Mons.
Javier Echevarría invita en esta carta a rezar por el cónclave y por el
nuevo Romano Pontífice. Luego, continuando su comentario a los
artículos del Credo, se detiene en la pasión, muerte y sepultura de
Nuestro Señor Jesucristo, desentrañando su valor salvífico e impulsando a
aprovechar bien la Semana Santa
Manifiesta el Prelado estar conmovido al coincidir la fecha de su Carta de este mes con el primer día de sede vacante en la Iglesia tras la renuncia de Benedicto XVI al Supremo Pontificado.
Recuerda unas palabras del profeta Isaías que le sugieren que una vez más en los momentos actuales, como para dejar claro −si fuera necesario− que el Paráclito es quien guía a la Iglesia, y manifiesta que han
venido a mi corazón aquellas palabras de Jesús, dirigidas a los
Apóstoles y a los discípulos de todos los tiempos, cuando se acercaba el
momento de ausentarse visiblemente de la tierra: “no os dejaré huérfanos (...). Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre”.
El Señor no nos quiere huérfanos, continúa.
Al subir el Maestro a la diestra del Padre, confió a Pedro el timón de
su barca, y esa concatenación no se pierde, porque después de un
pontificado viene otro, según la promesa de Cristo a Simón: “Yo te digo
que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. La palabra de Cristo
no puede fallar. Pero −con todos los católicos− hemos de rezar, rezar y
rezar, como sugerí a vuestros hermanos nada más conocer esta noticia.
Dios cuenta con nuestra plegaria por el cónclave que se reunirá dentro
de pocos días y por el nuevo Romano Pontífice que el Señor, en su
providencia, haya preparado.
Transcribe el Prelado lo que decía San Josemaría en momentos de sede vacante, en 1958: “quería
hablaros una vez más de la próxima elección del Santo Padre. Conocéis,
hijos míos, el amor que tenemos al Papa. Después de Jesús y de María,
amamos con todas las veras de nuestra alma al Papa, quienquiera que sea.
Por eso, al Pontífice Romano que va a venir, ya le queremos. Estamos
decididos a servirle con toda la vida.
Rezad,
ofreced al Señor hasta vuestros momentos de diversión. Hasta eso
ofrecemos a Nuestro Señor por el Papa que viene, como hemos ofrecido la
Misa todos estos días, como hemos ofrecido... hasta la respiración”, y sugiere, mientras esperamos llenos de fe el resultado del cónclave, manifestar el agradecimiento a la Santísima Trinidad por los
ocho años de pontificado de Benedicto XVI, en los que ha ilustrado de
modo admirable, con su magisterio, a la Iglesia y al mundo, por los que los
cristianos −también los demás hombres y mujeres de buena voluntad−
hemos adquirido una deuda de gratitud con Benedicto XVI; un débito que sólo es posible pagar rezando por su persona e intenciones, correspondiendo a lo que él ha asegurado que hará por nosotros.
Continúa su Carta, al hilo de las sugerencias de la Carta apostólica ‘Porta fídei’, sugiriendo que meditemos
con calma el Credo. El llamado ‘Símbolo de los Apóstoles’, que se puede
rezar especialmente durante la Cuaresma, afirma que Nuestro Señor
Jesucristo “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado,
muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de
entre los muertos” y manifiesta que ¡qué
agradecimiento debemos tener a Nuestro Señor, por el amor
inconmensurable que nos ha demostrado! Libremente y por amor ha ofrecido
el sacrificio de su vida, no sólo por la humanidad tomada en su
conjunto, sino por cada una, por cada uno de nosotros.
Próxima la Semana Santa, busquemos
sacar aplicaciones personales de las escenas que la liturgia nos mueve a
considerar. “Meditemos en el Señor herido de pies a cabeza por amor
nuestro”, invitaba san Josemaría. Detengámonos sin prisa en los últimos
momentos del paso de Nuestro Señor por la tierra. Porque “en la tragedia
de la Pasión se consuma nuestra propia vida y la entera historia
humana. La Semana Santa no puede reducirse a un mero recuerdo, ya que es
la consideración del misterio de Jesucristo, que se prolonga en
nuestras almas; el cristiano está obligado a ser “alter Christus, ipse
Christus”, otro Cristo, el mismo Cristo. Todos, por el Bautismo, hemos
sido constituidos sacerdotes de nuestra propia existencia, para ofrecer
víctimas espirituales, que sean agradables a Dios por Jesucristo (1 Pe
2, 5), para realizar cada una de nuestras acciones en espíritu de
obediencia a la voluntad de Dios, perpetuando así la misión del
Dios-Hombre” (Es Cristo que pasa, n. 96).
Y para concluir, prepararemos
el pontificado del próximo Papa. Apoyemos con nuestras oraciones y
sacrificios la tarea de los cardenales reunidos en el cónclave para
elegir al sucesor de san Pedro, a quien ya amamos con toda el alma: esta
intención puede ser clave para nuestra presencia de Dios en el tiempo
de sede vacante.Todas las Cartas del Prelado en pdb y en ePub
Almudí
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