Al comentar la apostolicidad de la Iglesia, Mons. Javier Echevarría impulsa a los fieles laicos a colaborar personalmente en la misión de la Iglesia, con la mirada fija en la Cruz gloriosa de Cristo y en la Virgen dolorosa.
Escribe el Prelado su Carta pastoral desde Alemania, después del viaje realizado por varios países sudamericanos donde, afirma, he tenido la alegría de estar con tantas hermanas y tantos hermanos vuestros y con muchas otras personas que participan del espíritu de la Obra. Demos gracias al Cielo porque, también con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, hemos experimentado, como decía Benedicto XVI, que la Iglesia es y será siempre joven y bella. De igual modo que me habéis acompañado espiritualmente durante esas semanas, seguid haciéndolo ahora, para que sean muy abundantes los frutos apostólicos.
Al hilo de la consideración en sus Cartas de los últimos meses sobre la hermosura de la Iglesia, reflexionando sobre las notas que la distinguen y que profesamos en el Credo, recuerda que por el Bautismo, fuimos introducidos en el redil de Cristo, y somos desde entonces ovejas de su rebaño, afirmando que el Buen Pastor sigue cuidando de cada una, de cada uno, especialmente con la gracia que nos infunde en los demás sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, que nos identifica progresivamente con Cristo y nos convierte en miembros activos de su Cuerpo místico, en piedras vivas del Templo espiritual animado por el Paráclito; y en la Penitencia, donde el Señor nos perdona los pecados y nos concede fuerzas renovadas para vencer en la lucha espiritual.
Manifiesta el Prelado su alegría por la proximidad, el próximo día 8, de la fiesta de la Natividad de la Virgen, porque en María vemos realizado plenamente el ideal al que todos hemos sido convocados y urge a que preparemos con cariño filial esta fiesta, felicitando a Nuestra Señora y llevándole −como buenos hijos suyos que deseamos ser− el regalo de nuestro amor filial y de nuestra fidelidad indiscutida a su Hijo Jesús. Tratemos de caminar muy pegados a Ella durante las demás memorias marianas del mes que ahora comenzamos, y siempre.
Reclama la atención sobre otras fiestas que se celebran este mes: la Exaltación de la Santa Cruz, el día 14 y, al día siguiente, la memoria litúrgica de la Virgen al pie de la Cruz, que es también el aniversario de la elección del queridísimo don Álvaro, primer sucesor de nuestro Padre al frente del Opus Dei, fechas que están, afirma, íntimamente relacionadas con la Iglesia, que recibe su fuerza salvífica del costado abierto de Cristo en la Cruz, con la colaboración de su Madre, por lo que afirma que es difícil describir el júbilo de San Josemaría, cuando, al concluir una de las sesiones del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI la proclamó ‘Madre de la Iglesia’, ya que con ese título, al invocar a la Virgen, ya en tiempos anteriores, repetía en su devoción privada.
Después de recordar que en María brillan con máximo esplendor todas las características esenciales de la Iglesia: la unidad estrechísima con Dios y con los hombres; la eximia santidad; la catolicidad por la que su Corazón está abierto a todas las necesidades de sus hijos; y también la apostolicidad (…) afirma que ahora, desde el Cielo, y aun con mayor eficacia, sigue empujando el apostolado de la Iglesia en el mundo entero: fortalece a los Pastores y a los fieles para que, cada uno según los dones y gracias recibidos, dé testimonio de Jesucristo y lleve su nombre, como san Pablo, «ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel» (Hch 9, 15), al ámbito donde su vocación humana y divina le colocó.
Después de citar el núm. 863 del Catecismo de la Iglesia Católica, afirma que nadie, pues, debe pensar que el encargo recibido por los Doce antes de la Ascensión de Jesucristo al Cielo es algo que concierne sólo a los ministros sagrados y cita un texto de San Josemaría en la homilía Lealtad a la Iglesia: «En la Iglesia hay diversidad de ministerios, pero uno solo es el fin: la santificación de los hombres. Y en esta tarea participan de algún modo todos los cristianos, por el carácter recibido con los Sacramentos del Bautismo y de la Confirmación. Todos hemos de sentirnos responsables de esa misión de la Iglesia, que es la misión de Cristo. El que no tiene celo por la salvación de las almas, el que no procura con todas sus fuerzas que el nombre y la doctrina de Cristo sean conocidos y amados, no comprenderá la apostolicidad de la Iglesia», para continuar con unas palabras del Papa Francisco durante su Discurso en la Audiencia general del pasado 26 de junio: «¿Cómo vivimos nuestro ser Iglesia? ¿Somos piedras vivas o somos, por así decirlo, piedras cansadas, aburridas, indiferentes? ¿Habéis visto qué feo es ver a un cristiano cansado, aburrido, indiferente? Un cristiano así no funciona; el cristiano debe ser vivo, alegre de ser cristiano; debe vivir esta belleza de formar parte del Pueblo de Dios que es la Iglesia. ¿Nos abrimos nosotros a la acción del Espíritu Santo (...) o nos cerramos en nosotros mismos, diciendo: "Tengo mucho que hacer, no es tarea mía?"».
