La
oración, el abandono en Dios de las inquietudes y las plegarias por
nuestro prójimo −el Santo Padre, de manera especial− centran la carta
del mes de Mons. Javier Echevarría
Comienza su Carta Mons. Javier Echevarría manifestando la alegría y la gratitud de todos al Señor por el reconocimiento de las virtudes heroicas
del queridísimo don Álvaro, hecho público por la Santa Sede el pasado
día 28. Nuestro gozo es grande porque la Iglesia, con este acto,
reafirma una vez más que el espíritu del Opus Dei, que el primer sucesor
de nuestro Padre vivió con exquisita fidelidad, es plenamente fiel al
Evangelio y, por tanto, un camino para convertir “todos los momentos y
circunstancias de la vida en ocasión de amar a Dios y de servir al Reino
de Jesucristo”, como rezamos en la oración para la devoción al Venerable Siervo de Dios.
También, con motivo de su cumpleaños, el pasado 14 de junio, afirma que al
leer vuestras cartas de felicitación (…), me he llenado lógicamente de
agradecimiento al Señor, que ha querido que el Opus Dei −como la
Iglesia, de la que la Obra forma parte− sea una familia sobrenatural
estrechamente unida por los lazos de la paternidad, la filiación y la
fraternidad. Mi pensamiento ha ido inmediatamente a nuestro queridísimo
Padre, cuya fiesta litúrgica hemos celebrado recientemente. A san
Josemaría le debemos, por su heroica fidelidad al designio divino, este
ambiente de hogar tan propio de la Obra, que −es natural que suceda así−
se manifiesta con especial fuerza en cada una de las fiestas que
jalonan nuestro camino.
Un especial motivo de gratitud filial y de alegría, continúa, han
sido las cariñosas palabras del Papa Benedicto XVI. En el quirógrafo
que me envió con ocasión de mi aniversario, el Santo Padre aseguraba su
oración por el Prelado y una especial Bendición Apostólica que extendía a
todas las personas confiadas a sus cuidados de Pastor. Estas muestras
de cariño del Papa han de impulsarnos a estar más unidos aún −con honda
responsabilidad− a su Persona y a sus intenciones, rezando
insistentemente por los frutos de su ministerio de Supremo Pastor.
Buena parte de su Carta la dedica Mons. Echevarría al Papa, afirmando que comprendo
muy bien las palabras que tantas veces escuché de labios de nuestro
Fundador, a propósito del Vicario de Cristo. Nos decía: amad
mucho al Padre Santo. Rezad mucho por el Papa. Queredlo mucho,
¡queredlo mucho! Porque necesita de todo el cariño de sus hijos. Y esto
lo entiendo muy bien: lo sé por experiencia, porque no soy como una
pared, soy un hombre de carne. Por eso me gusta que el Papa sepa que le
queremos, que le querremos siempre, y eso por una única razón: que es el
dulce Cristo en la tierra. ¿Con qué frecuencia rezamos diariamente por el Sucesor de san Pedro? ¿Puede contar con nuestra fidelidad?
Urge el Prelado a rezar por el Papa, por su Augusta Persona y sus intenciones, afirmando que constituye
un legado de nuestro santo Fundador que también don Álvaro, su primer
sucesor, nos ha transmitido con ejemplar fidelidad. Ahora
me corresponde personalmente confirmaros en este punto del espíritu
católico. Lo hago muy a menudo, pero en estos tiempos difíciles, cuando
de tantos lugares se alzan voces críticas contra la Iglesia y contra el
Santo Padre, me siento urgido a hacerlo con mayor insistencia. La
reciente solemnidad de san Pedro y san Pablo, que plantaron la Iglesia
de Roma con su sangre y son columnas de la Iglesia universal, nos mueve a
intensificar esta unión con el Santo Padre: ¡queredle mucho, y procurad
que otras muchas mujeres y otros muchos hombres alimenten su amor a
Pedro!.
Se
refiere el Prelado a las catequesis del Papa en las audiencias
generales de las últimas semanas, en las que Benedicto XVI se
ha detenido a considerar la eficacia de la oración. Refiriéndose a
momentos concretos de la vida de la Iglesia primitiva, ha expuesto la
reacción de los fieles ante los ataques y persecuciones de que eran
objeto (…) Aquellos primeros nos ofrecen una buena norma de conducta a
los cristianos de hoy, que también contemplamos el triste intento de
quienes tratan de expulsar a Dios de la sociedad civil o, al menos, se
empeñan en ponerlo entre paréntesis, confinándolo a la vida privada. En
los meses que faltan para el comienzo del Año de la Fe, el próximo 11 de
octubre, os sugiero que tengáis muy presente el ejemplo de la primitiva
cristiandad, rezando con optimismo y seguridad por las necesidades de
la Iglesia, por las intenciones del Papa, por la unidad de todo el
pueblo de Dios en torno a sus Pastores.
Estas y otras reflexiones de la Carta
han de venir con frecuencia a nuestra consideración, en los ratos de
oración mental que jalonan nuestras jornadas: sin esos coloquios con el
Señor, con su Santísima Madre, con los ángeles y los santos, no
podríamos −¡ni queremos!− vivir. El tema de mi oración es el tema de mi vida,
aseguraba san Josemaría; y lo mismo ha de sucedernos a nosotros. Hemos
de ponderar en la oración personal todo lo que nos ocupa y todo lo que
nos preocupa, aunque −como decía nuestro Padre− los hijos de Dios no
deberíamos tener nunca preocupaciones, sino ocupaciones, porque
confiamos en la bondad de nuestro Padre Dios, que todo lo encamina para
nuestro bien.
Ya al final, recuerda que el
pasado 18 de junio, he nombrado el tribunal de la Prelatura que se
encargará de instruir la Causa de beatificación y canonización de Dora del Hoyo,
la primera Numeraria Auxiliar del Opus Dei. Uníos a mi acción de
gracias a la Santísima Trinidad por este paso y seguid rezando por mis
intenciones.
Y para concluir: No
puedo, ni quiero, dejar de recordar de nuevo al queridísimo don Álvaro
que, el 7 de julio de 1935, emprendió el camino de siervo bueno y fiel,
viviendo el espíritu del Opus Dei: ¡cuántos recuerdos de su
correspondencia, llena de alegría y de lucha constante!
opusdei.org /almudi.org
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