Con gran sencillez narrativa y mucha economía verbal seguimos a la pequeña en su nuevo hogar, en donde las demostraciones de afecto se concretan más en hechos que en gestos y palabras, de modo que el silencio reina muchas veces en las labores de la cocina, en el dormitorio, en la recogida del agua, en el trabajo de la granja. Parece haber algo que impide la alegría, la convivencia serena, el regocijo. Sin embargo, los corazones están muy vivos en ese lugar aislado en donde cuesta tanto exteriorizar los sentimientos; no es fácil para los tres habitantes de la casa escapar al dolor paralizante, abrirse al exterior, aceptar el consuelo.
Aunque tiene un aire más agridulce, por su su sensible acercamiento al mundo infantil, emparenta The Quiet Girl con otra película irlandesa reciente, Belfast, sólo que ahora es una chica extraordinariamente silenciosa la protagonista, en lugar de un curioso y travieso chavalín.
decine21
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