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sábado, 23 de julio de 2022

El día del Señor: domingo 17º del T.O. (C)

En la oración nos encontramos con Dios y nos llenamos de esperanza: Él nos escucha y atiende siempre. Acompaño mis reflexiones. 

¡"Dios sensible al corazón", escribió Pascal; dejándose conmover por las súplicas de Abrahán! ¡Dios que nos ha dado toda clase de seguridades en la oración, afirmando que si un padre no daría una piedra a un hijo suyo que le pidiera pan -y los hombres somos malos- cuánto más el "Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden"! Nadie nos hace tanto caso ni puede ayudarnos más eficazmente que el Señor. 
"Todo el que pide recibe", Jesús no hace restricciones. S. Agustín enseña que nuestra oración no siempre es atendida porque pedimos "aut mali, aut male, aut mala". "Mali": porque somos malos; "Male": porque pedimos mal, sin constancia y sin fe; "Mala": porque pedimos cosas malas, que no nos convienen, y Dios, como un buen padre a un hijo inconsciente, no las otorga. 

 Hay una sola cosa que no podemos lograr en la oración, y es: la que no hayamos pedido con fe. Si lo que pedimos entra en los planes de Dios y conviene a nuestra alma, si pedimos pan y no piedras, el Señor nos lo concederá cuando Él quiera y como Él quiera; porque Dios da siempre lo que es bueno a quienes se lo piden. "Quien sabe todo lo que sufrís y lo puede impedir -enseña S. Juan Crisóstomo- si no lo impide es evidente que por providencia y cuidado de vosotros no lo impide". 

 Debemos orar sin desanimarnos aunque nos parezca que, a pesar del tiempo que llevamos suplicando a Dios, la ayuda esperada no llega o es insuficiente. No importa. Después de cada fracaso -cuando se trate de pedir el desarraigar un defecto o la adquisición de una virtud-, pedir perdón, levantar el ánimo y volver a intentarlo de nuevo. A menudo lo que Dios nos otorga primero no es la virtud sino el volver a intentarlo una y otra vez. 

Así nos cura de nuestra suficiencia y nos enseña a depender de Él. Dios nos escucha siempre, pero cuando usamos las mismas palabras que Él nos indicó, con más motivo. S. Agustín aseguraba que la oración del Padrenuestro es tan perfecta, que, en pocas palabras, se encierra todo lo que el hombre debe pedir a Dios. El "Padrenuestro" es, sin duda, la oración más comentada de toda la Sagrada Escritura. 

Lo primero, es dirigirse a Dios como “Padre” porque somos hijos de Dios. La consideración de nuestra filiación divina establece el tono apropiado a la oración, que no es otra cosa que un diálogo confiado de un hijo con un padre que lo ama con ternura.

Jesús, el Hijo que habla con su Padre, comparte con sus discípulos y con nosotros, los sentimientos que lleva en lo más profundo de su corazón y que son el tema de su oración y de la nuestra. Primero, “santificado sea tu Nombre”. Dios no necesita que se lo recordemos, pero a nosotros nos viene muy bien reconocerlo, para no olvidarnos de donde está la fuente y el origen de toda santidad. Después añade “venga tu Reino”, esto es, el deseo de que Dios reine en todas las almas para que sean felices y se salven. También en este caso, Él es el primer interesado en que esto sea una realidad, pero cuenta con nuestra insistencia y con que pongamos los medios para ayudarle a reinar en todos los corazones y en el mundo.

Sugiere, a continuación, realizar tres peticiones para implorar lo que más necesitamos para el presente, relativo al pasado y en orden al futuro.

Primero: “Sigue dándonos cada día nuestro pan cotidiano” (v. 3). Solicitamos a Dios el alimento diario de cada jornada, la posesión austera de lo necesario, lejos de la opulencia y de la miseria (cfr. Pr 30,8). Los Santos Padres han visto en el pan que se pide aquí no sólo el alimento material, sino también la Eucaristía, sin la cual no podemos vivir como verdaderos cristianos. La Iglesia nos lo ofrece diariamente en la Santa Misa, ¡ojalá aprendiéramos a valorarlo y a encontrar ahí la fortaleza para todo nuestro día!

En la segunda petición de esta serie, “perdónanos nuestros pecados, puesto que también nosotros perdonamos a todo el que nos debe” (v. 4), imploramos que descargue nuestra conciencia de todo lo que la oprime. El Señor sabe que somos débiles. Por eso nos invita a ser sencillos para reconocer nuestros errores, limitaciones y pecados, a pedir perdón, y a desagraviar por ellos con mucho amor.

Por último, Jesús nos sugiere pedir a Dios que no nos ponga en tentación (cfr. v. 4). ¿Qué queremos decir exactamente al realizar esa petición? Es como un desahogo filial de un hijo que abre su corazón al Padre. Benedicto XVI comenta que en esa petición decimos a Dios: “Sé que necesito pruebas para que mi ser se purifique. Si dispones esas pruebas sobre mí, si –como en el caso de Job– das una cierta libertad al Maligno, entonces piensa, por favor, en lo limitado de mis fuerzas. No me creas demasiado capaz. Establece unos límites que no sean excesivos, dentro de los cuales puedo ser tentado, y mantente cerca con tu mano protectora cuando la prueba sea desmedidamente ardua para mí (…) Pronunciamos esta petición con la confiada certeza que san Pablo nos ofrece en sus palabras: ‘Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; al contrario, con la tentación os dará fuerzas suficientes para resistir a ella’ (1Co 10, 13)”


Los Padres y los grandes escritores de la Iglesia nos han ofrecido explicaciones llenas de sabiduría y piedad. Juan Pablo II dice que: "Hay en ella una sencillez tal, que hasta un niño la aprende, y a la vez una profundidad tal, que se puede consumir una vida entera meditando el sentido de cada palabra". "Quien no hace oración, no necesita demonio que le tiente, decía Sta Teresa, en tanto que quien tiene un cuarto de hora al día, necesariamente se salva".

Y sucedió que cuando hacía oración en cierto lugar, al terminarla, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». El les respondió: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino; nuestro pan cotidiano dánosle cada día; y perdónanos nuestros pecados, puesto que también nosotros perdonamos a todo el que nos debe; y no nos dejes caer en la tentación». Y les dijo: «¿Quién de vosotros que tenga un amigo, y acuda a él a media noche y le diga: "Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío me ha llegado de viaje y no tengo qué ofrecerle", le responderá desde dentro: "No me molestes, ya está cerrada la puerta; yo y los míos estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos?". Os digo que, si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos por su importunidad se levantará para darle cuanto necesite». Así, pues, yo os digo: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se le abrirá; porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y a quien llama, se le abrirá. Pues, ¿qué padre habrá entre vosotros a quien si el hijo le pide un pez, en lugar de un pez le dé una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dé un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lucas 11,1-13). 

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