El Viernes Santo conviene dejar “hablar” al Evangelio, y el Santo Padre asistió el viernes en silencio absoluto a los oficios de la tarde en la basílica de San Pedro, en los que dirige siempre la meditación el predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa.
Por la noche, al término del Vía Crucis en el Coliseo se limitó a unas breves palabras para comentar que “la monstruosidad del hombre queda limitada por la misericordia de Dios, que no nos trata como merecen nuestros pecados sino según su misericordia”. Pidió también una oración por los enfermos.
A su entrada en la basílica para los oficios de la tarde, el Papa se paró delante del altar. Se arrodilló con dificultad, pues le falló la pierna derecha. Pero, con la ayuda de dos personas, se extendió cuan largo era sobre una sencilla alfombra para rezar prostrado durante un par de minutos. Era un gesto de humildad antes de comenzar el memorial de la Pasión de Jesucristo.
Tanto el Jueves como el Viernes Santo, el Papa ha dado prioridad a los gestos y a la lectura de la narración de los Evangelios. Por ese motivo había limitado a dos minutos su homilía del Jueves Santo por la tarde. El gesto de lavar y besar los pies a doce personas gravemente discapacitadas −de los 16 a los 86 años, chicos y chicas, ancianos y ancianas, católicos y musulmanes…− en un asilo de Roma es más elocuente que cualquier discurso. Permite “ver” el ejemplo de Jesús en la Ultima Cena.
A su vez, las catorce estaciones del Vía Crucis permitieron “contemplar” los sufrimientos de Jesús a la luz de las tragedias contemporáneas, siguiendo los breves textos escritos por Giancarlo Bregantini, obispo de Campobasso, una pequeña ciudad del sur de Italia.
La elegantísima actriz Virna Lisi, contribuyó con su voz, modulada y serena, a facilitar a casi cien mil personas la “entrada” en cada escena. En previsión de la afluencia masiva, el Ayuntamiento de Roma colocó cinco pantallas gigantes a lo largo de la Vía de los Foros Imperiales, convertida en zona peatonal durante nueve días hasta la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII.
En el Vía Crucis, todo eran símbolos. En la segunda estación, centrada en “El pesado madero de la crisis”, llevaron la Cruz juntos un empresario y un obrero. El texto unía al sufrimiento de Jesús «el peso de todas las injusticias que han provocado la crisis económica», y las patologías visibles de «la especulación financiera, los suicidios de empresarios, la corrupción, la usura…». En estaciones sucesivas la Cruz pasó a manos de extranjeros, de vagabundos, reclusos, enfermos, ancianos, niños…
La octava estación invitó a «llorar por los hombres que descargan sobre las mujeres la violencia que llevan dentro». La décima consideraba que «en el Jesús inocente, desnudo y torturado, reconocemos la dignidad violada de todos los inocentes, especialmente los más pequeños». Era una alusión al abuso de menores, como las hubo también a la mafia, la lentitud de la justicia y todas las llagas de nuestro tiempo, incluso en sociedades que no quieren reconocerlas en público.
Juan Vicente Boo
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