Entrevistamos a Gabriella Gambino, organizadora del EMF. 2.000 personas de 120 países de todo el mundo han participado en Roma del X Encuentro Mundial de las Familias bajo el lema “El amor familiar: vocación y camino de santidad”
Fuente: omnesmag.com
El Encuentro Mundial de las Familias que ha tenido lugar en Roma (del 22 al 26 de junio), ha supuesto un oasis de esperanza para la familia y una mirada de optimismo hacia el futuro. Unos dos mil delegados elegidos por las Conferencias Episcopales, los Sínodos de las Iglesias Orientales y las realidades eclesiales internacionales, han viajado a Roma para participar en el encuentro.
Formación y acompañamiento parecen ser las palabras claves del encuentro de este año. El Papa Francisco ha querido que sirviera como colofón al año Amoris Laetitia proclamado por el Pontífice hace justo un año.
Llevamos tiempo escuchando que es esencial la preparación al matrimonio, con especial insistencia en la importancia de la preparación remota. Al mismo tiempo, haber nacido en una familia cristiana y tener unos valores familiares más o menos asentados no asegura el éxito matrimonial. Los matrimonios que atraviesan dificultades y, muchas veces terminan por romperse, no son sólo los no creyentes sino personas que podríamos decir de Iglesia.
Gabriella Gambino es la subsecretaria en el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y principal organizadora del evento. Explica para Omnes algunas claves del Encuentro Mundial de las Familias:
¿No basta conocer la teoría sobre el matrimonio y la relación de pareja para que un matrimonio perdure? ¿Cree que sería necesario concienciar mejor a los jóvenes de la necesidad de prepararse para esa nueva aventura?
Creo que un punto esencial en la preparación al matrimonio es poder escuchar el testimonio de otros matrimonios que viven ya la vida conyugal. Conocen las dificultades y han aprendido también las estrategias para conseguir aprovechar la gracia del sacramento del matrimonio. El sacramento cristiano marca la diferencia entre un matrimonio civil y uno canónico: En uno se encuentra la presencia de Cristo entre los esposos. Y antes del matrimonio, nadie conoce esta presencia. Es una belleza, un regalo, que sólo se puede experimentar con el matrimonio mismo.
Pero como novios, hay que formarse para ello, poniendo a Cristo en el centro de la propia vida. Hay que saber escuchar y aprender a captar precisamente los signos de su presencia en nuestra vida cotidiana concreta, en las cosas más sencillas. Si no se aprende a hacerlo desde una edad temprana con una preparación remota para el matrimonio y luego una preparación gradual que te lleve poco a poco al sacramento, es difícil aprender a hacerlo después de forma repentina. La preparación remota hace que los jóvenes puedan encontrar la fe y aprender a reconocer a Cristo ya durante el noviazgo.
En este sentido, el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida ha publicado de reciente unas «Itinerarios catecumenales para la vida matrimonial». Estas orientaciones pastorales para las Iglesias particulares están pensadas precisamente como una especie de preparación al matrimonio. Sin embargo, muchos medios han tachado el documento de “memorándum de la moral sexual”.
Los itinerarios son una herramienta fundamental para repensar toda la pastoral vocacional en la Iglesia. Es fundamental acompañar a los niños en la comprensión de la belleza del matrimonio y de la familia, que son un don dentro de la Iglesia. Y hay que ayudar a los padres a acompañar a sus hijos en este descubrimiento porque solos no lo pueden hacer. Hoy en día la familia se enfrenta a muchos desafíos: Los smartphones, el acceso rápido e ilimitado a Internet… Muchas veces allí se proponen modelos de vida completamente diferentes de lo que los padres esperan por sus hijos, empezando por la visión de la afectividad y la sexualidad.
Los itinerarios tienen precisamente la finalidad de ayudar a los padres en un camino remoto. Para ayudarles realmente a cultivar valores como la castidad, que sirven precisamente para proteger a los hijos en su capacidad de prepararse para un amor total y para siempre. Y hoy es muy importante no dejar a las familias solas en este camino.
Otro de los temas tratados en el congreso ha sido precisamente el de la educación de los jóvenes en la afectividad y la sexualidad. Hay muchos padres que siguen abordando estos temas como temas tabú, de manera superficial. ¿Usted cree que está habiendo un cambio de mentalidad? ¿Tienen las nuevas generaciones menos miedo a tratar estos temas con sus hijos o con sus amigos?
El tema de la sexualidad es complejo en el seno de la familia. Ciertamente, hoy en día, los jóvenes son puestos a prueba, desafiados por tantos mensajes que reciben de un mundo complejo. Los padres tienen que capacitarse en estos ámbitos. Tienen que estar a la altura de los tiempos desarrollando mayores habilidades relacionales o empáticas, dialogando con sus hijos sobre estos temas. Desde la infancia y la adolescencia hasta llegar a la edad adulta.
La forma en que hablamos con nuestros hijos más jóvenes sobre la afectividad y la sexualidad no será la misma que cuando tengan 16 y 17 años. Pero cuando llegue ese momento será muy importante haber iniciado un diálogo con ellos desde pequeños y que ese diálogo permanezca abierto. Eso permite que se puedan abordar más adelante esas cuestiones y las preguntas que generan que, de otra manera, pueden convertirse en una fuente de inquietudes interiores porque, hoy en día, los jóvenes se ven abocados a tener experiencias tempranas muy fuertes que luego marcan su vida humana y espiritual.
¿Qué diferencia supone aprender estas cosas en casa, en la familia, viendo el ejemplo de los padres, que aprenderlas ‘fuera’, a través, muchas veces de los móviles u otros dispositivos en general?
Recibir valores en casa es necesario para saber cómo utilizar mejor lo que leen en Internet o lo que encuentran a su alrededor, en su propio ambiente. Por experiencia, sabemos que, si los niños tienen herramientas de lectura, herramientas críticas para poder observar la realidad que les rodea, y también para evaluarla de forma inteligente, son capaces de dialogar con esta realidad serenamente.
Se ha perdido en cierto sentido la certeza de que Dios bendice el matrimonio y da la gracia a los esposos para afrontar todas las dificultades que se encuentren en el camino. ¿Cómo se podría revitalizar el valor sacramental del matrimonio?
En primer lugar, con el testimonio de otros cónyuges que viven esta gracia y que pueden atestiguar su presencia. Los jóvenes necesitan ver, necesitan testimonios reales. Nada es más convincente que un testimonio. En segundo lugar, debemos acompañar a los novios y a los cónyuges para que aprendan a rezar juntos. La oración conjunta es la única que realmente hace vivir la presencia de Cristo entre ellos. Es diferente a rezar por separado. Y muy diferente es el efecto que tiene en la pareja, en la dimensión unitiva. Este es un aspecto en el que hay que trabajar mucho para que en las comunidades, en las parroquias, sobre todo los cónyuges estén realmente acompañados en la oración conjunta.
Entrevista de Leticia Sánchez de León
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