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jueves, 4 de junio de 2015

Carta del Prelado del Opus Dei (junio de 2015)


   El Prelado continúa sus reflexiones sobre la vida familiar. En este mes, se detiene en la consideración del cuidado material del hogar y del buen clima en familia, donde es posible "un auténtico diálogo contemplativo"
   El recuerdo, con inmensa alegría y gratitud a Dios y a la Santísima Virgen, de la reciente primera conmemoración litúrgica del beato Álvaro del Portillo, y la próxima fiesta de san Josemaría, da pie al Mons. Javier Echevarría para continuar sus reflexiones sobre la vida familiar, una realidad surgida desde el principio en el Opus Dei y que, ahora, cae sobre el alma de cada una y de cada uno: transmitir el ambiente de hogar de esta “pequeña familia”, muy numerosa en el seno de la Iglesia.
   Rezar más en el año mariano por la institución familiar –afirma el Prelado− nos invita a considerar algunos de sus rasgos propios, que brillan como reflejo del ambiente de la Santa Casa de Jesús, María y José, pues “a esa familia pertenecemos”, como afirmaba nuestro amadísimo Padre, al pensar en los Centros de la Obra y en todos los hogares cristianos, asegurando que el Señor nos ha escogido para que llevemos el amor de Dios, el gozo de servir, y para que pongamos especial empeño en encontrarle entre las paredes del hogar de cada uno o del sitio de trabajo; allí deberían salir de nuestros corazones muchas acciones de gracias, jornada a jornada. La necesidad de cuidar los detalles materiales, ambientales, de la casa, por amor a Dios y a los demás, componen un auténtico diálogo contemplativo. Al afinar en esos pormenores edificamos la Iglesia, el Opus Dei y el propio hogar,

Recuerda que el caminar terreno de san Josemaría está lleno de su amoroso enseñar, que hemos de difundir constantemente, el aire santo de la casa de Nazaret, y que san Josemaría aprendió en la convivencia con sus padres y hermanos, un modo cristiano de comportarse, base muy importante para que se desarrolle armónicamente y sin estridencias la personalidad humana y cristiana de los niños, adolescentes y jóvenes, y rememora el trabajo del Fundador para crear un gozoso clima de hogar en medio de la más absoluta carencia de medios; y soñaba en la universalidad de la Obra, con el mismo tono familiar que hemos de asentar en todos los sitios.
También en este sentido, se refiere el Prelado a la construcción de la sede central del Opus Dei, en que san Josemaría afirmaba que con el empuje de don Álvaro, afirmaba que esos muros “parecen de piedra y son de amor”; porque tan abundante fue la oración, el sacrificio, el trabajo, el interés para acabar bien los edificios, pensando también en las personas que habrían de venir en los años futuros. Su ejemplo y su palabra en este tema fueron la mejor escuela para todos, y de modo especial para las mujeres de la Obra que se ocuparían con el tiempo de la Administración de los Centros, y sus palabras en una reunión familiar, refiriéndose a la importancia de las tareas domésticas: “Se nos irían abajo todos los apostolados, si las hijas mías no llevaran la Administración de esa manera científica, con ese sentido sobrenatural, con esa alegría, con ese empeño de artistas, que saben que sirven a Dios, y que Dios las mira encantado, enamorado de ellas”.
Me atrevo a afirmar −continua− que, en una buena parte, la triste crisis que padece ahora la sociedad hunde sus raíces en el descuido del hogar. Si el padre, la madre, los hijos, se ocuparan con mayor atención de la casa, responsabilizándose con alegría de los diversos quehaceres, se incrementaría la calidad humana; se propagaría la caridad sincera que Cristo ha venido a traernos, y se evitarían muchas causas de conflictos, colaboración  en la que nadie ha de considerarse dispensado: a todos incumbe este empeño. Los padres de familia, aunque tengan muchas ocupaciones profesionales, se han de responsabilizar también de este aspecto, que tanto sostiene a los suyos. “Que no olviden −escribió san Josemaría− que el secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la alegría escondida que da la llegada al hogar; en el trato cariñoso con los hijos; en el trabajo de todos los días, en el que colabora la familia entera; en el buen humor ante las dificultades, que hay que afrontar con deportividad; en el aprovechamiento también de todos los adelantos que nos proporciona la civilización, para hacer la casa agradable, la vida más sencilla, la formación más eficaz”.
También se refiere el Prelado a los hijos y las hijas: cuando van creciendo en edad, también han de tomarse en serio su servicio a la casa. De este modo, “aprenden a ocuparse de su familia, maduran al compartir sus sacrificios, crecen en el aprecio de sus dones[1]. Por otra parte, “la fraternidad en familia resplandece de forma especial cuando vemos la consideración, la paciencia, el afecto con el que se rodea al hermanito o a la hermanita más débil, enfermo o que tiene alguna discapacidad. Los hermanos y las hermanas que hacen esto son muchísimos en todo el mundo, y quizá no apreciamos lo bastante su generosidad”[2].
No puedo omitir −afirma− que doy gracias a Dios por el esmero que mis hijas y mis hijos ponen en el cuidado de los enfermos. De cada uno depende saber transformar en oración los detalles materiales, que ya no son sólo materiales. Estar con Jesús, ver a Jesús en las personas, en los que sufren, ha de convertirse en "lo natural", con continuidad, con un fuerte enlace −como decía nuestro Padre− entre lo sobrenatural y lo natural, en unidad de vida.
Con estas y otras reflexiones sobre la vida familiar, concluye: Jesús, María y José sabían aprovechar sus diversas ocupaciones, hasta las más pequeñas, con un amor que aportaba sabor de hogar amable, alegre, a aquellas pobres habitaciones en las que residían; pobres, pero ricas por la intensidad de contenido sobrenatural y humano de los tres. Así hemos de proceder nosotros, con sentido de responsabilidad, y las veinticuatro horas del día, bien desgranadas en la presencia de Dios, acercarán la tierra al cielo y traerán el cielo a la tierra.
Después de recordar otras fiestas del mes de junio, urge a ir preparándolas bien unidos a san Josemaría. Continuemos rezando por el Papa y sus colaboradores; la próxima solemnidad de san Pedro y san Pablo nos ofrece un buen momento para intensificar esta oración. Y caminad bien unidos a mis intenciones; yo −con la ayuda de Dios− marcho a vuestra vera, afirma que con gran júbilo aludo ahora a los días de la pasada ordenación sacerdotal: fueron jornadas de intensa unidad y todos los participantes manifestaban unánimemente, con otras palabras: quam bonum et quam iucúndum habitáre fratres in unum![3], es decir, ¡qué estupendo es hacer familia!

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