La pregunta de Cristo a estos dos
discípulos tras hacerles notar lo improcedente de su petición es todo un
desafío: “¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de
bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Retengamos hoy
en el alma, como una lección inolvidable, la briosa respuesta de estos
dos hermanos: “Lo somos”, contestaron.
El Señor que conocía sobradamente lo que
hay en el corazón de cada hombre y que no se dejaba impresionar por
ardorosos arrebatos -a Pedro que estaba dispuesto a dar la vida por Él
le dirá: “no cantará el gallo sin que me hayas negado tres veces” (Jn
13, 38)-, viendo la resolución de Santiago y Juan, aseguró: “lo
beberéis, y os bautizaréis”. En una época en que el sentimentalismo se
impone a la libertad y al dominio de sí en muchas gentes, y en la que
las simpatías y antipatías, las ganas y desganas, los flechazos a
primera vista, los estados de humor imponen su ley a la razón y a la
voluntad, la libertad, y que frente a todo esto se piensa que no hay
nada que hacer y lo sensato es dejarse llevar, declarando que la mejor
manera de librase de una tentación es ceder a ella con la consiguiente
pérdida del control sobre nosotros mismos, la respuesta de estos dos
discípulos es toda una lección de carácter, de personalidad.
Hay que amar a Dios con todo el corazón,
apasionadamente, con el calor y la fuerza de Santiago y Juan, poniendo
todo la seriedad de que seamos capaces en lo que Dios nos ha confiado.
Si nuestra conducta fuera el producto de decisiones fríamente calculadas
no viviríamos íntegramente la caridad. “A la perfección moral, enseña
S. TOMÁS, pertenece que el hombre se mueva al bien no sólo según la
voluntad, sino también según el sentimiento”.
Cada uno de nosotros debería llevar, con
la ayuda de lo alto, un ser decidido a todo, un ser que ante los
desafíos -esos obstáculos que se interponen en el camino- conteste:
Possumus! ¡Sí, Señor, podemos! Podemos superar nuestras deficiencias,
suprimir nuestras rencillas y derribar los muros que nos separan.
Podemos controlar más esa lengua murmuradora y calumniosa que tanto daño
hace y que nos aleja de Dios y de los demás. Podemos preocuparnos más
de los demás viviendo una fraternidad más servicial y atenta. Podemos
trabajar con más intensidad y perfección huyendo de chapuzas e
improvisaciones. Podemos ser más sobrios y pacientes.
¡Podemos! El Señor nos ayudará porque Él ha depositado su Amor en nuestros corazones y el amor es más fuerte que la muerte.
Justo Luis R. Sánchez de Alva
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