Aunque siempre será ejemplar ese deseo de Marta de servir al Señor y a la numerosa comitiva que le acompaña, Jesús la reprende cariñosamente cuando ella se incomoda con la actitud de su hermana al no prestarle ayuda.
Marta está muy atareada con las cosas que va a poner en la mesa al Señor, pero se está olvidando del Señor de las cosas. Marta, Marta, tú te preocupas e inquietas por muchas cosas...
Se advierte en esta repetición de su nombre el tono conciliador de Jesús y el aprecio por su amorosa solicitud, pero, con la defensa que hace de María, le recuerda que el trabajo no debe absorbernos de tal forma que no dispongamos de tiempo para escuchar la Palabra de Dios.
Hemos de trabajar mucho y bien, porque tenemos en nuestras manos los intereses de mucha gente. El médico, la salud y, a veces, la vida de los demás; el abogado, sus derechos; el profesor, el futuro profesional de sus alumnos; el arquitecto, sus viviendas; el ingeniero, el policía, el mecánico... ¡Qué compromiso y qué responsabilidad si no olvidamos tampoco que Jesús ha asegurado: "Lo que hicisteis por uno de estos, mis hermanos más pequeños, por Mí lo hicisteis" (Mt 25, 40).
Con todo, no hay tarea por apremiante que parezca, que justifique el abandono de la atención espiritual y corporal que como seres humanos necesitamos. El desbordamiento en el trabajo se paga siempre, incluso en la eficacia del mismo, que se ve empobrecido tanto en calidad como en cantidad a causa de la fatiga.
Una persona que, como Marta, agobiada por los quehaceres diarios no tuviera tiempo para Dios, para los suyos, para su descanso físico y espiritual, acabará no teniendo tiempo para nada ni para nadie, ni siquiera para hacer bien ese trabajo que tanto le absorbe.
Haría muchas cosas, sin duda y por un tiempo, pero no haría lo más importante. Esto es lo que Jesús le da a entender.
La meditación asidua de la Palabra de Dios no nos aleja de quienes nos rodean en la vida y del trabajo, sino que es allí donde el cristiano saca la energía necesaria para que su trato con los demás y su trabajo estén impregnados del espíritu de Cristo, sea más humano y cristiano, porque -como enseña el S. Josemaría Escrivá- "el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos.
El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor".
"María ha escogido la parte mejor". No ha olvidado que el trabajo del alma, su cuidado, es el alma de todo trabajo. El quehacer diario no la domina haciéndole perder la paz, como a Marta. No es esclava de su trabajo sino señora de él.
Juan Ramón Domínguez Palacioshttp://lacrestadelaola2028.blogspot.com
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