Tiempo de esperanza. Hora de acelerar el paso con María para preparar la llegada del Dios Niño a nuestros hogares y corazones. Acompaño mis reflexiones.
María ocupa un lugar muy destacado en el Aviento. Se puede decir que con Ella comenzó la presencia de Dios entre los hombres. Ella lo introdujo en este mundo al secundar el proyecto redentor divino. Cuando le ángel le expone el plan de Dios y Ella lo acepta, tiene lugar uno de los momentos estelares de la Historia. Entonces hubo verdadero Adviento.
La iniciativa es divina pero se llevará a efecto con la libre cooperación de esta joven hebrea llamada María. ¿Por qué nació Jesucristo de una virgen? No se trata de una minusvaloración del matrimonio, ni de asegurar la filiación divina de Cristo. Se trata de que quede patente, como recuerda S. Pablo en la 2ª Lectura de hoy, que la salvación del mundo es obra exclusiva de “Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en los escritos proféticos”.
Recordemos brevemente esos escritos del AT que preparan el misterio de María. El inicio lo encontramos en Sara que era estéril y por el poder de Dios concibe en su ancianidad a Isaac, convirtiéndose así en madre del pueblo elegido. Continúa con Ana, la madre de Samuel, que también da a luz siendo estéril. Otro tanto sucede con la madre de Sansón, y con Isabel la madre del Bautista. En todos estos casos, el significado de lo acontecido es el mismo: la salvación no procede del hombre y de su poder sino de Dios. La salvación de Dios se produce allí donde humanamente no cabe esperar nada: el hijo de la promesa nace del seno de una mujer anciana y sin fuerzas y continúa hasta el nacimiento del Salvador del seno virginal de María. Desde la lógica de Dios revelada en la S. Escritura, esto no expresa otra cosa que el carácter gratuito de la salvación ofrecida por Dios a la Humanidad.
Este misterio de la gracia de Dios que se realizó en María nos recuerda la importancia de nuestra colaboración con el proyecto divino de salvación. María se nos muestra como la esclava del Señor, la que no tiene planes personales al margen de los de Dios, la que se pone a su entera disposición: “Hágase en mí según tu palabra”. “De que tú y yo nos portemos como Dios quiere, no lo olvides, dependen muchas cosas grandes” (San Josemaría Escrivá).
¿Cómo vamos de obediencia a los mandatos de Dios? ¿Nos damos cuenta de que si asumimos los criterios que Jesucristo propone nos alineamos con los grandes proyectos que Él tiene sobre la Humanidad y trabajamos también por la edificación de una sociedad más justa y pacífica? María declaró en ese jubiloso cántico que entonó en casa de su prima Isabel: que Dios derriba de su pedestal a los soberbios y encumbra a los humildes. Ella misma es una prueba de esta glorificación reservada a quienes secundan los planes de Dios: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones”. Así ha sido durante siglos anteriores a nosotros, así es hoy y así será hasta que se cumpla la última hora de la Historia. Ella pasó de ser una aldeanita de un oscuro rincón a convertirse en la mujer más querida y admirada de la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario