En la Iglesia, las dimensiones jerárquica y carismática son inseparables, y se complementan. Así se comprueba también en el caso del Opus Dei. Lo pone de manifiesto nuevamente el reciente motu proprio “Ad charisma tuendum”, con el que el Papa Francisco desea promover la misión que el Opus Dei realiza en la Iglesia. El autor, un conocido canonista, comenta este aspecto.
La dimensión institucional y la carismática son dos dimensiones que es posible distinguir, sin confundirlas. A la vez, son necesarias para la vida de la Iglesia y complementarias entre ellas.
No existe una Iglesia que no sea jerárquica, fundada en los Apóstoles y gobernada por sus sucesores, y que a la vez no sea carismática. No existe una Iglesia jerárquica y otra “del Pueblo”.
Tampoco existe una Iglesia que sea únicamente jerárquica, sin ser al mismo tiempo carismática.
En efecto, los carismas dados por el Espíritu Santo han sido una realidad en la Iglesia desde su fundación. Basta leer las cartas de san Pablo para entender que existe una gran variedad de dones del Espíritu, para la utilidad y el bien de la Iglesia; unos son de la autoridad, y otros de los fieles (como se puede ver, por ejemplo, en 1 Cor 12, 28, y 1 Cor 14, 27-28).
Los dones que recibían los bautizados en la comunidad cristiana eran en cada caso dones de diversa entidad y contenido. Pero no eran para el beneficio individual, sino para el bien de la comunidad. Por eso, su ejercicio debe ser ordenado, ya que son para la edificación, no para la destrucción.
Constatando esta realidad, el Concilio Vaticano II ha subrayado que el Espíritu Santo provee y gobierna la Iglesia con dones jerárquicos y carismáticos. Como señala la Constitución Lumen gentium, n. 4, “el Espíritu Santo (…) guía la Iglesia a toda la verdad (cfr. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22)”.
Las dimensiones jerárquica y carismática en los últimos Romanos Pontífices
Esta presencia del Espíritu Santo ha sido valorada especialmente por los últimos Romanos Pontífices. Una aportación clara de Juan Pablo II, al referirse a la presencia de nuevos grupos dotados de un notable empuje carismático y evangelizador, era destacar que los dones del Espíritu son esenciales para la Iglesia.
Así, decía: “En varias ocasiones he subrayado que no existe contraste o contraposición en la Iglesia entre la dimensión institucional y la dimensión carismática, de la que los movimientos son una expresión significativa. Ambas son igualmente esenciales para la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús, porque contribuyen a hacer presente el misterio de Cristo y su obra salvífica en el mundo” (Mensaje a los participantes al Congreso mundial de los Movimientos eclesiales, 27 de mayo de 1998, n. 5). Si son coesenciales, quiere decir que pertenecen a la naturaleza y al ser de la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI por su parte, precisó cómo se conjugan y relacionan ambas dimensiones: “En la Iglesia también las instituciones esenciales son carismáticas y, por otra parte, los carismas deben institucionalizarse de un modo u otro para tener coherencia y continuidad. Así ambas dimensiones, suscitadas por el mismo Espíritu Santo para el mismo Cuerpo de Cristo, concurren juntas para hacer presente el misterio y la obra salvífica de Cristo en el mundo” (Discurso a la Fraternidad de Comunión y Liberación en el XXV aniversario de su reconocimiento pontificio, 24 de marzo de 2007).
Son dos dimensiones que se entrelazan, que se complementan, que están siempre presentes, con mayor o menor intensidad. Cómo no recordar que, unido a la figura del Romano Pontífice, está el carisma de la infalibilidad; que quien es sucesor de los Apóstoles recibe los dones del Espíritu para gobernar y guiar la Iglesia, y que entre estos dones está el discernimiento sobre la autenticidad de los carismas (como señaló la Congregación para la Doctrina de la Fe en el n. 8 de la Carta Iuvenescit Ecclesia, de 15 mayo de 2016, “el mismo Espíritu da a la jerarquía de la Iglesia, la capacidad de discernir los carismas auténticos, para recibirlos con alegría y gratitud, para promoverlos con generosidad y acompañarlos con paterna vigilancia”; se trata de un don recibido para el bien de todo el Pueblo de Dios).
El Papa Francisco ha puesto también de manifiesto la armonía entre ambas dimensiones: “Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento” (homilía en la Vigilia de Pentecostés con los movimientos eclesiales, 19 de mayo de 2013), y ha destacado cómo los carismas nacen y florecen en las comunidades cristianas: “Es en el seno de la comunidad donde brotan y florecen los dones con los cuales nos colma el Padre; y es en el seno de la comunidad donde se aprende a reconocerlos como un signo de su amor por todos sus hijos”. Siempre son eclesiales, y están al servicio de la Iglesia y de sus miembros.
