ACTUALIDAD

domingo, 20 de octubre de 2013

EL ´DÍA DEL SEÑOR: DOMINGO 29 DEL T.O.

   
   La noticia conmovió el corazón del Santo Padre. «Tuve necesidad de venir a rezar aquí», afirmó en su visita a la localidad italiana de Lampedusa. «Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. 

    Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor»[1].

   La Agencia de Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR) publicó que en los seis primeros meses del año 2013 siete mil ochocientos inmigrantes llegaron a las costas de Italia. En España, en el año 2012 entraron de modo irregular al menos tres mil ochocientas cuatro personas, muchas de ellas en las infrahumanas pateras que buscan salvar la distancia que separa África de la península.


   El Papa Francisco no se resigna. «Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad! ¡Y sus voces llegan hasta Dios!».

No es extraño que esos inmigrantes, en ocasiones familias enteras, acudan a traficantes que se lucran con su pobreza. Después, un panorama oscuro se abre paso en su horizonte: muerte, explotación, miseria. El papa Francisco se conmueve al escuchar muy dentro de sí el grito de dolor de tantos que padecen. ¡Cuánto sufrimiento en el mundo! ¡Cuánto grito desesperado! ¡Cuánta muerte injusta!

¿Se conmueve también tu alma? ¿Late tu corazón al ritmo de justicia y caridad que desea el Romano Pontífice?

En el evangelio de hoy, la protagonista de la parábola es una anciana sometida a la arbitrariedad de un funcionario. Busca justicia, pero no la encuentra, a causa de la malicia del juez. La ignora. Sin embargo, ella –insistente, constante– no se cansa en su deseo de exigir, y acude una y otra vez al juez inicuo con el objetivo de obtener su propósito. Finalmente, alcanzará lo que desea.

La indiferencia del juez fue quebrantada por la constancia de la vieja. Ella logró burlar el pasotismo del jerarca. ¿Y nosotros conseguiremos reventar la habitual indiferencia con respecto a los que sufren?
Se ve como normal que cada día se alce al cielo el grito de tantos que pasan hambre, sed o son injustamente tratados. El Papa acusa a nuestros tiempos de una globalización de la indiferencia. Parece que no es culpa de nadie... y por eso mismo es culpa de todos:

«Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizá pensamos: “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz».

El Papa tiene claro la causa de ese pasotismo: la cultura del bienestar. Ella «nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!».

Y todo por una sencilla razón: porque estoy demasiado a gusto en mi pequeño mundo de comodidades.

Decía el Papa Francisco, en su discurso a los responsables del dicasterio vaticano encargado de las migraciones, que la carne de los refugiados es la carne de Cristo. Aún podríamos decir un poco más: todo hermano es Cristo para mí, si bien muy especialmente el que pasa necesidad. Lo dice Jesús mismo, en el capítulo 25 de san Mateo, y lo ha tratado de vivir cada cristiano que ha creído con alma y corazón en Él.

Preocupa al Romano Pontífice la total indiferencia del hombre moderno con respecto al prójimo. Piénsalo: casi casi podríamos afirmar que los demás preocupan en la medida en que causan un bien. ¡Hemos perdido el gusto por el amor verdaderamente humano, de entrega y comunión!

Se llega a esta situación cuando se exacerba la cultura del bienestar. El cerebro se llena de preocupaciones inútiles y el corazón, de cosas superfluas. Se navega por el mar de la indiferencia cuando la ansiedad es el móvil, la gomina, los potingues, la plancha de pelo y mi cuenta de la red social. Se globaliza la falta de amor a los demás y a los necesitados cuando un día de estudio o de trabajo amanezco a las diez de la mañana sin que me tiemble la ceja, reduzco mi productividad matutina a un café aguado y una sesión de facebook o similar y no cumplo mi responsabilidad, salvo que me dé un ataque de repentino remordimiento.

¡Que sí!, que el mundo ya no aguanta vivir así: saturado de cosas mientras otros padecen. ¿Lo peor? que abarca a todos los ámbitos de la vida; y es difícil que crezca la verdadera amistad y el amor permanente que da origen a lo verdaderamente bueno.

¿Y qué vamos a decir sino que es verdad? Así nos va.
Cedamos al impulso del buen amor. Salgamos de nosotros mismos, con un primer y magnánimo gesto de pobreza y reciedumbre, para abrirnos a la belleza del prójimo y el mandato de la caridad.

Fulgencio Espá, Con Él, octubre 2013

EVANGELIO

San Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

[1] Papa Francisco, Homilía (08-07-2013).

No hay comentarios:

Publicar un comentario