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lunes, 30 de diciembre de 2013

La vida secreta de Walter Mitty

  
   En 1947, el artesano Norman Z. McLeod (“Pistoleros de agua dulce”, “Plumas de caballo”, “Si yo tuviera un millón”, “Alicia en el País de las Maravillas”, “El asombro de Brooklyn”, “Camino de Río”, “Rostro pálido”) dirigió “La vida secreta de Walter Mitty”, adaptación del relato de James Thurber, protagonizada por Danny Kaye y Virginia Mayo. 

  Después de que un proyecto de “remake” pasara por numerosas manos, ahora el cómico neoyorquino Ben Stiller (“Bocados de realidad”, “Un loco a domicilio”, “Zoolander”, “Tropic Thunder”) da un giro a su filmografía como actor y director, y produce, dirige y protagoniza una actualización muy libre de esa tragicomedia optimista e imaginativa, con resultados notables.

   Ya en la cuarentena, Walter Mitty (Ben Stiller) lleva dieciséis años trabajando eficazmente en la sección de negativos de la sede central de la revista “Life”, en Nueva York. Aunque es buena gente, padece graves problemas para relacionarse, por su carácter gris y apocado, y porque sufre a menudo singulares fugas mentales, durante las que se imagina a sí mismo como un héroe, protagonizando las hazañas más alucinantes. Esto le dificulta manifestar con normalidad sus sentimientos a la atractiva Cheryl Melhoff (Kristen Wiig), que trabaja en el Departamento de Contabilidad. En ésas, el nuevo y agresivo director de la revista, Ted Hendricks (Adam Scott), anuncia a toda la plantilla que el próximo número será el último en papel, pues la revista “Life” pasa a ser exclusivamente on line, con la consiguiente reducción de personal. 


Y, para la última portada impresa, exige a Mitty una fotografía concreta —el negativo 25—, que el legendario reportero Sean O’Connell (Sean Penn) ha seleccionado personalmente. Pero la foto no parece por ningún sitio. Así que Mitty hace suyo el aguerrido lema de la revista “Life”, se lanza por fin a la aventura, y busca al incomunicado y solitario O’Connell a contrarreloj y por medio mundo: Groenlandia, Islandia, Afganistán, Nepal…
   Algunos críticos han reprochado la irregularidad narrativa del guion de Steve Conrad (“En busca de la felicidad”) y su tono demasiado naïf e ingenuo, defectos que explicarían —según ellos— la ausencia de la película en los principales premios de la crítica, en las nominaciones a los Globos de Oro y, previsiblemente, en la carrera hacia los Oscar. Sus arritmias son evidentes, sobre todo en la segunda mitad del filme, en la que se alargan en exceso diversas situaciones poco sustanciales. Sin embargo, muchos consideramos el tono amable e idealista de esta fábula moral como una de sus principales virtudes, sobre todo en lo que tiene de exaltación a lo Frank Capra del amor caballeroso, el trabajo bien hecho y el compromiso solidario frente a la deshumanizadora tiranía materialista del dinero y el poder. Es precisamente ese enfoque del ser humano —a la vez realista y luminoso— lo que hace entrañables a los personajes —todos ellos, interpretados con frescura y convicción, y sin excesos histriónicos—, y lo que eleva muchísimo la intensidad emocional de su lúcido homenaje al viejo periodismo de raza —sin las facilidades de Internet ni las mentiras del Photoshop—, especialmente en el espléndido desenlace.. 
   Por lo demás, la música de Theodore Shapiro, la fotografía de Stuart Dryburgh, el montaje de Greg Hayden, el diseño de producción de Jeff Mann y el vestuario de Sara Edwards están cuidados al detalle, resultan muy sugerentes en sí y refuerzan la ágil y vistosa puesta en escena de Ben Stiller, mucho más cercana —por fuera y por dentro— a la de Robert Zemeckis en “Forrest Gump” que a las anteriores películas del cómico como director. Además, Stiller mantiene el tipo en las espectaculares secuencias de acción, en los surrealistas contrapuntos oníricos y en los pasajes más dramáticos, y se luce en unos cuantos golpes de humor muy divertidos. Queda así un cóctel de géneros con un grato regusto clásico, y que puede gustar a un público muy amplio. Veremos si es así.(Cope J. J. M.)

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