La liturgia de la Iglesia continúa en estas semanas finales del año litúrgico alentándonos para que consideremos las verdades eternas. Verdades que deben ser de gran provecho para nuestra alma. Leemos en la Segunda lectura de la Misa (1) que el encuentro con el Señor llegará como un ladrón en la noche, inesperadamente. La muerte, aunque estemos preparados, será siempre una sorpresa.
La vida en la tierra, como nos enseña el Señor en el Evangelio (2), es un tiempo para administrar la herencia del Señor, y así ganar el Cielo. Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos: a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. Él conocía bien a sus siervos, y por eso no dejó a todos la misma parte de la herencia. Hubiera sido injusto echar sobre todos el mismo peso.
Distribuyó su hacienda según la capacidad de cada uno. Con todo, aun al que recibió un solo talento le fue confiado mucho. Pasado algún tiempo, el señor regresó de su viaje y pidió rendición de cuentas a sus servidores. Los que habían tenido la oportunidad de comerciar con cinco y con dos talentos pudieron devolver el doble; aprovecharon el tiempo en negociar con los bienes de su señor, mientras éste llegaba. Luego, tuvieron la gran dicha de ver la alegría del amo de la hacienda, y se hicieron acreedores de una alabanza y de un premio insospechados: Muy bien, siervo bueno y fiel -les dijo a cada uno-; puesto que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu señor.
El significado de la parábola es claro. Los siervos somos nosotros; los talentos son las condiciones con que Dios ha dotado a cada uno (la inteligencia, la capacidad de amar, de hacer felices a los demás, los bienes temporales...); el tiempo que dura el viaje del amo es la vida; el regreso inesperado, la muerte; la rendición de cuentas, el juicio; entrar al banquete, el Cielo. No somos dueños, sino -como repite constantemente el Señor a lo largo del Evangelio- administradores de unos bienes de los que hemos de dar cuenta. Hoy podemos examinar en la presencia del Señor si realmente tenemos mentalidad de administradores y no de dueños absolutos, que pueden disponer a su antojo de lo que tiene y poseen.
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Francisco Fernández Carvajal
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