se apaga enseguida, mientras la palabra de Jesús fluye continua, nueva, extremadamente dulce, tensa en confidencias supremas, cerniéndose así entre la vida y la muerte" (Pablo VI, Hom. Misa Jueves Santo 1975).
El contraste entre el amor de Cristo en esta tarde y la traición de Judas que va a encabezar a los enemigos del Señor vendiéndolo por 30 monedas; la discusión de los suyos sobre la primacía en el Reino; el sueño de los tres más allegados a Jesús en Getsemaní; la huida de todos y las negaciones de Pedro, da a estos momentos una grandeza insuperable.
El Evangelio pone justamente de relieve este contraste: "Sabiendo Jesús que había llegado la hora..., comenzó a lavar los pies de los discípulos". El Maestro les dijo: "Entendéis lo que he hecho con vosotros...". Es decir, la entrega servicial y el amor a los demás no deben detenerse ante nada ni ante nadie, ni siquiera ante la muerte por atroz e infamante que sea, porque ahí se demuestra el amor más grande.
Hoy es un día apropiado para meditar cómo estamos correspondiendo a ese amor del Señor; qué amor tenemos a la Eucaristía y cómo preparamos la Comunión; si nos esforzamos por hacer del día y de nuestra vida una Misa, esto es, una entrega a Dios y a los demás; si menudean las visitas al Sagrario en la medida en que nuestras obligaciones lo permitan.
En aquel Jueves que se hace presente aquí, esta tarde, Jesús anticipó sacramentalmente el Sacrificio del Calvario. Esa muerte tenía un marcado carácter de expiación, de redención por los pecados del mundo. ¡Cuántas oraciones hay en la Santa Misa que están travesadas por esta petición de perdón! Yo, ¿las hago mías? "Señor, ten piedad... Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros, porque sólo Tú eres santo", ¡nosotros hacemos aquí lo que podemos! ¿Arrancan estas oraciones de los estratos más hondos del corazón o se ha introducido la rutina?; "acepta, Señor, en tu Bondad, esta ofrenda... líbranos de la condenación eterna y cuéntanos en el número de tus elegidos". "Señor Jesucristo que dijiste a tus apóstoles: la paz os dejo mi paz os doy, no tengas en cuenta nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia...", ¡Y tantas otras!
Luego llega la Comunión que le pedimos sea ardiente, como la suya en la Última Cena ¿Nos hemos preguntado cómo serían las Comuniones de la Virgen cuando San Juan celebraba la Eucaristía y Ella se acercaba para recibir al que había llevado en su seno virginal y traído a este mundo? Vale la pena meditarlo y rogarle que nos alcance del Señor algo de esa pureza, humildad y devoción suya.
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://lacrestadelaola2028.blogspot.com/
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