Para
ir más allá de la pobreza espiritual de un mundo que ya no logra
percibir la presencia de Dios: el ‘Año de la fe’ −querido por Benedicto
XVI− y que durará desde el próximo 11 de octubre hasta el 24 de
noviembre de 2013, se dirige, por tanto, al hombre que tiene nostalgia
de Dios.
El
ritmo de este tiempo de gracia fue ilustrado ayer, jueves 21 de junio,
en la Oficina de información de la Santa Sede, por el arzobispo Rino Fisichella, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización.
Ante todo, sus objetivos. El Año de la fe «pretende sostener —explicó el prelado— la fe de tantos creyentes que en la fatiga cotidiana no cesan de confiar con convicción y valor su propia existencia al Señor». Aunque el testimonio de la fe no es noticia para los hombres, resaltó el arzobispo, «es valioso a los ojos del Altísimo».
Ahora
se trata de recuperar su sentido, perdido en un mundo marcado por una
crisis generalizada que ha afectado también a la fe misma. Decenios de
lo que monseñor Fisichella no dudó en definir «incursiones de un
laicismo que en nombre de la autonomía individual exigía la
independencia de toda autoridad revelada y tenía como programa “vivir en
el mundo como si Dios no existiese”». Esto ha generado una crisis antropológica «que ha dejado al hombre abandonado a sí mismo», dejándolo «confuso, solo, a merced de fuerzas cuyo rostro ni siquiera conoce, y sin una meta hacia la cual destinar su existencia».
De
aquí la necesidad de ir más allá. A través de un camino
significativamente representado por el logotipo que caracterizará a cada
una de las numerosas citas previstas. Es la clásica imagen de la
Iglesia representada por una barca navegando sobre olas apenas esbozadas
gráficamente. El mástil es una cruz que iza velas sobre las cuales unos
signos dinámicos realizan el trigrama de Cristo, IHS. Sobre el fondo de
las velas un sol estilizado reúne el trigrama ofreciendo la imagen
simbólica de la Eucaristía.
Osservatore Romano / Almudí
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