Es
Navidad. La Palabra de Dios está en el mundo. Innumerables sentimientos
y afectos atravesados de un gozo inmenso se agolpan en los creyentes.
Dios se presenta en la atractiva forma de un Niño y en el seno de una
familia. Aleluya. Os traigo la buena noticia: os ha nacido el Salvador.
Canta la Iglesia en la Solemnidad de hoy.
Por
la Encarnación del Hijo de Dios se produjo la unión entre lo divino y
lo humano, lo temporal y eterno, la Santidad absoluta y la imperfección
humana, proporcionando a toda criatura, desde ese momento, una dignidad
de escalofrío. La Omnipotencia de Dios unida a la debilidad humana:
Emmanuel, Dios con nosotros y para nosotros, porque para nuestra
salvación bajó del Cielo. Sí, "Dios amó tanto al mundo que la ha dado su
propio Hijo Unigénito" (Jn 3,16).
Nadie
ha hecho tanto por la Humanidad, ni ha elevado la dignidad de toda
criatura, ni dado un valor al trabajo, al sufrimiento y a los mil
sinsabores y alegrías de esta vida, como la Encarnación del Hijo de
Dios. También el cuerpo ha sido santificado. Al ser asumido por el
Verbo, ese cuerpo nuestro resucitará un día para que vea la gloria del
Creador del Universo.
El
Verbo se hizo carne y puso su tienda, su tabernáculo, entre nosotros.
Dios está en los sagrarios de nuestras iglesias. La alegría por esta
llegada de Dios a la tierra ha de traducirse en una acogida a ese Dios
distinta a la que tuvo el año 15 del reinado de Tiberio y que Lucas
describe así: "No hubo sitio en el mesón". Cristo debe tener un lugar de
privilegio en el mesón de nuestra alma, eliminando los huéspedes que le
dificultan el alojamiento: la indiferencia, la ignorancia, la comodidad
egoísta...
¡Hagamos
el propósito de mostrar al Señor nuestra gratitud acudiendo con la
frecuencia que nos sea posible a la Sta Misa, recibiéndole en la
Eucaristía y acogiéndole también en quienes nos rodean, porque Él está
en cada uno, en los más necesitados.
Hay
que hacer un sitio de honor a Dios en nuestra vida. Él no es un huésped
extraño, molesto, inoportuno... Es nuestro Padre, nuestro Liberador. Él
no llega rodeado del aparato de poder que acompaña a los poderosos,
llega como un niño inerme al que es fácil querer, pero también no hacer
caso. Llega en la predicación de su Iglesia, en los Sacramentos... Yo,
¿salgo al encuentro del Señor con alegría, abriéndole las puertas de mi
corazón o el mesón del alma está abarrotado de preocupaciones, excusas o
de una helada indiferencia? ¡Recibamos al Señor que llega con la
apertura y el calor que merece Aquel de quien lo hemos recibido todo!
Justo Luis R. Sánchez de Alva / Almudí
Feliz y Santa Navidad. Hoy estamos de fiesta, nos ha nacido el Salvador del mundo, el que puede entrar en nuestros corazones y limpiarnos.
ResponderEliminarUn abrazo.