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miércoles, 18 de noviembre de 2020

«Damos el móvil a los hijos desde bebés 'para que me deje de molestar'. Y, cuando son mayores, queremos quitárselo»

 

La batalla por el móvil, «Mamá, papá, quiero ser Youtuber«, »Pero ¿por qué no me puedo abrir una cuenta en TikTok?« son solo algunos de los escenarios de sobra conocidos por los progenitores, a quienes suele darles pánico que su pequeño, con solo 7 años, ya esté pidiendo su propio móvil. 

Si a ello se le suma que los menores, también conocidos ya como »nativos digitales«, se mueven como »peces en el agua« por internet mientras que sus padres y madres se sienten perdidos ante un mundo desconocido y cambiante, el panorama parece que no puede ser peor.

Sin embargo, el hecho de que los hijos dominen mejor que sus padres un «smartphone», pidan por Navidad los juguetes que también tienen «Las Ratitas» (dos menores españolas cuyo canal de Youtube supera los 21 millones de seguidores), o sean fervientes seguidores de las Twin Melody (dos gemelas muy populares de TikTok con más de 15 millones de seguidores), los nativos digitales necesitan del acompañamiento de sus progenitores, quienes tienen la responsabilidad de educarles en el uso de las nuevas tecnologías.

De todo ello habla María Lázaro en su último libro «Redes sociales y menores. Guía práctica« (Anaya Multimedia), quien alerta de la importancia de educar en valores a los hijos, «algo que no viene en el manual de instrucciones del móvil ni en los 'términos y condiciones de uso' de una red social», en organizar los tiempos de uso, etc. Y de nada de ello será posible si los adultos «no dan ejemplo».

Los hijos se conectan a Internet, tienen su propio móvil o su cuenta en TikTok. Y lo hacen cada vez a edades más tempranas, como bien cuentas en el libro. Sin embargo, la edad mínima para tener abierto un perfil en Twitter, TikTok o Snapchat es de 13 años; en Facebook, 14 y en WhatsApp 16. Esto es algo que un niño no tiene por qué conocer… pero ¿y los padres?

Sí, desde luego. Son los primeros que tiene que saber las características de las redes sociales a las que quieren acceder sus hijos. Esto supone saber la edad mínima acceso, cómo funciona, qué tipo de contenido se comparte, cómo configurar el perfil de usuario, etc. Pero, por otro lado, con independencia de la edad, los progenitores tienen que conocer muy bien a su hijo, cómo se relaciona con las nuevas tecnologías, qué uso le va a dar a esa red social en la que quiere tener una cuenta o cómo va a desenvolverse en ella. Y todo esto implica hacerse una pregunta: «¿Qué valores previos le he dado?«.

Y no dejarles solos, ¿no?

¡Claro! Hay que tener una cosa clara. No solo los niños, ni siquiera algunos adultos están capacitados para tener acceso a las redes sociales. Los niños, con acompañamiento, pueden buscar sentido a esa red social. Por eso creo que no hay que pensar en cuántos años tiene mi hijo para decidir si le doy o no un móvil o le abro un perfil en una red social. Sino que la clave de todo ello está mucho más allá: en cómo sea el menor, con independencia de la edad; en cómo le hayamos educados y en si le acompaño, como padre o madre, en su relación con la tecnología o le dejo solo.

El problema es que, en general, no estamos con ellos cuando están con el móvil o la tableta y tampoco les hemos dado pautas. Cuando se hacen adolescentes, es verdad que la situación cambia, pero antes hemos debido hacer un trabajo previo.

¿Son responsables las empresas tecnológicas de que un menor, con independencia de su edad, tenga perfil en una red social? Hay familias que culpan, en parte, a estas compañías de esa falta de control

En teoría, deberían establecer un control por una simple cuestión legal. Pero las compañías se han limitado a cumplir con el expediente porque en realidad no hay sistemas reales de control de verificación de la edad.

Lo que no debemos olvidar es la realidad: las redes sociales son empresas, cotizan en bolsa, tienen unos empleados, unos objetivos y obtienen beneficios en base a la publicidad que ingresan. A mayor número de usuarios, mayor número de ingresos.

Culpar a Facebook es lícito, pero pretender que sean culpables es delegar una responsabilidad que es de las familias. Si en el mundo físico les hemos educado para que no menosprecien a nadie, tampoco tienen que hacerlo por WhatsApp; si les hemos dicho, desde bien pequeños, que no se vayan con desconocidos, les hemos tenido también que inculcar que no acepten solicitudes de amistad en redes sociales de gente que no conocen.

