«El
tener que defenderse no forma parte de nuestra naturaleza. No pensamos
que debamos hacerlo a causa de nuestra religión. Creemos en un Dios que
no tiene necesidad de ser defendido. Tiene necesidad solamente de ser
amado, conocido, testimoniado…»
La
violencia contra los cristianos en varias parte del mundo va en
aumento, como lo demuestran las noticias de los últimos meses y como el
mismo Papa denunció a comienzos de este año al afirmar, en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2011, que «los cristianos son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe».
L’Osservatore Romano ha entrevistado, sobre este tema, al Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz. Os ofrezco la traducción.
Los
cristianos en el mundo son, con creciente frecuencia, objeto de
violencia. Detrás de estos episodios, ¿hay motivaciones solamente
religiosas, o tal vez el motivo debe buscarse en que, en algunos países,
los cristianos son objetivos indefensos y, por lo tanto, más fáciles de
alcanzar, y los asesinatos se convierten en instrumentos de presión
para otros fines?
Hay
algo de cierto. En muchísimas situaciones los cristianos son objeto de
violencia, a veces sufrida físicamente, pero a veces también sufrida en
forma psicológica. El objetivo es sin duda lo que un cristiano
representa. Un credo, un punto de vista desde el que se mira lo que
ocurre en el mundo, un estilo de vida que tiene una identidad propia.
Nuestros denigradores dicen que pertenecemos un poco al Medioevo, al
pasado, aún si luego no tienen nada para demostrarlo.
¿Los
cristianos objetivo sensible en cuanto indefensos y, por lo tanto,
fáciles de atacar? Es difícil responder. Es cierto que, en muchas partes
del mundo, en África sobre todo, nuestras iglesias están construidas no
precisamente allí donde hay mayor densidad de población. Más bien se
prefiere edificarlas en lugares más próximos a las misiones, a las casas
de los sacerdotes, y los cristianos, para llegar a ellas, deben
realizar un pequeño viaje, casi como si fuese una pequeña peregrinación.
En cambio, las mezquitas de los musulmanes están siempre en los lugares
más frecuentados, en medio de sus fieles. Por lo tanto, probablemente
en este sentido somos más indefensos.
Pero
yo diría que el tener que defenderse no forma parte de nuestra
naturaleza. No pensamos que debamos hacerlo a causa de nuestra religión.
Creemos en un Dios que no tiene necesidad de ser defendido. Tiene
necesidad solamente de ser amado, conocido, testimoniado. Nuestra
pertenencia a la Iglesia no se nutre de pensamientos sobre cómo
defendernos, sobre cómo imponer nuestro culto. Pensamos sólo en cómo dar
testimonio de Dios. Los otros tal vez tienen un punto de vista distinto
al nuestro. Piensan que la religión es algo a defender, que el suyo es
un dios a defender. No, este no es precisamente el modo de concebir
nuestra fe, nuestra misión.
Las
estructuras sociales de la Iglesia están entre y para la gente, sin
distinciones de ningún género. Vivimos en medio del pueblo en la
cotidianeidad, para restituir esperanza, para transmitir un mensaje de
amor, el mensaje de Dios. Cuando rezamos, sobre todo en mi África, lo
hacemos juntos, a veces aparte, para no molestar. Si luego otros nos
consideran, por esto, débiles y objetivos fáciles de golpear, esto no
significa que nos dejaremos desanimar en el cumplimiento de nuestra
misión: ella es y sigue siendo la de dar testimonio, convencidos de que
en Dios no hay nada que temer.
Por lo tanto, ¿la tesis de las motivaciones religiosas es la más acreditada?
Si
se miran ciertas situaciones, sobre todo allí donde el integrismo está
más enraizado, ciertamente viene la tentación de motivar la violencia
con el fanatismo religioso, dispuesto hasta a eliminar al otro, es
decir, a quien sigue un credo diverso. Un ejemplo típico es lo que
ocurre en la India, donde algunos grupos de hindúes radicales no
soportan en absoluto la presencia de los cristianos. En ciertas
realidades el cristianismo es considerado como una religión extraña, que
viene de fuera y por lo tanto es enfrentado, incluso con métodos
violentos. En este sentido, hay un fondo de verdad si se habla de
motivaciones religiosas. También en algunos países de religión islámica
este aspecto puede parecer evidente, aún si a menudo se confunde con la
cuestión racial, por ejemplo en Zambia y más en general en el norte de
África. No obstante, es innegable que en algunas situaciones, a veces
precisamente en ciertas partes de África, hay algunos grupos políticos
que explotan la motivación religiosa.
