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domingo, 28 de octubre de 2012

EL DIA DEL SEÑOR: DOMINGO 30 DEL TIEMPO ORDINARIO

   El Evangelio de la Misa (1) nos relata el paso de Jesús por la ciudad de Jericó y la curación de un ciego, Bartimeo, que estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. El Maestro deja las últimas casas de esta ciudad y sigue su camino hacia Jerusalén. Es entonces cuando a Bartimeo le llega el ruido de la pequeña caravana que acompañaba al Señor. Y al oír que era Jesús Nazareno, comenzó a gritar y a decir: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Aquel hombre que vive en la oscuridad, pero que siente ansias de luz, de claridad, de curación, comprendió que aquella era su oportunidad: Jesús estaba muy cerca de su vida. 

   ¡Cuántos días había esperado aquel momento! ¡El Maestro está ahora al alcance de su voz! Por eso, aunque muchos le reprendían para que callase, él no les hace el menor caso y gritaba mucho más fuerte. No puede perder aquella ocasión. ¡Qué ejemplo para nuestra vida! Porque Cristo, siempre al alcance de nuestra voz, de nuestra oración, pasa a veces más cerca, para que nos atrevamos a llamarle con fuerza. Timeo -comenta San Agustín- Iesum transeuntem et non redeuntem, temo que Jesús pase y no vuelva (2). No podemos dejar que pasen la gracias como el agua de lluvia sobre la tierra dura.

   A Jesús hemos de gritarle muchas veces -lo hacemos ahora en el silencio de nuestra intimidad- en una oración encendida: Iesu, Fili David, miserere mei! ¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí! Al llamarle, nos consuelan estas palabras de San Bernardo, que hacemos nuestras: «Mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos mientras Él no lo sea en misericordia. Y como la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos» (3). Con esos merecimientos acudimos a Él: Iesu, Fili David... Hemos de gritarle, afirma San Agustín, con la oración y con las obras que han de acompañarla (4). Las buenas obras, especialmente la caridad, el trabajo bien hecho, la limpieza del alma en una Confesión contrita de nuestros pecados avalan ese clamor ante Jesús que pasa.

   El ciego, después de vencer el obstáculo de los que le rodeaban, consiguió lo que tanto deseaba. Se detuvo Jesús y dijo: Llamadle. Llaman al ciego diciéndole: ¡Animo!, levántate, te llama. Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

   El Señor le había oído la primera vez, pero quiso que Bartimeo nos diese un ejemplo de insistencia en la oración, de no cejar hasta estar en presencia del Señor. Ahora ya está delante de Él. «E inmediatamente comienza un diálogo divino, un diálogo de maravilla, que conmueve, que enciende, porque tú y yo somos ahora Bartimeo. Abre Cristo la boca divina y pregunta: quid tibi vis faciam?, ¿qué quieres que te conceda? Y el ciego: Maestro, que vea (Mc 10, 51). ¡Qué cosa más lógica! Y tú, ¿ves? ¿No te ha sucedido, en alguna ocasión, lo mismo que a ese ciego de Jericó? Yo no puedo dejar de recordar que, al meditar este pasaje muchos años atrás, al comprobar que Jesús esperaba algo de mí -¡algo que yo no sabía qué era!-, hice mis jaculatorias. Señor, ¿qué quieres?, ¿qué me pides? Presentía que me buscaba para algo nuevo y el Rabboni, ut videam -Maestro, que vea- me movió a suplicar a Cristo, en una continua oración: Señor, que eso que Tú quieres, se cumpla (...). Ahora es a ti, a quien habla Cristo. Te dice: ¿qué quieres de Mí? ¡Que vea, Señor, que vea! Y Jesús: anda, que tu fe te ha salvado. E inmediatamente vio y le iba siguiendo por el camino (Mc 10, 52). Seguirle en el camino. Tú has conocido lo que el Señor te proponía, y has decidido acompañarle en el camino. Tú intentas pisar sobre sus pisadas, vestirte de la vestidura de Cristo, ser el mismo Cristo: pues tu fe, fe en esa luz que el Señor te va dando, ha de ser operativa y sacrificada. No te hagas ilusiones, no pienses en descubrir modos nuevos. La fe que Él nos reclama es así: hemos de andar a su ritmo con obras llenas de generosidad, arrancando y soltando lo que estorba» (5).

 (1) Mc 10, 46-52.-  (2) Cfr. SAN AGUSTIN, Sermón 88, 13.-  (3) SAN BERNARDO, Sermón sobre el Cantar de los Cantares, 61.-  (4) SAN AGUSTIN, Sermón 349, 5.-  (5) SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o. c., 197-198.-

Francisco F. Carvajal, Hablar con Dios. Domingo 30 TO

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