«Necesitamos educar con referencias espirituales y con valores transcendentes Diseñar la educación a bandazos, al albur del viento político que más sople, es un verdadero despropósito»
Con la llamada “ley Celaá” se anuncia la enésima reforma educativa en este país. Cuándo llegará un consenso educativo estable que, dejando a un lado la injerencia continua de las ideologías políticas de turno, otorgue a las familias y a los educadores el verdadero protagonismo que deberían tener en la educación.
Diseñar la educación a bandazos, al albur del viento político que más sople, es un verdadero despropósito. No se puede jugar con lo más valioso que tenemos: las personas que crecen, maduran y proyectan su vida y el futuro de la sociedad.
La “ley Celaá” plantea unas medidas tácticamente pensadas para dificultar en lo posible la educación de la religión en las aulas. Históricamente, A. Comte, padre del positivismo moderno, teorizó la necesidad de anular la religión transcendente para construir una sociedad avanzada. Él mismo, sin embargo, intuyó el peligro. Entendió, no sin lucidez, que tal cancelación dejaría un vacío de valores absolutamente necesarios para configurar consistentemente la vida social. Y promovió −oh paradoja de la historia− una especie de “religión civil”, unos valores laicos sin referencia a Dios, con sus propias ceremonias, normativa moral, funcionarios del culto, etc.
En otros momentos de la historia, con un similar perfil paradójico y artificial, se ha pretendido sustituir la religión transcendente por otra, ya no una “civil” como pretendía Comte, sino otra más ideológica. Pero siempre resurge la necesidad de que la persona crezca con la referencia a Dios, con unos valores religiosos enriquecedores y liberadores de esclavitudes y dependencias.
El Evangelio, más allá de una creencia particular, es patrimonio de la humanidad. Del impulso evangélico, razonado y hecho cultura, han nacido los principales valores y las más grandes obras del ingenio humano. ¿Cómo vamos a renunciar a ese saber? ¿Cómo entenderemos las catedrales, las universidades, las obras innumerables de literatura, pensamiento y ciencia que atesora la cultura humana, sin enseñar la fe que las ha originado e impulsado?
Nadie puede entender con seriedad nuestra cultura al margen de la formación cristiana. La mayor parte de los valores humanos, morales, estéticos, educativos, sociales, etc., de los que hacemos gala, tienen una profunda raíz cristiana. Vivimos de esa herencia recibida. Conocerla, lejos de ser una catequesis privada, es llave de acceso a un saber extraordinario, cultura, arte… Los santos, modelos de vida, nos ha hecho crecer como personas y como sociedad; son creadores de bondad, justicia, misericordia, desarrollo humano y social. Los errores que hayan podido cometer instituciones y personas cristianas, no son consecuencia de la fe, sino de haberla dejado de lado.
El valor de la educación religiosa es bien visible salvo para el que no quiera verlo. El reciente ‘Informe 2020 Panorama de la Religión en la Escuela’, revela con abundantes datos la amplísima satisfacción de alumnos, profesores y familias sobre la enseñanza de la religión en escuelas concertadas y públicas. Para la elaboración de este informe, se encuestaron a 18.000 personas entre alumnos, antiguos alumnos, familias que escogían esta enseñanza, así como a profesores y futuros profesores de esta asignatura.
Entre las conclusiones que se obtienen resaltan estos datos: un 86% de los encuestados considera que esta asignatura ayuda a “comprender otras culturas”, un 85% afirma que contribuye a “construir la diversidad social y religiosa en las sociedades actuales”, un 83% opina que esta formación ayuda al “pleno desarrollo de la personalidad de los alumnos”, así como un 84% añade que “facilita una educación de la interioridad que contribuye a la autonomía personal y la responsabilidad social”.
En suma, a través de este informe observamos que una gran parte de los participantes de esta encuesta coinciden en que la enseñanza de religión ayuda a ser más tolerantes y mejores personas, y que aporta a una formación ética y a la ciudadanía global. La gran mayoría de las familias considera que “es necesaria en la educación de sus hijos” y que “es buena por los valores que enseña, y porque aumenta la cultura general”. Asimismo, los antiguos alumnos que participaron en este informe señalan que les ayudó en su vida profesional y personal, que la volverían a cursar, y que la elegirían para sus hijos.
Necesitamos educar a nuestros alumnos con referencias espirituales y con valores transcendentes, que liberan y levantan la mirada más allá de este mundo. La religión nos da libertad, cultura, profundidad, valores eternos, promoción de la persona… nos hace mirar y crecer hacia lo importante y permanente. Y nos libera, por tanto, de las cadenas de las ideologías de turno, pasajeras por antonomasia.
José Manuel Fidalgo,
en larazon.es
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