Usted ha hecho referencia a la violencia psicológica…
Y
está bien no olvidarla. La violencia psicológica es más sutil, pero no
menos devastadora. Y no se limita a países en los cuales la mayoría de
los creyentes es diversa de la cristiana. Pensemos en muchos países,
también occidentales, en los cuales por su mera presencia en puestos
públicos, como puede ser un bar o un aeropuerto, un sacerdote se
convierte en objeto de escarnio o de todos modos es mirado como si fuese
una persona equivocada en un lugar que no es suyo.
Recuerdo
que una vez, en mi casa, en Ghana, se me acercó un hombre en actitud
irrisoria y me preguntó si no me sentía avergonzado de mostrarme en
público con sotana, dado que ya nos encontrábamos en el período
post-cristiano. Según él, representaba algo que pertenece al pasado. Por
lo tanto, para él, ya no tenía sentido continuar usando hábitos que, de
algún modo, según la opinión corriente, recuerdan a la Edad Media.
Lamentablemente esta es la situación. Ciertamente no se pueden cambiar
los valores cristianos no aceptados por todos para seguir las modas y
las nuevas corrientes culturales.
Sin embargo, es suficiente que la Iglesia se oponga o no comparta ciertas posiciones, impulsadas a veces por lobbys
interesados, para que sea acusada de anti-modernidad. Ciertas
acusaciones llevadas al exceso pueden provocar luego el resentimiento y
la violencia. Claro que, para nosotros, la modernidad no tiene nada que
ver. Se trata de seguir la voluntad de Dios revelada en el Evangelio. Y
esto no tiene nada que ver con la modernidad.
El reconocimiento y la consiguiente defensa de la libertad de religión, ¿podrían ayudar a desactivar los episodios de violencia?
La
libertad de religión no se pide sólo para los cristianos. Todas las
religiones deben sentirse libres. Así como se reclama la libertad de
conciencia, toda persona, partiendo de su dignidad humana, debe ser
reconocida titular de todos los derechos, así como de todos los deberes,
que regulan el buen vivir en común. Por lo tanto, cada uno debe tener
también la libertad de practicar la propia fe, cualquiera que sea.
Afirmar la propia libertad religiosa no debe llevar a la negación de la
libertad religiosa del otro y sobre todo no puede y no debe fomentar la
persecución religiosa. Se trata sólo de reconocer y conceder al otro lo
que es reconocido y concedido a nosotros mismos. Es sencillamente así.
¿Cuánto
podrían ayudar, en este período, las medidas fundadas en la ética y en
la justicia social a resolver la crisis económica y financiera que está
resquebrajando la comunidad mundial, hasta poner en peligro la misma
democracia?
Seguimos
hablando de la ética, pero no todos tienen una idea precisa de ella.
Nosotros ofrecemos al mundo la ética cristiana, según la cual debemos
saber vivir no simplemente de fraternidad sino también de gratuidad.
Debemos comprender que la fraternidad humana es una realidad a vivir, y
no contentarnos simplemente con frases o afirmaciones. Pertenece a la
naturaleza misma de los seres humanos, que es muy lineal. El mundo
económico-financiero, en cambio, parte siempre de alguna presunción
antropológica no precisamente correcta.
¿Cuál, por ejemplo?
El
hecho de que, en una cierta situación económica, la persona humana
actuará siempre del mismo modo. Es una presunción que se encuentra en la
base de muchas especulaciones. La Iglesia en esto tiene mucho para
decir. Aún si a menudo se le niega el derecho de hablar. Cuando está de
por medio la persona humana, ella no sólo tiene el derecho sino también
el deber de hacerlo. En esta situación particular tiene, sobre todo, el
deber de hacerlo. Actuar en el campo económico y financiero como si el
hombre fuese un cuerpo sin significado quiere decir pensar que la
persona humana ya no vive de su misma naturaleza.
Es
como si el pecado original, el alejamiento de Dios hasta su negación,
comenzara a asomarse nuevamente en la historia del mundo. Es necesario
prestar la máxima atención al mal que se insinúa entre nosotros, que
existe y que de algún modo nos amenaza. Pienso, por ejemplo, en la
avaricia imperante en el mundo financiero cuando se impulsa a apuntar al
propio beneficio más allá de todo límite. Si esta es la situación, si
la persona humana se dirige hacia esta deriva, la Iglesia tiene
ciertamente algo para decir. Lo dice y continuará diciéndolo.
Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo / Almudí
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo / Almudí
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