El contraste entre el despectivo juicio de Simón hacia esta mujer y la defensa sin paliativos que Jesús hace de ella, nos revela una vez más la inmensa benevolencia de Dios. El comportamiento de Cristo en este episodio es un bálsamo para nuestro corazón porque también nosotros somos pecadores.
Con dolorido acento se queja el Señor de la desatención con la que ha sido recibido: “Entré en tu casa y no me diste agua para los pies...” Simón le ha abierto la puerta de su casa y le ha ofrecido un banquete, pero la puerta de su corazón está cerrada para Él y por eso ha pasado por alto esos detalles de cortesía que indican que uno es bien acogido.
Esta mujer manifestó a Jesús su gratitud y cariño desafiando críticas y miradas despreciativas. Vierte en sus manos un poco de perfume y va ungiendo poco a poco los pies del Señor con la atención y el respeto con que una madre lava por primera vez a su criatura.
Querría hablar, pero no puede y las lágrimas brotan mansamente de sus ojos, tiernas y calientes, como una ofrenda. Ese llanto libera su corazón y empieza a embargarle una emoción que la ahoga de alegría y que no sintió antes nunca, ni en las rodillas de su madre, ni en los brazos de sus amantes. Llora agradecida por su castidad recobrada, por su condena abrogada, y seca con sus cabellos los pies de quien la ha liberado de la suciedad del pecado.
¡Que poco conoce el corazón humano o qué cinismo hipócrita el de quienes piensan que un pecador habitual no sufre en medio de sus recaídas y no siente hastío y asco de sí mismo! ¡No siempre somos lo bastante discretos o carecemos del tacto necesario para ayudarle a reconducir su vida. Jesús, en cambio, se dirige a ella para decirle lo que quizás ya presiente : “Tus pecados quedan perdonados”.
¡Qué escena ésta en la que se palpa la ternura de Dios con todos sus hijos! Las lágrimas asoman a nuestros ojos como brotaron de los de esta mujer y, con la Iglesia, es fácil decir: ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea Jesucristo Dios y hombre verdadero! ¡Bendito sea su sacratísimo corazón!
Justo Luis R. Sánchez de Alva
Almudí
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