En la carta Iuvenescit Ecclesia, de 2016, la Congregación para la Doctrina de la Fe afirma: “En última instancia, es posible reconocer una convergencia del reciente Magisterio eclesial sobre la co-esencialidad entre los dones jerárquicos y carismáticos. Su oposición, así como su yuxtaposición, sería signo de una comprensión errónea o insuficiente de la acción del Espíritu Santo en la vida y misión de la Iglesia”.
La complementariedad entre jerarquía y carisma, en el caso del Opus Dei
En el reciente motu proprio Ad charisma tuendum, de 22 de julio de 2022, el Papa Francisco ha vuelto a poner de relieve la complementariedad de los dones jerárquicos y carismáticos. En efecto, la Prelatura del Opus Dei fue constituida por Juan Pablo II, con la Constitución apostólica Ut sit, para llevar a cabo un fin propio de estos entes jerárquicos: la realización de peculiares obras pastorales (la otra finalidad es la de contribuir a la distribución del clero: decreto Presbyterorum Ordinis, n. 8; Código de Derecho Canónico, canon 294).
Como recuerda el Papa Francisco en el Proemio del motu proprio, el Opus Dei tiene una tarea peculiar en la misión evangelizadora de la Iglesia: vivir y difundir el don del Espíritu recibido por san Josemaría, que no es otro que difundir la llamada a la santidad en el mundo, a través de la santificación del trabajo y de las tareas familiares y sociales del cristiano.
Para alcanzar esta finalidad de difundir la vocación universal a la santidad, que no es una tarea exclusiva del Opus Dei, sino de toda la Iglesia (cfr. Lumen gentium, n. 11, y Francisco, encíclica Exsultate et gaudete, de 19 marzo de 2018), la jerarquía ha creado una Prelatura, presentando un modelo real y práctico de vivir esa santidad en medio del mundo.
En efecto, el camino abierto por Espíritu Santo el 2 de octubre de 1928, fecha de la fundación del Opus Dei, ha dado frutos de santidad entre fieles variadísimos: hombres y mujeres, casados y célibes, laicos y clérigos. De hecho, entre los fieles de la Obra algunos han alcanzado la gloria de los altares: san Josemaría, el beato Álvaro del Portillo y la beata Guadalupe Ortiz de Landázuri. El Opus Dei es, en efecto, un ejemplo posible y real de santidad en el mundo.
A su vez, la Santa Sede llevó a cabo un discernimiento sobre el carisma del Opus Dei, dando su aprobación en diversos momentos de su historia (cfr. J.L. Illanes, A. De Fuenmayor, V. Gómez Iglesias, “El itinerario jurídico del Opus Dei: historia y defensa de un carisma”, Pamplona 1989), y en 1982 concluyó que debía ser configurado como Prelatura Personal, configuración que ha sido confirmada por el Papa Francisco en el motu proprio (que a la vez modifica algunos artículos de la Constitución Apostólica Ut sit, en los puntos en los que se especifica la relación con la Santa Sede: artículos 5 y 6).
Dos dimensiones en una misma realidad
Es normal que, ante los dones carismáticos y jerárquicos, la tendencia sea pensar que los depositarios de unos y otros son personas diversas.
En este caso, encontramos un ente que es jerárquico (su guía es un Prelado, que actúa con la colaboración necesaria de un presbiterio y de fieles laicos como miembros: cfr. cánones 294 y 296, y Juan Pablo II, Constitución Apostólica Ut sit, artículos 3 y 4), y a la vez carismático: tiene que vivir y difundir ese carisma. Todos sus miembros han recibido la llamada de Dios a ser santos encarnando el espíritu que Dios dio al fundador de la Obra.
Constituye, pues, un ejemplo de ente en que el que la complementariedad entre dones jerárquicos y carismáticos se hace palpable en una misma realidad. Toda realidad carismática tiene una relación con la función de la jerarquía. En este caso, aparte de la normal relación con la autoridad, que ha decretado la autenticidad del carisma y que siempre acompaña ese carisma vivo que tiene sus desarrollos en la historia, se añaden algunos aspectos peculiares, como el que acabo de indicar: una Prelatura con un Pastor, con un presbiterio y con laicos destinada a difundir un carisma al servicio del Pueblo de Dios.
Rector de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, Profesor de Derecho de la Persona, Consultor del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.
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