Adolf Eichmann fue el nazi encargado de coordinar el transporte de los judíos a los campos de concentración. Al finalizar la guerra huyó a Argentina, donde llevó una vida normal durante quince años ocultando su verdadera identidad. En 1961, tras su secuestro y traslado ilegal a Israel, se inició en Jerusalén el juicio a Eichmann, acusado de genocidio contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial y de crímenes contra la humanidad.
En 1999, ya se afrontó cinematográficamente este tema en un largo documental francés dirigido por Eyal Sivan, titulado “El especialista. Retrato de un asesino moderno”. Por otra parte, años después, la película de ficción “Eichmann”, de Robert Young (2007), contaba todo esto desde la perspectiva del acusado.
La cuestión es que el juicio tuvo un importante eco internacional, y fue objeto de intensas polémicas. Por ello, medios de todo el mundo quisieron enviar corresponsales. “The New Yorker” envió, a petición de ella, a Hannah Arendt, una conocida filósofa judía alemana en el exilio, discípula —y algo más— de Martin Heidegger, y afincada en Estados Unidos desde 1941.
La película “Hannah Arendt” arranca en ese preciso momento, y nos cuenta las reacciones que se produjeron entre los judíos cuando “The New Yorker” comenzó a publicar sus artículos, recopilados finalmente en un libro, editado en 1963 en Nueva York con el título de “Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal”. En esos artículos, Arendt definía a Eichmann como un burócrata, que obedecía automáticamente las órdenes de sus superiores sin cuestionarse nada, sin que su humanidad ni si conciencia se pusieran en juego. A esa situación indolente, que los filósofos antitotalitarios del movimiento “Carta 77” llamarían posteriormente “escatología de la impersonalidad”, Arendt la denominó “la banalidad del mal”.
Esta reflexión fue criticada por pensadores judíos, pero lo que realmente la enemistó con gran parte de la comunidad judía, y con sus colegas hebreos de la Universidad, fueron los párrafos que dedicó a los conocidos Consejos Judíos, a los que acusó de cierto colaboracionismo con el Tercer Reich. Intentaron echarle de la Universidad, y gran parte de sus amigos le retiraron el saludo. Especialmente doloroso para Arendt fue su ruptura con Hans Jonas (Ulrich Noethen), amigo del alma que se negó a volver a hablarle. Él la acusó de antisionista, y como tantos viejos amigos, decidieron que Hannah no estaba involucrada en el destino de su pueblo. Ella se sintió incomprendida, sola e injustamente tratada. Este revés en la vida de Hannah es precisamente de lo que trata el filme.
Es realmente admirable que alguien se atreva a hacer una película como ésta, y que además lo consiga desde el punto de vista financiero. Llevar a la pantalla un episodio de la vida de una filósofa, cuyo trabajo fue eminentemente intelectual, y conseguir un entretenido resultado, tiene indudable mérito. La responsable es una veterana de cine alemán, Margarethe von Trotta, cuyo anterior largometraje, “Visión”, estaba también dedicado a una singular mujer: la religiosa mística Hildegarda de Bingen.
Volviendo a “Hanna Arendt”, la cineasta consigue, desde la ficción, introducirnos en el sufrimiento de Arendt, en su coherencia moral, en sus conflictos íntimos, en su carácter audaz. Por supuesto, que esto no hubiera sido posible sin la magistral interpretación de la actriz alemana Barbara Sukowa, que hizo de Hildegarda von Bingen en la antedicha “Visión”. En realidad, toda la película pivota sobre ella, ya que la puesta en escena es muy clásica, incluso académica. Pero el mayor interés está en las discusiones que plantea, en los discursos de Arendt y sus diatribas. Por ello, el público de esta cinta requiere unos mínimos de formación que le permitan navegar sin naufragar por esta pequeña historia. Alrededor de ella circulan personajes de cierto interés, como las amigas de Arendt: la famosa novelista Mary McCarthy (Janet McTeer) o la posterior administradora de su obra, Lotte Köhler (Julia Jentsch). Pero, sobre todo, destaca su segundo marido, Heinrich Blücher (Axel Milberg), personaje fundamental para humanizar a la protagonista. En cambio, Heidegger (Klaus Pohl), en los flashbacks que recuerdan el pasado de nuestra filósofa, está dibujado más toscamente, rayando quizá la caricatura.
En definitiva, una película muy instructiva e interesante, que debieran ver no sólo los amantes de la historia, sino los estudiantes de Filosofía, Derecho y Ciencias Políticas. J. O. (“Alfa y Omega”).
Dirección: Margarethe von Trotta. País: Alemania. Año: 2012. Duración: 113 min. Género: Biopic, drama. Interpretación: Barbara Sukowa (Hannah Arendt), Axel Milberg (Heinrich Blücher), Janet McTeer (Mary McCarthy), Julia Jentsch (Lotte Köhler), Ulrich Noethen (Hans Jonas). Guion: Pamela Katz y Margarethe von Trotta. Producción: Bettina Brokemper y Johannes Rexin. Música: André Mergenthaler. Fotografía: Caroline Champetier. Montaje: Bettina Böhler. Diseño de producción: Volker Schäfer. Vestuario: Frauke Firl. Distribuidora: Surtsey Films. Estreno en Alemania: 10 Enero 2013. Estreno en España: 21 Junio 2013.
almudi
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