"Cristo nuestro
Señor, enseña S. León Magno, manifestó su gloria a unos testigos
predilectos; y les dio a conocer en su cuerpo, en todo semejante al
nuestro, el resplandor de su divinidad. De esta forma, ante la
proximidad de su Pasión, fortaleció la fe de los apóstoles para que
sobrellevaran el escándalo de la cruz; y alentó la esperanza de la
Iglesia al revelar, en sí mismo, la claridad que brillará un día en todo
el Cuerpo que le reconoce como Cabeza suya".
"Escuchadle". Fue la voz que escucharon
los discípulos en esta portentosa revelación de la divinidad de su
Maestro. Si siempre debemos orar sin desanimarnos (Cf Lc 18,1 y ss.),
con mayor motivo en los momentos de crisis para reafirmarnos en el
camino y que la esperanza no decaiga.
Oración es hablar con Dios, pero también
escucharle. Hay distintos modos de orar: alabando a Dios, pidiéndole
ayuda o perdón, dándole gracias por los beneficios recibidos de Él. Pero
la oración tiene también el claro objetivo de escuchar a Dios para
conocerlo y amarle más y así "transforme nuestra condición humilde según
el modelo de su condición gloriosa", como reza la 2ª Lectura de hoy.
La Transfiguración del Señor nos impulsa
también a nosotros a mostrar su rostro mientras caminamos hacia la
Pascua eterna. "Nosotros, enseña S. Pablo, reflejamos la gloria de Dios y
nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente... Dios
ha brillado en nuestros corazones para que nosotros iluminemos, dando a
conocer la gloria de Dios reflejada en Cristo" (2 Co 3,18;4,6). Hemos de
reflejar a Cristo con nuestro comportamiento, nuestra conversación,
nuestra mirada, nuestra sonrisa... ¡Qué impacto tan beneficioso ejerce
en los demás la persona que irradia paz y no siembra discordias; que es
alegre aunque palpe las asperezas de la vida; que es servicial,
generosa, comprensiva, atenta, cortés... Cuando un cristiano se conduce
así, deja traslucir algo de la gloria del Señor y los que le tratan la
perciben.
"Escuchadle". Escuchamos a Cristo cuando
participamos en la Santa Misa y estamos atentos y receptivos a las
Lecturas; cuando secundamos la voz del Espíritu Santo que resuena en
nuestra conciencia animándonos a ser mas generosos en todo o
recriminándonos nuestra desidia, nuestro egoísmo; cuando tenemos el
hábito de leer con frecuencia el Evangelio y grabamos en el corazón esas
palabras; cuando escuchamos la voz de la Iglesia, tanto del Papa y los
Obispos, como de quienes recibimos un consejo espiritual acertado.
Justo Luis R. Sánchez de Alva
Almudí
Almudí
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