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sábado, 8 de octubre de 2022

El día del Señor: domingo 28 del T.O. (C)

El Señor nos espera para darle gracias, pues son incontables los beneficios que recibimos cada día. Acompaño mis reflexiones

De la actitud del samaritano y del reproche que hace Jesús hacia los nueve desagradecidos, sacamos una lección muy importante de este pasaje: que nuestra acción de gracias da gloria a Dios y nos preparara para recibir dones mejores. Por eso nos conviene fomentar en nuestro corazón, junto a la petición llena de confianza por lo que necesitamos, la acción de gracias por todo lo que recibimos, incluso sin pedirlo.

Son muchos los beneficios que a lo largo de la vida nos ha hecho el Señor: desde darnos la vida temporal y la eterna, pasando por limpiarnos la lepra del pecado con la Redención muriendo en la Cruz.

Cuando damos gracias a Dios, estamos permitiendo que el Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones desde el día del Bautismo, se exprese a través de nosotros del modo más adecuado. "El Espíritu Santo, enseña Juan Pablo II, está en el origen de la oración que refleja del modo más perfecto la relación existente entre las Personas divinas de la Trinidad: la oración de glorificación y de acción de gracias... 

Esta oración estaba en boca de los Apóstoles el día de Pentecostés, cuando anunciaban 'las maravillas de Dios' (Hch 2,11). Lo mismo acaeció en la casa del centurión Cornelio cuando, durante el discurso de Pedro, los presentes recibieron el 'don del Espíritu Santo' y 'glorificaba a Dios' (Hch 10,45-47)".

Jesús manifestó su sorpresa cuando sólo uno de los diez curados volvió para darle las gracias: "¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están?" "Ciertamente, dice S. Máximo De Turín, correspondemos a los beneficios divinos cuando confesamos haberlos recibido. 

De otro modo, si cuando los recibimos callamos y los echamos en olvido, por ingratos e indignos de tanta generosidad, nos privamos de la oportunidad de recurrir en la tribulación ante Dios cuyos beneficios no reconocimos, y pues no fuimos capaces de dar gracias en la prosperidad, quedamos incapacitados para acudir a Dios en la adversidad. Y así, por perezosos para alabar en tiempos de bonanza, habremos de llorar los peligros en tiempos de tormenta".

La Iglesia nos enseña a dar gracias a Dios también cuando llegan las contrariedades, la enfermedad, y no vemos entonces la mano de Dios -etiam ignotis, que ignoramos que también vienen de Él- que quiere otorgarnos un beneficio mayor como le sucedió a este leproso que, junto al beneficio de la curación, añadió el de la fe en Jesucristo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

"Es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor" (Prefacio), pero especialmente en la Comunión Eucarística. "Te adoro con devoción, Dios escondido, le decimos a Jesús en la intimidad de nuestro corazón. En esos momentos, dice F. F. Carvajal, hemos de frenar las impaciencias y permanecer recogidos con Dios que nos visita. Nada hay en el mundo más importante que prestar a ese Huésped el honor y la atención que se merece". 

«Y sucedió que, yendo de camino a Jerusalén, atravesaba los confines de Samaria y Galilea; y, cuando iba a entrar en un pueblo, le salieron al paso diez leprosos, que se detuvieron a distancia y le dijeron gritando: «Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes». Y sucedió que mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, al verse curado, se volvió glorificando a Dios a gritos, y fue a postrarse a sus pies dándole gracias. Y éste era samaritano. Ante lo cual dijo Jesús: «¿No son diez los que han quedado limpios? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino sólo este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete: tu fe te ha salvado» (Lucas 17,11-19). 

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