"Tres años llevo viniendo a buscar fruto
en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala". Hay un rechazo por parte
de Dios y de los demás hacia la ineficacia. Tampoco nosotros la
soportamos. Podemos aceptar el desprecio, el sufrimiento y también la
muerte, pero admitir que somos unos inútiles no. Dar fruto, servir a
Dios y a los demás es, junto a una satisfacción humana, un mandato
divino.
Sin embargo, hay en nosotros como un
principio de oposición que tiende a la exaltación del propio yo y a la
comodidad. Este dictador egoísta y vanidoso, regalón y holgazán, va
cancelando compromisos, limitando ese servicio a aquellas tareas que le
reportan alguna ventaja o satisfacción personal. Pero sabemos que dentro
de nosotros hay también un ser que reconoce que en servir está su mejor
ganancia y que debe sobreponerse al comodón y egoísta. "Aprendamos a
servir, dice S. Josemaría Escrivá, no hay mejor servicio que querer
entregarse voluntariamente a ser útil a los demás. Cuando sentimos el
orgullo que barbota dentro de nosotros, la soberbia que nos hace pensar
que somos superhombres, es el momento de decir que no, de decir que
nuestro único triunfo ha de ser el de la humildad".
¡Cuántas ocasiones para servir al Señor
en la vida familiar, profesional y social que nos santifican y
contribuyen a crear un ámbito de bienestar tan necesario para hacer más
llevadero el peso de los días! Preguntémonos: ¿Vivo encerrado en mis
intereses personales, ajeno a las necesidades de quienes me rodean? ¿Me
intereso por lo que pueda inquietar a mi mujer, a mi marido, a mis
hijos, a los demás miembros de mi familia? ¿Soy sensible y lo demuestro
con hechos a los apuros de mis amigos, los compañeros de trabajo, los
enfermos, los pobres? ¿Me escudo en la falta de tiempo o en que también
yo estoy agobiado con problemas y no puedo cargar con los de los demás?
Todo esto es posible cuando no sofocamos
lo que en nosotros hay de más cálido y mejor por vivir en una atmósfera
interior dominada por el tic-tac del reloj, cuando sabemos que el Señor
nos espera en esos detalles de servicio y cuando hay un amor sincero,
afectivo y efectivo a Cristo en los demás. No basta con que lamentemos
ciertas desgracias, debemos preguntarnos qué podemos hacer para
remediarlas.
Hay una maldición para esa comodidad
egoísta que nos torna inútiles. "Córtala. ¿Para qué va a ocupar un
terreno en balde?" Pero hay también una recompensa muy grande, un tesoro
inaudito en el cielo, para los que contribuyen a aliviar las cargas de
los demás y hacerles más llevadera la vida con nuestros pequeños
servicios: "Bien, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco,
yo te confiaré lo mucho: pasa al banquete de tu señor" (Mt 25,23). Esto
dirá Jesús a quien hizo fructificar sus talentos.
Justo Luis R. Sánchez de Alva
Almudí
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