Más de 200.000 personas participaron ayer en Madrid a la beatificación del sucesor del fundador del Opus Dei.
Ni
una gota. Como en Roma, en la canonización de san Josemaría Escrivá de
Balaguer. El sol acompañó ayer a la macrobeatificación de Álvaro del
Portillo, su sucesor al frente del Opus Dei y primer prelado en la
historia de la Obra.
Aunque los inscritos oficialmente superaban las
135.000 personas, se calcula que fueron más de 200.000 los participantes
en la eucaristía en la que el sacerdote madrileño era reconocido como
modelo de santidad. Costaba ver el final de la avenida. El desértico
barrio de Valdebebas cobró vida por unas horas en una ceremonia
presidida por el cardenal Angelo Amato, el prefecto de la Congregación
para la Causa de los Santos, y concelebrada por el arzobispo emérito de
Madrid y administrador apostólico de la archidiócesis, Antonio María
Rouco Varela, y el obispo prelado del Opus Dei, Javier Echevarría.
Pasaban
veinte minutos de las doce de la mañana cuando se desplegó la imagen
del rostro complaciente del nuevo beato junto al altar. Un aplauso
recorrió al segundo la gran avenida cuando se percibió la sonrisa de
Álvaro del Portillo, grabada en el colectivo de los participantes en la
misa y reflejada en varios momento por Amato durante su homilía. «Su
humildad no era áspera, llamativa, exasperada; sino cariñosa, alegre. Su
alegría derivaba de la convicción de su escasa valía personal», comentó
el delegado papal sobre una de las virtudes del prelado, que a menudo
echaba mano de san José de Calasanz, Miguel de Cervantes y jaculatorias
para recordarse a sí mismo y a quienes le acompañaban como «imitación e
identificación con Cristo, manso y humilde de corazón».
Afán apostólico
En
esta misma línea, valoró cómo «su delicadeza en el trato iba unida a
una riqueza espiritual excepcional, en la que destacaba la gracia de la
unidad entre la vida interior y el afán apostólico infatigable», como
demostraba la presencia de peregrinos de 80 países, signo de la
universalidad de la Iglesia y del compromiso con la labor evangelizadora
del Opus Dei.
El prefecto de la Congregación para las Causas de
los Santos puso de manifiesto su estrecha relación y disponibilidad como
persona de confianza de san Josemaría, a quien conoció cuando tenía 21
años. «Huía de todo personalismo, porque transmitía la verdad del
Evangelio y la integridad de la tradición, no sus propias convicciones»,
subrayó sobre un hombre que sacó adelante el Concilio Vaticano II y que
apostó por el papel de los laicos en la Iglesia: «El beato Álvaro del
Portillo transmitía el buen olor de Cristo, que es el aroma de la
auténtica santidad».
Tomando como referencia el ejemplo de Álvaro
del Portillo, el cardenal quiso mirar a la actualidad, para apuntar que
«la Iglesia y el mundo necesitan del gran espectáculo de la santidad,
para purificar, con su aroma agradable, los miasmas de los muchos vicios
alardeados con arrogante insistencia». Así, Amato insistió en que
«ahora más que nunca necesitamos una ecología de la santidad, para
contrarrestar la contaminación de la inmoralidad y de la corrupción. Los
santos nos invitan a introducir en el seno de la Iglesia y de la
sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que renueva la faz de la
Tierra».
Escuchaban sus palabras desde la primera fila, entre
otras autoridades nacionales e internacionales, los ministros del
Interior, Jorge Fernández Díaz, y de Economía, Luis de Guindos. En el
altar le acompañaban 16 cardenales, entre ellos Antonio Cañizares –en
una semana tomará posesión como arzobispo de Valencia–, y 180 obispos,
en una ceremonia cargada de gestos. Como la segunda lectura, leída por
Roberto Maccio Grillo, un ingeniero industrial italiano, que quiso
agradecer de esta manera la intercesión del beato para encontrar
trabajo. O las flores y las lámparas portadas por dos hermanos
madrileños que trabajan el Centro de Cuidados Laguna, perteneciente a la
Obra, y dedicado al cuidado de ancianos y enfermos terminales.
Antes
de concluir la misa, que estuvo acompañada por la música del Coro y
Orquesta de la Jornada Mundial de la Juventud, el actual prelado del
Opus Dei, Javier Echevarría, destacó cómo su predecesor mostró cómo «el
cumplimiento cabal de los propios deberes marca el camino de la
santificación personal, la senda que conduce a la plena unión con Dios, a
la que todos debemos aspirar». Las palabras de Echevarría fueron
aplaudidas cuando agradeció el respaldo de los Papas a la obra. «Imagino
la alegría –parte de la gloria accidental– que tendrán en el cielos los
santos pontífices Juan XXIII y Juan Pablo II, y el próximo beato Pablo
VI, a quienes don Álvaro sirvió con fidelidad plena y trató con afecto
filial».
Rouco Varela: «Nos bendice especialmente desde el cielo»
«Me
atrevería a decir que el beato Del Portillo, nacido aquí, es
particularmente nuestro, y que nos bendice especialmente desde el
cielo», recordó en su interevención al finalizar la eucaristía el
cardenal arzobispo emérito de Madrid, Antonio María Rouco Varela, que
destacó del sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer sus raíces
madrileñas y los frutos de su vida, «por el bien espiritual y social que
hacen tantas iniciativas que a él deben su primera inspiración». En uno
de sus últimos actos multitudinarios como administrador apostólico de
archidiócesis antes de la toma de posesión de Carlos Osoro como
arzobispo de Madrid, recordó cómo la beatificación le recordó a la JMJ
de Madrid, «que supuso una lluvia de gracias para todos».
El detalle
EL NIÑO DEL MILAGRO PORTÓ SUS RELIQUIAS
Durante
el canto de alabanza, el niño chileno José Ignacio Urreta portó las
reliquias en procesión hasta el altar, acompañado de sus padres, y
agradeció a Dios el milagro en el que intercedió Álvaro del Portillo y
gracias al cual pudo superar un paro cardiaco. Su abuela rezó al beato
por él y lo superó.
La razón
No hay comentarios:
Publicar un comentario