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domingo, 13 de octubre de 2013

EL DÍA DEL SEÑOR: DOMINGO 28º T.O.

   
   En el evangelio de hoy, contemplamos a diez enfermos de lepra. Nueve de ellos hallaron, a la entrada de un pueblo cualquiera, un curandero que les devolvió la salud corporal; uno –samaritano– encontró al Dios hombre, Jesucristo, salvador del mundo y redentor de toda alma.

Los diez quedaron sanos de la lepra. Solamente uno fue capaz de volver a dar gracias a quien le había devuelto la salud corporal. Se postró por tierra, abrazó los pies del maestro y le daba gracias con palabras llenas de afecto y piedad. Y escuchó dulcemente la palabra definitiva del Salvador: «Levántate, vete: tu fe te ha salvado».


   Muchos se cruzaban con Jesús, pero pocos reparaban en su naturaleza divina. Su palabra, su modo de hacer y sus milagros, todo su ser mostraba veladamente su realidad de Hijo de Dios. Pero no todos eran capaces de contemplarlo.

Hacía meses, quizá algún año, había llamado a Pedro a orillas del mar de Galilea. En esas mismas aguas había prendido el estupor en el corazón del príncipe de los apóstoles, cuando las redes se llenaron de una manera insospechada después de una noche en blanco. Todo por la palabra de Jesús. Ese día, Pedro reconoció al Salvador; ese día fue llamado a ser pescador de hombres.

No fue el único al que sorprendió la potencia de Jesús. Natanael, hecho apóstol y conocido como Bartolomé, se encontró con Jesús gracias a su amigo Felipe. Le bastaron pocas palabras para reconocer la verdad de Jesucristo y recibió la consoladora palabra del corazón de Jesús: «Natanael, mayores cosas verás». En seguida comprendió que valía la pena dar la vida por Él.

Es la fuerza del encuentro con Jesús. Años más adelante se apreciará esta singular potencia en san Pablo, que de perseguidor pasa a ser apóstol. Halló a quien perseguía... y toda la vida cambió. De punta a cabo; sin medianías ni matices. Todo basura, llegará a decir, comparado con el conocimiento de Cristo Jesús.

Dios, que es nuestro Padre, nos llama a tener esta misma experiencia de encuentro con Cristo. No es ni debe ser distinta a la de Natanael o Pedro, el samaritano o Pablo. Encontrarle. Darnos cuenta, en lo más íntimo del corazón, de su luz y de su amor, de la irresistible belleza de su humanidad santísima. En síntesis: conocerle con el mismo amor conque conocemos a las personas más queridas. Amarle.

«Enciende tu fe. —No es Cristo una figura que pasó. No es un recuerdo que se pierde en la historia. ¡Vive!: «Iesus Christus heri et hodie: ipse et in saecula!» –dice san Pablo– ¡Jesucristo ayer y hoy y siempre!»[1].

Jesucristo no es solo una figura que, anclada en el pasado, ofrezca al presente una regla de conducta o un ejemplo heroico. Es mucho más. Resucitó de entre los muertos y es contemporáneo a todos y cada uno de los hombres, hasta el final de los tiempos y la vida eterna.

La experiencia del encuentro con Él no solo es de orden intelectual, sino una asimilación vital de su mensaje. Así lo explicaba san Josemaría con palabras llenas de vibración:

«Metamos a Cristo en nuestros corazones y en los corazones de los chicos. ¡Lástima!: frecuentan los sacramentos, llevan una conducta limpia, estudian, pero... la Fe muerta. Jesús –no lo dicen con la boca, lo dicen con la falta de vibración en su proceder–, Jesús vivió hace 20 siglos... —¿Vivió? Iesus Christus heri et hodie: ipse et in saecula; Jesucristo el mismo que ayer es hoy; y lo será por los siglos (Hb 13, 8)»[2].

¿No será esta tu misma experiencia? Tratas de ir a Misa con frecuencia, luchas por la pureza, intentas llevar tus estudios al día... pero la fe, muerta. ¿Por qué?, porque Jesús ya no vive para ti. En efecto: no lo dices con los labios pero... ¿dónde está tu vibración?, ¿dónde tu relación amorosa con Jesús?, ¿dónde?

«Jesucristo vive», prosigue san Josemaría, «con carne como la mía, pero gloriosa; con corazón de carne como el mío. Scio enim quod Redemptor meus vivit, sé que mi Redentor vive (Jb 19, 25). Mi Redentor, mi Amigo, mi Padre, mi Rey, mi Dios, mi Amor ¡vive! Se preocupa por mí. Me quiere más que la bendita mujer –mi madre– que me trajo al mundo... Es bastante: que saquen los chicos las consecuencias prácticas. ¡Cuántas veces esta consideración, tan sencilla y trillada, ha sido origen de un devorador incendio de Fe y de Amor, en más de un corazón varonil».

Es el momento en que tú, que te reconoces cristiano, te sientas llamado a renovar tu fe en que Jesús vive. Guardar silencio en la oración, recogerte y tratar de buscarle en lo más íntimo: actualizar el bautismo y encontrarle de una vez para siempre.

«El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda», afirma el Papa Francisco. «La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades»[3].

¿Te parece difícil? ¡Dile que te cuesta! ¡Dile que no lo ves! ¡Cuéntale tus dificultades! Pero no lo olvides: has de renovar tu fe, encenderla, con el sello de un Dios vivo lleno de amor que anda muy lejos de ser una fría norma de conducta o una ideología de bienestar espiritual.
Es Jesucristo: el Dios amor palpable por nuestra pobre humanidad.

EVANGELIO

San Lucas 17, 11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?». Y le dijo: —«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

[1] Camino 584.
[2] San Josemaría, Instruccion 9 1935, nº 248 en Camino edición crítica 584. También para lo que sigue mientras no se indique lo contrario.
[3] Papa Francisco, Lumen fidei n. 53.

Fulgencio Espá

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