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jueves, 16 de abril de 2020

Sarah: «Nadie tiene el derecho a privar a una persona enferma o moribunda de la asistencia espiritual de un sacerdote»


Según el cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, la pandemia actual del COVID-19 es una «parábola» que debería conducir a la humanidad a reflexionar sobre su dependencia de Dios, sus erróneas prioridades y ayudarla a descubrir los verdaderos valores de confiarse a Dios, volver a la oración y redescubrir la importancia de los lazos nacionales y familiares.


En unos momentos en los que muchos están muriendo solos, sin la presencia reconfortante de los seres queridos y la asistencia de los últimos sacramentos, el cardenal Sarah insistió en que «nadie tiene el derecho a privar a una persona enferma o moribunda de la asistencia espiritual de un sacerdote. Es un derecho absoluto e inalienable».

El cardenal Sarah habló largamente con Charlotte d´Ornellas, del semanario francés conservador Valeurs actuelles, extrayendo lecciones humanas, políticas y religiosas de la epidemia que, dijo, «ha dispersado el humo de lo ilusorio».
En particular, el cardenal opuso el materialismo de los tiempos de antes de la epidemia, cuando se nos decía: «Puedes consumir sin límites», al colapso de la situación actual. «Los mercados de valores están cayendo. La bancarrota está por todas partes», observó, señalando también que los sueños del hombre sobre el «transhumanismo» y «la humanidad aumentada» que la «biotecnología haría invencible e inmortal» han sido frustrados por el coronavirus.
«El así llamado hombre todopoderoso aparece en su cruda realidad. De pronto está desnudo. Su debilidad y vulnerabilidad son palpables. Espero que estar confinados en casa nos haga capaces de volver de nuevo a las cosas esenciales, a redescubrir la importancia de nuestra relación con Dios, y así a la centralidad de la oración en la existencia humana. Y, siendo conscientes de nuestra fragilidad, confiarnos a Dios y a su misericordia paterna», dijo el cardenal Sarah.
Según él, la experiencia de la epidemia y del confinamiento nos enseñará que el hombre moderno no puede ser «radicalmente independiente» ni puede rechazar ser «parte de una red de dependencia, herencia y filiación».
«Cuando todo colapsa, sólo los lazos del matrimonio, la familia y la amistad permanecen. Hemos vuelto a descubrir que como miembros de una nación, estamos unidos por lazos invisibles pero reales. La mayoría de nosotros, hemos redescubierto que dependemos de Dios», insistió.
El autor de «La fuerza del silencio» destacó «la ola de silencio que se ha extendido por toda Europa», añadiendo, «muchos se han encontrado solos, en silencio, en apartamentos que se han convertido en ermitas o en celdas monásticas».
«¡Qué paradoja! Hemos necesitado un virus para silenciarnos. (...) La pregunta sobre la vida eterna no puede dejar de surgir cuando se nos informa cada día sobre el gran número de contagiados y muertos», añadió.
El cardenal Sarah sugirió que usemos la soledad y el confinamiento para «atrevernos a rezar». «¿Qué pasaría si nos atreviésemos a transformar nuestra familia y nuestros hogares en una iglesia doméstica?», preguntó. «Una iglesia es un lugar sagrado que nos recuerda que en esa casa de oración todo se debe vivir buscando la Gloria de Dios».
«¿Es la muerte el fin de todo?», preguntó el cardenal. En Francia, una nación mucho más profundamente secularizada que los Estados Unidos, tal cuestión es particularmente relevante.
Él dio también la respuesta: «¿o, más bien, no es un camino, ciertamente doloroso, pero que conduce a la vida?. Esta es la razón por la que Cristo Resucitado es nuestra gran esperanza. (...) ¿No estamos como Job en la Biblia? Despojados de todo, con las manos vacías, con un corazón inquieto: ¿qué nos queda? La ira contra Dios es absurda. Nos queda la adoración, la verdad y la contemplación del misterio».
El cardenal Sarah añadió que el mundo ahora «espera una palabra fuerte de la Iglesia».
«Si nos negamos a creer que somos el fruto de la voluntad amorosa de Dios Todopoderoso, entonces todo esto es demasiado duro y no tiene sentido. ¿Cómo podemos vivir en un mundo donde nos golpea un virus aleatoriamente y siega la vida de gente inocente? Sólo hay una respuesta: la certeza de que Dios es amor y que no es indiferente a nuestro sufrimiento. Nuestra vulnerabilidad abre nuestros corazones a Dios y hace que tenga misericordia de nosotros. Creo que es hora de atrevernos con estas palabras de fe».
Cuando se le preguntó sobre lo que los sacerdotes deberían hacer en esta situación, dijo:
«El Papa fue muy claro. Los sacerdotes deben hacer todo lo que puedan para permanecer cerca de los fieles. Deben hacer todo lo que esté en su poder para asistir a los moribundos, sin complicar la tarea de los cuidadores y las autoridades civiles. Pero nadie tiene el derecho a privar a una persona enferma o moribunda de la asistencia espiritual de un sacerdote. Es un derecho absoluto e inalienable. En Italia, el clero ha pagado un alto precio. Setenta y cinco sacerdotes han muerto asistiendo a los enfermos».