Y recuerda las recientes palabras del Papa, durante la Homilía en la Misa de clausura de la JMJ de Rio de Janeiro, con especial insistencia a la gente joven, cuando resumía su mensaje en tres palabras: «Vayan, sin miedo, para servir». Y explicaba: «Pero ¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo, vayan, sino que dijo: "Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos". Compartir la experiencia de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, también a ti; es un mandato que no nace de la voluntad de dominio, de la voluntad de poder, sino de la fuerza del amor, del hecho que Jesús ha venido antes a nosotros y (...) se nos dio todo Él, ha dado su vida para salvarnos.
San Josemaría, refiriéndose a un cristiano tibio, un cristiano pasivo, afirmaba también en la homilía Lealtad a la Iglesia que «no ha acabado de entender lo que Cristo quiere de todos nosotros. Un cristiano que vaya a lo suyo, despreocupándose de la salvación de los demás, no ama con el Corazón de Jesús. El apostolado no es misión exclusiva de la Jerarquía, ni de los sacerdotes o religiosos. A todos nos llama el Señor para ser instrumentos, con el ejemplo y la palabra, de esa corriente de gracia que salta hasta la vida eterna», y lo enseñó desde los primeros momentos de la fundación del Opus Dei, como parte importantísima de la misión eclesial que de Dios había recibido. Su mensaje, válido para todos, se dirigía más concretamente a los cristianos comunes; a aquellas mujeres y a aquellos hombres que, por vocación divina, se desenvuelven en medio de las realidades terrenas tratando de convertirlas en medios para la extensión del Reino de Dios, y citando Camino (n. 942): «Ten presente, hijo mío −escribió ya en los años de 1930−, que no eres solamente un alma que se une a otras almas para hacer una cosa buena. Esto es mucho..., pero es poco. −Eres el Apóstol que cumple un mandato imperativo de Cristo».
Después de referirse a dos condiciones principales se requieren para que la participación de los fieles en la misión apostólica de la Iglesia tenga fruto: docilidad a las mociones del Paráclito y estrecha unión con el Papa y los Obispos en comunión con la Sede Apostólica, y asegurar que las dos resultan imprescindibles, considera la necesidad del recurso al Espíritu Santo, «el agente principal de la evangelización» (Evangelii nuntiandi, n. 75), el impulsor del apostolado en nuestra vida personal y en la de todos en la Iglesia, ya que existimos para ir al Cielo llevando con nosotros a muchas otras personas, por lo que hemos de recurrir al Paráclito pidiéndole luces y fuerzas para sacar adelante la tarea de la nueva evangelización, que a todos nos ha sido encomendada.
Resume la segunda condición, la estrecha unión con el Papa y los Obispos en comunión con la Sede Apostólica, con otro texto de la Homilía de San Josemaría citada anteriormente: «Contribuimos a hacer más evidente esa apostolicidad, a los ojos de todos, manifestando con exquisita fidelidad la unión con el Papa, que es unión con Pedro. El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo. Si tratamos al Señor en la oración, caminaremos con la mirada despejada que nos permita distinguir, también en los acontecimientos que a veces no entendemos o que nos producen llanto o dolor, la acción del Espíritu Santo».
Al final de su Carta afirma el prelado que dentro de pocos días, ya en Roma, me esperan −como siempre− muchas tareas que encauzar y resolver. Entre otras, la preparación de la beatificación del queridísimo don Álvaro, aunque aún no está concretada la fecha. Encomendad especialmente esta intención y aprovechad el tiempo que aún quede para conocer mejor su figura y sus escritos, y difundirlos; para agradecer su respuesta de plena fidelidad a la Trinidad Santísima, al espíritu de la Obra, a nuestro Padre.
Y termina pidiendo oraciones por las enfermas y los enfermos −por los que hay en la Obra y por todos−, para que sepan unirse a la Cruz del Señor. Y así, de este modo, participen más intensamente en la aplicación de la redención obrada por Cristo a todas las almas.
opusdei.es / almudi.org
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