ACTUALIDAD

sábado, 27 de agosto de 2022

El día del Señor: domingo de la 22º semana del T.O. (C)

 

Jesús no se cansa de enseñar el valor esencial de la humildad en nuestras vidas. Acompaño mis reflexiones.

Durante su ministerio público Jesús aceptó con cierta frecuencia las invitaciones de distintas personas para comer en sus casas, incluso de quienes la sociedad consideraba gente de vida poco recta. En esta ocasión, Jesús es recibido en casa de uno de los principales fariseos y, escribe san Lucas que muchos de ellos lo observaban. Pero a Jesús le mueve el afán de salvar a todos por encima de la opinión pública y las habladurías.

Al notar Jesús cómo los fariseos iban eligiendo los primeros puestos, les propuso una parábola ambientada en un banquete de bodas. En principio, todo parece un sencillo consejo humano de etiqueta social para quedar bien ante la gente. Sin embargo, la imagen esconde un mensaje mucho más trascendente sobre la virtud de la humildad, que queda condensado en la famosa sentencia paradójica: “Todo el que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado”.

La tradición de la Iglesia ha insistido mucho en el papel fundamental que desempeña la virtud de la humildad de la que habla Jesús en casa del fariseo. En realidad, Jesús es quien ha sabido ponerse en último lugar y ha sido después exaltado. Como explica Benedicto XVI, “esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar también en la postura del hombre en relación con Dios. De hecho, el “último lugar” puede representar la condición de la humanidad degradada por el pecado, condición de la que sólo la encarnación del Hijo unigénito puede elevarla. Por eso Cristo mismo “tomó el último puesto en el mundo —la cruz— y precisamente con esta humildad radical nos redimió y nos ayuda constantemente” (Deus caritas est, 35)”

Si la humildad es la verdad, como repiten los santos, quien es excesivamente vulnerable a las críticas y presiones del ambiente, inhibiéndose ante el deber de exponer la verdad por temor a no ser oído o a perder la estimación ajena, no es humilde. Quien se desfonda ante las propias limitaciones y pecados y no se levanta una y otra vez, y siempre, acudiendo al Sacramento de la Confesión, no es humilde. El soberbio, el engreído, el vanidoso, el mandón, el petulante, el irritable, el envidioso, el suspicaz, el resentido..., no son humildes.

La invitación del Señor a no creerse con derecho al puesto principal, es un estilo de vida que tiene muchas manifestaciones. Una de ellas es la facilidad para rectificar cuando la realidad nos persuade de una equivocación o un error de buena o mala fe. Endurecerse, en cambio, y atrincherarse en esa postura juzgando que lo contrario es rebajarse, arrimarse al sol que más calienta o cambiar de chaqueta, es no amar la verdad sino mi verdad, lo cual lleva a colocarse fuera de la realidad, causando dolor a familiares, colegas, amigos..., como causa malestar que un hueso se salga de su sitio, se disloca y duele.

Todos tenemos que introducir rectificaciones en nuestra vida y eso implica un sentido de perfección, de mejora. Se rectifica un vino, para ennoblecerlo. Se rectifica un proyecto, un carácter, una conducta, una cultura, una visión de la vida... Y se abandona un camino equivocado que, honradamente, uno juzga que no va. ¡Cómo cuesta rectificar en el mundo de la política, de las comunicaciones, de la publicidad...! ¡Y, sin embargo, cuánta confianza genera esta práctica entre la buena gente!

La humildad verdadera se verifica en la práctica diaria, no justificando los errores y abusos diciendo eso tan manido de que somos humanos. Alguien se divorcia, y se dice: es humano. Uno comete pequeños fraudes en donde trabaja, y se dice: es humano. Otro ha caído en el mundo de la droga y se dice: es humano... No hay vicio que no se disculpe con esta frase. No existe un modelo más acabado de lo que es verdaderamente humano que la Humanidad de Jesucristo, el nuevo Adán que vino a corregir al primero. Él nos dice hoy: "todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido".

«Y sucedió que al entrar él un sábado a comer en casa de uno de los principales fariseos ellos le estaban observando. Y proponía a los in vitados una parábola al notar cómo iba eligiendo los primeros puestos, diciéndoles: Cuando seas invitado por alguien a una boda, no te sientes en el primer puesto, no sea que otro más distinguido que tú haya sido invitado por él, y al llegar el que os invitó a ti y al otro, te diga: cede el sitio a éste; y entonces empieces a buscar, lleno de vergüenza, el último lugar. Al contrario, cuando seas invitado, ve a sentarte en el último lugar para que cuando llegue el que te invitó te diga: amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy honrado ante todos los comensales. Porque todo el que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado. Decía también al que le había invitado: Cuando des una comida o cena, no llames a tus amigos, ni o tus hermanos, ni o tus parientes, ni a vecinos ricos, no sea que también ellos te devuelvan la invitación y te sirva de recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, llama a pobres, a tullidos, a cojos, y a ciegos; y serás bienaventurado, porque no tienen para corresponderte; se te recompensará en la resurrección de los justos.» (Lucas 14,1.7-14)

No hay comentarios:

Publicar un comentario