“Quien quiera ser el primero...” Jesús
cierra la discusión de sus discípulos sobre quién era el más importante
proponiendo la humildad que se articula en el servicio a quienes nos
rodean. Una llamada, pues, a no creerse superiores a los demás o pensar
que la razón está de nuestra parte y los equivocados son los otros. Al
presentar como modelo de comportamiento a un niño apela a la sencillez
de corazón tan propia de ellos.
¿Es preciso llamar la atención sobre la
importancia que este comportamiento tiene en el hogar y lo determinante
que es para la armonía familiar así como en la vida social? De la
humildad nadie sabe nada hasta que no se presenta el momento de
practicarla y elevamos el amor propio a la altura del zapato. Tal vez
pensemos que no somos personas engreídas, vanidosas, violentas; que
tenemos el amor propio bastante controlado y que, sólo de vez en cuando y
como por descuido, éste salta ofendido. Sin embargo, ¡cuántas veces
reaccionamos sin humildad ante un desaire, un reproche, una indicación
hecha con cariño o ante esos pequeños roces que se producen en el hogar y
en el trato con amigos y colegas y que con un poco de buen humor o
serenidad se superarían!
Preguntémonos: ¿Me ofendo cuando no me
escuchan, no me consultan o mis puntos de vista no son tenidos en
cuenta? ¿Quiero tener siempre la razón, no por amor a la verdad, sino
por afán de dominio? ¿Empleo un tono categórico al hablar que deje bien
clara mi superioridad o mi competencia al hablar, sin prestarme al
diálogo o haciéndolo por pura táctica? ¿Culpo a los demás de que las
cosas no marchen como debieran y jamás, o raras veces, pienso si ello es
debido a mis omisiones? ¿Pido consejo comprendiendo que no hay empAlresa,
por pequeña que sea, que no cuente con un buen número de asesores, un
consejo de administración, redacción, etc? En fin, y para no cansar,
¿justifico mis equivocaciones con las manidas expresiones creí que, es
que, pensé qué, u otras semejantes?
La sencillez esta la base de todas las
virtudes cristianas. Jesús nos pide que tomemos nota de las buenas
cualidades que adornan a los niños, “no por la edad sino por la
sencillez” (1 Cor 14, 20). La humildad trae hasta nosotros la paz, la
calma y la serenidad que proporciona a los pequeños el abandono confiado
en los brazos de sus padres.
Cuando no se va mendigando el aplauso de
los demás -tantas veces interesado- o la primacía sobre quienes nos
rodean, sino el reconocimiento y la aprobación del Señor, el alma se
instala en esa placidez y ese reposo del niño que vive persuadido que
sus padres no le abandonarán o perjudicarán haga lo que haga y pase lo
que pase. Recordemos también que nadie sabe de la humildad más que
María. Ella nos ayudará a practicarla si se lo suplicamos.
Justo Luis R. Sánchez de Alva
Almudí
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