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lunes, 9 de abril de 2012

Rescatados por Cristo


Procesión Domingo de Resurrección Félix Almería   En estos días me ha conmovido especialmente el paso de una procesión del jueves santo. Entre la imaginería barroca y los numerosos nazarenos, con sus picudos capuchones que ocultan los rostros de los penitentes, un grupo de hombres relativamente jóvenes portaba un Cristo de estética más que discutible; los hombres iban con la cabeza descubierta, el semblante serio, unos rapados, otros melenudos; vestían con túnica blanca y capa negra similar al hábito de los frailes trinitarios. Eran los presos de una cercana prisión que portaban al Cristo de la capilla carcelaria.

   Quizá nadie como esos presos entienda el sentido del sacrificio de Cristo, que se entrega a sí mismo a la cruz, a pesar de ser inocente, a cambio de liberarnos a cada uno de nosotros de nuestros pecados y de la muerte. La falta de conciencia del propio del pecado, nuestra frivolidad y la rutina impiden que asumamos que la Pasión y Resurrección nos afectan de lleno porque nos abren las puertas de la cárcel y nos invitan a disfrutar de la alegría de la liberación, de la realidad de que el mal, la miseria humana y la muerte han sido definitivamente vencidos en la Pascua.

En el mensaje para la XXVII Jornada Mundial de la Juventud, Benedicto XVI ha recordado a los jóvenes que «nuestro corazón está hecho para la alegría». La fuente de la alegría es Dios mismo, prosigue el Papa:

»el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina: yo soy amado, tengo un puesto en el mundo y en la historia, soy amado personalmente por Dios».

Vana sería nuestra fe si Cristo no hubiera resucitado, asegura san Pablo. Pero ha resucitado y se queda con nosotros en la Eucaristía y en la comunidad de los creyentes, que es la Iglesia. Es causa de alegría eterna porque, siguiendo con Benedicto XVI, «un cristiano nunca puede estar triste porque ha encontrado a Cristo, que ha dado la vida por él». Por eso el llamamiento final del Papa a los jóvenes es que sean «misioneros de la alegría», es decir testigos de la Resurrección y mensajeros de Cristo que nos ha liberado para siempre.

(En la imagen, procesión del Domingo de Resurrección en Félix, Almería)

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