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domingo, 22 de abril de 2012

Por qué el matrimonio gay es una mala idea

Interesante artículo de Aceprensa. Os reproduzco un resumen. Podéis leerlo AQUÍ

La agitación en torno al matrimonio gay no tiene nada que ver con la libertad y la igualdad, y sí mucho con que algunas élites han descubierto aquí una nueva misión moral. Esto es lo que detecta Brendan O’Neill, director de spiked, donde se publicó originalmente este artículo, con más referencias a la propuesta en el Reino Unido (1).

Una nueva clase ha creado por arte de magia una seudocausa por la cual definirse a sí misma y a sus valores

Cualquiera que se haga la sencilla pregunta de por qué el matrimonio gay ha llegado a ser un tema del que tanto se habla en Norteamérica y en Europa, sin duda concluirá que es la cuestión política más surrealista de nuestro tiempo. No hay campaña popular en su favor; históricamente, los gays no han tenido interés por casarse; y según una reciente encuesta, aunque el 45% de los británicos apoyan el matrimonio gay, el 78% creen que legalizarlo no debería ser una prioridad del Parlamento.


Sin demanda popular
Nada cuadra en el debate sobre el matrimonio homosexual. Nada. Por ejemplo, el derecho al matrimonio homosexual se presenta como un radical toque de generala equivalente a las luchas en pro del sufragio femenino o de los derechos civiles; y, sin embargo, recibe el respaldo entusiasta de instituciones tan insuperablemente ajenas a todo radicalismo como The Times, Goldman Sachs y David Cameron.

Los políticos afirman que deben hacer “lo que se debe” acerca del matrimonio homosexual, al igual que sus homólogos de antaño hicieron lo que se debía hacer dando derecho a voto a las mujeres. Olvidan mencionar que no ha habido en absoluto una campaña pública tenaz, y nadie se ha arrojado delante del caballo de la reina en defensa del derecho de los homosexuales a casarse.

Sedicentes portavoces de los homosexuales presentan este esfuerzo como la conclusión lógica de sus aproximadamente sesenta años de campaña en favor de la igualdad, pasando por alto que hubo un tiempo en que muchísimos activistas homosexuales consideraban el matrimonio y la familia como problemas y exigían el reconocimiento de su derecho de vivir al margen de tales instituciones.
La transformación del matrimonio homosexual en un barómetro de la decencia moral explica por qué el debate que lo rodea está plagado de censura y condena

Devaluación del matrimonio
Algunas personas dirán: ¿Qué más da que la campaña en pro del matrimonio homosexual sea un poco snob y excéntrica? Al menos sus consecuencias serán una mayor igualdad y “derechos nupciales” auténticos para los homosexuales.
Pero incluso en sí mismo, el matrimonio homosexual es una mala idea por muchos motivos. Principalmente porque, aunque se nos presente como un acto maravillosamente generoso de elevación cultural (de las parejas homosexuales), constituye –lo que es más importante– un irreflexivo acto de devaluación cultural (del matrimonio tradicional).
Una institución a la que se incorporan millones de personas por razones muy específicas –a menudo, aunque no siempre, con el fin de procrear– está siendo degradada con toda indiferencia, llegando el gobierno liberal-conservador a proponer que las palabras “marido” y “esposa” dejen de ser utilizadas en documentos oficiales. El repentino lavado orwelliano de los archivos públicos aplicado a dos títulos tan antiguos, demuestra hasta qué extremo está la élite dispuesta a hacer caso omiso de identidades tradicionales en su busca de una nueva identidad propia como personas morales y respetuosas de la homosexualidad.
Más grande que las parejas
Bueno, quizá piense usted que la institución del matrimonio debería ser devaluada, que está acartonada, que es conservadora y que necesita una revisión general. De acuerdo. Entonces, argumente usted en pro de ello de forma transparente y honesta. Pero nadie sale ganando con la farsa del matrimonio homosexual. La realidad es que el matrimonio no tiene que ver simplemente con la cohabitación o la pareja; ni siquiera con mantener una relación intensa. Históricamente, su contenido ha sido mucho mayor: la creación de una unidad, dotada de sus propias normas, que es reconocida por el Estado y la sociedad como una unión característica, a menudo celebrada con el fin de criar una nueva generación.

BRENDAN O'NEILL

ACEPRENSA

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