Son sorprendentes los reflejos de Jesús. Cuando el maestro de la ley, preocupado por su imagen, le pregunta quién es el prójimo, Cristo lo explica mediante una parábola en la que cada uno de sus términos y expresiones están perfectamente calculados. ¿La tendría ya pensada de antes?
Creo que es bueno que nos detengamos en tales consideraciones; que se lo preguntemos. Es posible que Jesús anduviera ya de tiempo pensando cómo explicar en términos claros la identidad del prójimo.
Es verdadero hombre y no resulta irracional considerar que, de un modo semejante a nosotros, madurara tales pensamientos mientras paseaba por Galilea. Había comprobado en miles de ocasiones cómo samaritanos y judíos no se hablan; aún más, se desprecian. Era consciente de que poner como ejemplar a un samaritano subrayaría la identidad del prójimo: poco importan las enemistades de unos y otros. El prójimo es el próximo: samaritano, judío, árabe o ario. Lo mismo da.
Es verdadero hombre y no resulta irracional considerar que, de un modo semejante a nosotros, madurara tales pensamientos mientras paseaba por Galilea. Había comprobado en miles de ocasiones cómo samaritanos y judíos no se hablan; aún más, se desprecian. Era consciente de que poner como ejemplar a un samaritano subrayaría la identidad del prójimo: poco importan las enemistades de unos y otros. El prójimo es el próximo: samaritano, judío, árabe o ario. Lo mismo da.
Estoy convencido de que tampoco fue fortuita la elección de los personajes que completan la narración. Un levita y un sacerdote, o sea, dos expertos en las cosas de Dios. El Señor, con imágenes, alerta acerca de la peligrosísima desconexión que puede producirse entre lo que es de Dios y lo que es de los hombres, tornando la religiosidad en inauténtica.
Finalmente, considera también como perfectamente calculado el modo en que el samaritano atiende a la víctima. Le dedica, al inicio, sus amorosas atenciones; luego vuelve a sus ocupaciones y encarga esta labor al posadero. No es falta de caridad dejar al necesitado en manos de otro para ocuparse de las obligaciones: lo contrario sería un desbarajuste, porque la caridad es siempre ordenada.
Y ahora me pregunto si tú y yo tenemos algo de ese conocimiento de Dios e interés por los hombres que tenía Cristo, y que le permitía estar pronto a responder. Esa capacidad mana en nosotros como fruto de la formación y de la presencia de Dios, de la oración y de la preocupación sincera por el prójimo. ¿Aprovecho mis días de verano para crecer en cada uno de estos aspectos?
El Papa Benedicto XVI comentó este pasaje evangélico durante una de sus estancias veraniegas en Castelgandolfo. Comenzaba su reflexión dando gracias a Dios «que me ofrece esta posibilidad de descanso» (16) [(a propósito, puede ser un buen momento para agradecer al Señor las bellas jornadas que nos ofrece para reponer fuerzas).
«El evangelio de este domingo se abre con la pregunta que un doctor de la Ley plantea a Jesús: “Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?” (Lc 10, 25). Sabiéndole experto en Sagrada Escritura, el Señor invita a aquel hombre a dar él mismo la respuesta, que de hecho formula perfectamente citando los dos mandamientos principales: amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo. Entonces, el doctor de la Ley, casi para justificarse, pregunta: “Y ¿quién es mi prójimo?” (Lc 10, 29). Esta vez, Jesús responde con la célebre parábola del “buen samaritano” (cfr. Lc 10, 30-37), para indicar que nos corresponde a nosotros hacernos “prójimos” de cualquiera que tenga necesidad de ayuda. El samaritano, en efecto, se hace cargo de la situación de un desconocido a quien los salteadores habían dejado medio muerto en el camino, mientras que un sacerdote y un levita pasaron de largo, tal vez pensando que al contacto con la sangre, de acuerdo con un precepto, se contaminarían. La parábola, por lo tanto, debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad según la lógica de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto significa servir a los hermanos con amor sincero y generoso»[17].
No dejes de pedir al Señor en este rato de diálogo íntimo que transforme tu mentalidad, que te ayude a dejar de lado tu lógica –de mayor beneficio con menor coste, de placer propio, de egoísmo– y cambiarla por la lógica de Cristo.
Inspirados en la narración del buen samaritano, se puede afirmar que el programa cristiano enseñado por Jesús consiste en la formación de corazones capaces de ver dónde se necesita amor, y de actuar en consecuencia[18].
La simpatía deja entonces de ser una cualidad accesoria para quien desea vivir transido por la caridad. En efecto, sentir lo mismo que sienten los otros es el mejor vehículo para hacerse cargo de sus necesidades. Así trató de vivir san Pablo, y a ello exhortó a los Romanos: «alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran. Tened los mismos sentimientos los unos hacia los otros, sin dejaros llevar por pensamientos soberbios, sino acomodándoos a las cosas humildes» (Rm 12, 15-16).
Aunque no te lo parezca, eso tiene mucho que ver con la capacidad de ser vital, entusiasta, metido en el mundo, dispuesto a participar de la ilusión de tus contemporáneos. Alégrate con los demás. Disfruta de sus alegrías. Sonríe siempre. El hombre o la mujer que vive la caridad no es –ni puede ser– sombrío o apagado: la sonrisa dibujada en su rostro es la expresión exacta de su enorme deseo de vivir y de dar vida. Quien sonríe revela un corazón vivo; y es posible que el mismo hecho de iluminar el rostro con la sonrisa pueda tornar el estado del alma de la tristeza al gozo. «Debe haber un cable, desconocido por los anatomistas, que comunica el corazón con los labios, de manera que, cuando el corazón sonríe, el rostro se ilumina de alegría. (...) Hay que probar a sonreír. Quizá ese cable desconocido funcione también en sentido inverso. Quizá el que se proponga sonreír a todos, acabe por hacer que su corazón descanse»[19].
Hay quien piensa que la caridad significa dar «desde arriba», servir a los demás desde un pedestal, como subido a una escalera. Pero tú mismo te das cuenta de que no es así. En tal caso, se echan las migajas de una caridad mal entendida, que habla más de limosna de lo que sobra que de la entrega del corazón. Escucha, por último, el sabio consejo de la beata de Calcuta: «No deis solo lo superfluo, dad vuestro corazón».
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://lacrestadelaola2028.blogspot.com
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EVANGELIO
San Lucas 10, 25-37
En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: —«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: —«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?». Él contestó: —«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo».
Él le dijo: —«Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse. preguntó a Jesús: —«¿Y quién es mi prójimo?».
Jesús dijo: —«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta». ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él contestó: —«El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: —«Anda, haz tú lo mismo».
[16] Benedicto XVI, Angelus (11-07-2010).
[17] Ibíd.
[18] Cfr. Benedicto XVI, Deus Caritas est, n. 31.
[19] A. Sanz, Pasión por la verdad (Alicante 2009) 125-127.
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