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miércoles, 6 de abril de 2011

El cardenal Rouco advierte que "la tentación del no a Dios, la rebelión contra su ley y la desconfianza en su gracia, arrastra y apasiona"

    En su habitual intervención en el informativo diocesano de COPE, el Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio Mª Rouco Varela, destacó que “la vida del hombre en su discurrir por el mundo podría ser calificada en cualquier época de la historia como un camino entre la tribulación y la esperanza".  
  
   Recordando la catástrofe el Japón -"espantoso terremoto, seguido del devastador maremoto (“tsunami”) y el accidente de una central atómica"- y "la situación de conmoción social y política que se extiende por los países del Norte de África y del próximo Oriente e incluso, la guerra abierta en uno de ellos −Libia−, que se suma al largo y crudelísimo conflicto bélico de Afganistán −por citar los más actuales y llamativos−", el cardenal destacó que "nos suman en la inquietud y en la incertidumbre ante el futuro". "Sí, nos atribulan y entristecen”, añadió.
A su juicio, para cualquiera que posea un "mínimum de sensibilidad cristiana ante el dolor trágico de tantos hermanos, la reacción no puede ser otra que la de la compasión”, es decir, “padecer y condolerse con ellos, ofreciéndoles toda nuestra ayuda espiritual y material".
En este sentido, señaló que "son horas de tribulación que se añaden a las que sufrimos también en nuestras vidas privadas, en nuestras familias y en nuestra propia sociedad. El flagelo del paro alcanza cada vez con mayor gravedad cuantitativa y cualitativa a muchos de nuestros conciudadanos. Golpea con especial dureza a no pocos padres y madres de familia con menores, enfermos o ancianos a su cargo y a los jóvenes que buscan su primer trabajo”.

    “En estas circunstancias”, consideró que “la tentación del no a Dios, la rebelión contra su ley y la desconfianza en su gracia, arrastra y apasiona. Se puede llegar en los momentos de mayor ofuscación a la ofensa pública en forma de profanaciones de lugares sagrados y de contra-procesiones ateas, esgrimiendo nada menos que el derecho a la libertad de expresión. En el trasfondo de estas situaciones históricas suele operar siempre la osada pretensión del hombre de querer ser como Dios o, dicho con otras palabras, el pecado original. El intento se repite hoy de nuevo con una crecida autosuficiencia”. Por ello, se preguntó: “¿Se puede construir así, contra Dios, la esperanza?”. “¿Es posible que los problemas que nos angustian esta historia tan difícil y confusa puedan encontrar vías de solución al margen y hasta en contra de la ley y de la sabiduría de Dios?”. “Es obvio, dijo, que se precisa arbitrar fórmulas de solución al alcance de las capacidades intelectuales, éticas, sociales y políticas del hombre, sirviéndose de los recursos humanos de los que dispone por naturaleza y accesibles a su razón y a las facultades físicas y espirituales que le son propias”. 

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