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miércoles, 20 de febrero de 2013

El islam: ¿solución o problema?

   Buen artículo de Aceprensa sobre este espinoso tema. Ofrezco un resumen:

Mucho antes de que estallara la “primavera árabe” –¡hace ya dos años!– el grito unánime que parecía unir a los países musulmanes frente a la “modernidad” importada por las potencias coloniales o el fracaso del nacionalismo árabe, era el de “El islam es la solución”. Ahora, los enfrentamientos en los países que derrocaron las dictaduras llevan a plantearse si el islam es el problema.

   Las dictaduras más o menos encubiertas que acogieron la herencia colonial, con algunas excepciones, se habían ocupado de reprimir a fondo las organizaciones consideradas “islamistas” y que propugnaban ese islam político que llevaba en sí la solución a todos los problemas sociales y económicos. Así, cuando estallaron las ya históricas revueltas populares, el islamismo reprimido durante décadas por las dictaduras militares –Túnez, Egipto, Libia…– no tardó en ponerse a la vanguardia de los movimientos espontáneos de protesta que, sin cabeza ni organización, derrocaron los corrompidos regímenes que, hasta entonces, habían gozado de la protección occidental.


Egipto: islamistas en el poder
Dos años después ¿con qué nos encontramos? Los islamistas se han hecho con el poder, tal y como estaba previsto, pero, de momento, no se ha podido comprobar que el islam haya sido la solución de nada. Las manifestaciones de protesta se suceden en los países que fueron pioneros de la “revolución” –Túnez y Egipto– ante la incapacidad manifiesta de los nuevos gobernantes de hacer frente a las dificultades económicas, el paro creciente y, sobre todo, el radicalismo islamista que trata de imponer nuevas costumbres a una sociedad mucho más pluralista de lo que se creía.

Las ilusiones perdidas
   ¿Podría concluirse que el “slogan” prerrevolucionario de “islam es la solución”, está siendo sustituido por el de “el islam es el problema? Sería aventurado decirlo, aunque la conclusión a que están llegando muchos analistas árabes –no digamos ya los occidentales– es que se han perdido las ilusiones suscitadas por la “primavera árabe”. La impresión se refuerza si añadimos a este panorama la situación de caos que prevalece en Libia (ver artículo relacionado) donde proliferan las milicias armadas y anarquistas y, sobre todo, la guerra de Siria que enfrenta al propio mundo islámico y cuya complejidad exige un análisis más profundo.

   La idea generalizada es que las dictaduras militares de Ben Ali, Mubarak y Gaddafi están siendo sustituidas por teocracias oscurantistas que tratan de llevar a la “umma” –la comunidad islámica– a los tiempos de Mahoma. 

   No habrá atisbo de solución mientras no sean los propios países islámicos, empezando por la rica Arabia Saudita, los que condenen sin ambages el yihadismo y lo combatan en el seno de sus propias sociedades, de sus predicadores, de sus imanes, de sus ulemas. Con lo cual volvemos a la raíz de la única revolución que podría acabar –a largo plazo, eso sí– con la violencia en el islam: su conciliación con la razón y la libertad. O sea, la utopía.

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