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domingo, 6 de noviembre de 2011

EL DÍA DEL SEÑOR: LA VIGILANCIA DEL AMOR

Boda judía
   La parábola que leemos en el Evangelio de la Misa (1) se refiere a una escena ya familiar al auditorio que escucha a Jesús, porque de una manera o de otra todos la habían presenciado o habían sido protagonistas del suceso. El Señor no se detiene, por este motivo, en explicaciones secundarias, conocidas por todos. Entre los hebreos, la mujer permanecía aún unos meses en la casa de sus padres después de celebrados los desposorios. 

   Más tarde, el esposo se dirigía a la casa de la mujer, donde tenía lugar una segunda ceremonia, más festiva y solemne; desde allí se dirigían al nuevo hogar. En casa de la esposa, ésta esperaba al esposo acompañada por otras jóvenes no casadas. Cuando llegaba el esposo, las que habían acompañado a la novia, junto con los demás invitados, entraban con ellos y, cerradas las puertas, comenzaba la fiesta.

   La parábola, y la liturgia de la Misa de hoy, se centra en el esposo que llega a medianoche, en un momento inesperado, y en la disposición con que encuentra a quienes han de participar con él en el banquete de bodas. El esposo es Cristo, que llega a una hora desconocida; las vírgenes representan a toda la humanidad: unos se encontrarán vigilantes, con buenas obras; otros, descuidados, sin aceite.

   Lo anterior es la vida; lo posterior -la llegada del esposo y la fiesta de bodas-, la bienaventuranza compartida con Cristo (2). La parábola se centra, pues, en el instante en que llega Dios para cada alma: el momento de la muerte. Después del juicio, unos entran con Él en la bienaventuranza eterna y otros quedan tras una puerta para siempre cerrada, que denota una situación definitiva, como Jesús había revelado también en otras ocasiones (3). Ya el Antiguo Testamento señala, a propósito de la muerte: Si un árbol cae al sur o al norte, permanece en el lugar en que ha caído (4). La muerte fija al alma para la eternidad en sus buenas o malas disposiciones.

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Francisco Fernández / Juan Ramón Domínguez

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