«Pero también creo que muchos sacerdotes están redescubriendo su vocación a la oración y a la intercesión en nombre de todo el pueblo. El sacerdote está hecho para permanecer constantemente ante Dios para adorarlo, glorificarlo y servirle. Así, en los países confinados, los sacerdotes se encuentran ellos mismos en una situación iniciada por Benedicto XVI. Aprenden a pasar sus días en oración, soledad y silencio ofrecidos por la salvación de la humanidad. Si ellos no pueden coger físicamente la mano de cada persona que muere como les gustaría, descubren que, en la adoración, pueden interceder por cada uno de ellos».
El cardenal destacó que los sacerdotes que rezan solos y celebran la misa en soledad descubren que «no son primordialmente los líderes de las reuniones o comunidades, sino hombres de Dios, hombres de oración, adoradores de la majestad de Dios y contemplativos. Ellos, entonces, miden la inmensa grandeza del Sacrificio Eucarístico que no necesita una gran audiencia para producir frutos. A través de la misa, el sacerdote toca el mundo entero», recordó.
El cardenal también dio un consejo a los fieles y especialmente a las familias que pueden experimentar «la comunión de los santos» en estos tiempos. Primeramente, deberían «orar» y centrarse en Dios: «Es importante redescubrir lo precioso que puede ser el hábito de leer la Palabra de Dios, rezar el rosario en familia y dedicar tiempo a Dios, con una actitud de donación, escucha y adoración silenciosa».
Añadió: «Es hora de volver a descubrir la oración en familia. Es hora de que los padres aprendan a bendecir a sus hijos. Los cristianos, privados de la Eucaristía, se dan cuenta de la gracia que significa la comunión para ellos. Los animo a practicar la adoración en sus casas, porque no hay vida cristiana sin vida sacramental. En medio de nuestras ciudades y pueblos, el Señor permanece presente. A veces a los cristianos se nos pide que seamos héroes: cuando los hospitales piden voluntarios, cuando las personas aisladas o sin hogar tienen que ser cuidados».
El cardenal Sarah dijo que muchas personas han estado diciendo que esperan que «nada sea igual» una vez esto se haya acabado. Añadió, «pero me temo que todo volverá a ser igual que antes porque mientras el hombre no se vuelva a Dios con todo su corazón, esta marcha hacia el abismo es inevitable. En cualquier caso, podemos ver cómo el consumismo globalizado ha aislado a los individuos y los ha reducido al estado de consumidores en medio de una jungla de mercados y finanzas. La globalización, que nos dijeron que sería gozosa, se ha convertido en una ilusión. En tiempos de dificultad, las naciones y las familias permanecen unidas».
El cardenal dijo también que la crisis actual muestra que «una sociedad no puede fundarse en lazos económicos. Estamos despertando nuestra conciencia de ser una nación, con sus fronteras, que se pueden abrir o cerrar para la defensa, protección y seguridad de nuestros ciudadanos. En los fundamentos de la vida de la ciudad están los lazos que nos preceden: los de la solidaridad nacional y familiar. Es hermoso ver que resurgen hoy. Es bello ver a los jóvenes cuidando de los ancianos. Hace unos meses, se habló de la eutanasia y algunas personas querían deshacerse de los muy enfermos y discapacitados. Hoy, las naciones se están movilizando para proteger a los mayores».
Esto, desafortunadamente, es sólo un ilusión vana, en Francia, al menos, donde los pacientes de más de 70 años ya no reciben tratamiento para los problemas derivados del coronavirus y están en riesgo de recibir dosis altas de los así llamados analgésicos y relajantes «paliativos» que pueden precipitar la muerte. En las residencias para mayores dependientes, no se está dando ningún tratamiento para las enfermedades respiratorias relacionadas con el COVID-19 y no se permiten las visitas, causando una gran angustia para aquellos que no entienden la razón de esto.
Concluyó la entrevista con una mención al personal médico que son «nuestros héroes cotidianos». De pronto, uno se atreve a animar a aquéllos que sirven a los más débiles. Nuestro tiempo tenía sed de héroes y santos, pero se había ocultado y se avergonzaba de ellos», observó.
«¿Seremos capaces de retener esta escala de valores?», preguntó. «¿Podremos reconstruir nuestras ciudades basándonos en algo más que el crecimiento, el consumo y la carrera por el dinero? Creo que seríamos culpables si, al final de esta crisis, volviéramos a cometer los mismos errores. Esta crisis nos muestra que la cuestión de Dios no es sólo un asunto de convicciones privadas, además plantea la cuestión de las bases de nuestra civilización».
Traducido por Ana María Rodríguez y Manuel Pérez Peña

infocatolica.com

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