“Se es evangelizador si se tiene en el corazón la conciencia que es
Dios quien actúa en la Iglesia y si se tiene una pasión ardiente de
comunicar Cristo al mundo”. Con estas reflexiones, Benedicto XVI abrió
ayerlas sesiones del Sínodo sobre la nueva evangelización. El Papa tomó
la palabra luego de la lectura y el himno iniciales, con una meditación
espontánea definida “intensa”.
La gran pregunta está siempre allí, en muchísimos corazones. Estaba
allí ya antes que una noche en Belén un Niño cambiase la historia, y
vuelve a resonar – entre persecuciones e indiferencia creciente – luego
de dos mil años de difusión del Evangelio: ¿Quien es Dios? ¿Y qué cosa
tiene que ver con la humanidad? El Santo Padre tocó el corazón del
Sínodo llevando al Aula el ruido de los latidos de quien en el mundo
alza los ojos al cielo, no ve nada y continúa preguntándose:
“Detrás del silencio del universo, detrás de las nubes de la historia,
¿existe o no existe un Dios? Y si este Dios existe, nos conoce, ¿qué
tiene que ver con nosotros? Este Dios es bueno y la realidad del bien
¿tiene poder en el mundo o no? Esta interrogante es hoy en día tan
actual como lo era en aquel tiempo. Mucha gente se pregunta: ¿Dios es
una hipótesis o no? ¿Es una realidad o no? ¿Porqué no se deja percibir?
‘Evangelio’ quiere decir que Dios ha quebrado su silencio: Dios ha
hablado, Dios existe. Dios nos conoce, Dios nos ama, ha entrado en la
historia. Jesús es su Palabra, el Dios con nosotros, el Dios que nos
demuestra que nos ama, que sufre con nosotros hasta la muerte y
resurge”.
He aquí la respuesta de la Iglesia a la gran pregunta. El Papa propuso una segunda cuestión, aquella esencial para los Padres sinodales: “Dios – repitió Benedicto XVI – ha hablado, verdaderamente ha quebrado el gran silencio, se ha mostrado. Pero ¿cómo podemos hacer llegar esta realidad al hombre de hoy para que se convierta en salvación?” Teniendo claros tres pasos fundamentales, que el Papa explicó tomando inspiración del Himno de la Hora Tercia rezada poco antes. Primer paso, la oración. Los Apóstoles, afirmó, no crearon la Iglesia “elaborando una constitución”, sino recogiéndose en oración en espera de Pentecostés.
Por lo tanto, observó el Papa, no es “una mera formalidad” si toda
cita sinodal inicia con la oración, sino una demostración de conciencia
del hecho que “la iniciativa” es siempre de Dios, que nosotros podemos
implorarla y que con Dios la Iglesia puede sólo “cooperar”. Es de aquí
que nace el segundo paso, con aquello que en latín se llama “confessio”,
la confesión pública de la propia fe. Este acto, explicó el Papa, es
mas que un profesar la fe en Cristo: es una verdadera y propia
“confesión”. Como aquella hecha con valor ante un tribunal, “ante los
ojos del mundo”, si bien sabiendo qué cosa podrá implicar.
La “confessio” tiene necesidad de un “hábito” que la haga visible. Y
he aquí el tercer paso: la “caritas”. O sea la más grande fuerza que
debe arder en el corazón de un cristiano, la llama con la cual encender a
nuestro alrededor el incendio del Evangelio.
ANÁLISIS DIGITAL
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