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domingo, 19 de abril de 2015

EL DÍA DEL SEÑOR: DOMINGO 3º DE PASCUA (B)

   
   Las apariciones de Cristo Resucitado contrastan con las escenas del Jesús que los discípulos habían conocido y tratado antes de su muerte en la Cruz. La seguridad de estar ante una persona excepcional sí, pero de carne y hueso, que come, duerme, se cansa, se alegra y llora, sufre y muere, contrasta con estas súbitas apariciones y desapariciones de Cristo glorioso y triunfador de la muerte. 

   Las dudas ante lo que cuentan los que le han visto y la perplejidad de quienes le están viendo pensando que se trata de un fantasma o una ilusión, se nos comunica en el Evangelio de la Misa de hoy.

   “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. “Es el mismo Jesús el que, tras la resurrección, se pone en contacto con los discípulos con el fin de darles el sentido de la realidad y disipar la opinión (o el miedo) de que se trata de un fantasma y por tanto de que fueran víctimas de una ilusión. Efectivamente, establece con ellos relaciones directas, precisamente mediante el tacto... Palpadme y ved. 

   Les invita a constatar que el cuerpo resucitado, con el que se presenta ante ellos, es el mismo que fue martirizado y crucificado. Ese cuerpo posee sin embargo al mismo tiempo propiedades nuevas: se ha hecho espiritual y glorificado y por lo tanto ya no está sometido a las limitaciones habituales a los seres materiales... Jesús entra en el Cenáculo a pesar de que las puertas estuvieran cerradas, aparece y desaparece, etc. Pero al mismo tiempo ese cuerpo es auténtico y real. En su identidad material está la demostración de la resurrección de Cristo” (Juan Pablo II).
La certeza de que Cristo había resucitado no fue un producto de la credulidad o sugestión de los discípulos, sino de las repetidas apariciones y ofrecimientos de pruebas con las que el Señor les fue ayudando a que aceptaran un hecho tan sobrenatural. De ahí que cuando hubieron de proclamar esta verdad que, por otra parte acusaba de un deicidio a quienes condujeron a la muerte a Jesús, al ser intimidados con torturas y amenazas de muerte si no se callaban, Pedro y Juan contestaron: “¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a él? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído” (Act 4, 19-20).
“Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día...”. Con esta luz absolutamente nueva ilumina en sus ojos incluso el acontecimiento de la Cruz y están en condiciones de anunciar estas cosas a todos los pueblos.
El trato con Jesucristo en la lectura atenta y frecuente de su Palabra y en la Eucaristía, es lo que nos ayudará a disipar cualquier duda sobre el fundamento de nuestra fe: todo no acaba con la muerte, Cristo la ha vencido y nos ha dado la posibilidad de que también nosotros la superemos. Dediquemos un tiempo todos los días a la meditación de la Sagrada Escritura rogando a Dios con las palabras de la Liturgia de hoy: “Señor Jesús: explícanos las Escrituras. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas. Aleluya”.

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