También hablas en el libro de la importancia de ser conscientes de la privacidad. Este un concepto que un niño de 8 años desconoce pero... ¿las familias? En redes sociales, madres y padres cuelgan las ecografías de sus hijos, el primer baño de su bebé, fotos de los niños en la playa, etc.

Somos cada vez más conscientes de la importancia de la privacidad pero pensamos también que como somos los gestores de la privacidad de nuestros hijos, tenemos derecho a gestionarla o difundirla. En este sentido, quiero recordar un estudio de la firma de seguridad en internet AVG que señala que el 80% de los menores de 2 años tiene ya huella digital.

Es fundamental que las familias no compartan información personal de los hijos porque todo ello genera una huella digital de la que hay que ser conscientes y en vez de protegerles, exponemos su vida. Si no somos capaces de asimilar esto, no vamos a poder hacérselo entender a nuestros hijos. Y hay que pensar en qué consecuencias puede generar este tipo de fotos. Lo que hagamos ahora puede tener consecuencias inmediatas o a largo plazo. Esto solo está empezando.

Así que padres y madres tienen mucha tarea por delante... ¡y a las familias les falta tiempo! Además de que se sienten perdidas en la Red

Por eso mi recomendación es que se hagan cuenta en la red social en la que sus hijos estén. Y no porque tengan especial interés en ser activos, sino por conocerla, saber cómo funciona, etc. Porque del mismo modo que si salen a la calle les preguntamos «¿Con qué amigos vas?» O si son más pequeños, les llevamos a esa fiesta de cumpleaños... ¿Por qué no les acompañamos de la misma manera en internet? El hecho de que sea una plataforma tecnológica provoca rechazo o nos excusamos diciendo «no estoy capacitado». Pero la clave son los comportamientos.

Si les educamos desde pequeños y les decimos que no tienen que irse de la mano con desconocidos por la calle, esto se debe aplicar igual cuando nuestros hijos se abren perfil en una red social. Y hay que decirle que no tienen que aceptar amistades extrañas y el por qué. Si les hemos educado y les hemos explicado por qué no deben acosar a los compañeros, tampoco han de hacerlo por WhatsApp porque una red social no le da derecho a hacer lo que no haría en el mundo físico. A veces, a la hora de educar, separamos mucho el mundo físico del mundo online cuando no deberíamos.

Y la solución no es «te quito el móvil y te cierro la cuenta« porque el niño se va a buscar la vida para conectarse, por ejemplo, a través del dispositivo de un amigo.

¿Lo de quitar el móvil a modo de castigo no funciona? Es algo muy habitual

Yo no soy partidaria de usar el móvil como premio o castigo: «te lo quito si no me haces caso» o «te lo doy cuando acabes tus deberes». El móvil como sinónimo de premio o de recompensa no es bueno. El «smartphone» no es solo un elemento de ocio, es también un gran instrumento para realizar otro tipo de actividades. Hay que saber que Internet y redes sociales también valen para aprender o para contrastar información.

Otra de las cosas de las que hablas en el libro es de la adicción. Aseguras que no se debe hablar de ser adictos, ya que no está tipificada la adicción a las nuevas tecnologías, pero en casa se suele decir eso de «es que tiene un vicio con el móvil», «es que es como un adicto, todo el día con la consola» ¿Cómo gestionar este mal uso?

Adicción como tal no existeUso intensivo o abusivo sí, que es lo que hay que tratar. Hablar de adicción en este tema puede tener ciertas derivadas que nos puede hacer desviar la atención de lo realmente importante: por qué mi hijo pasa tanto tiempo con el móvil, la consola, la tableta.

Tampoco se puede medir «al peso» este tiempo. Es decir, si está 3 horas con el móvil, ¿chatea todo el rato? ¿O ha estado viendo vídeos, por ejemplo, que le hayan enseñado algo?

Yo recomiendo establecer siempre unas pautas de uso previo entre la familias y los niños, y que sean de obligado cumplimiento para ambas partes.

Otra cosa a tener en cuenta es que hay que ofrecerles alternativas. Es decir, no se le puede decir que deje de jugar al videojuego y ya está. Es mejor decirles, «deja la consola que nos vamos a echar un partido», «deja el móvil que vamos a jugar a las cartas».

En muchas ocasiones, los progenitores dan el móvil a sus hijos desde bebés «para que me deje de molestar». Y, cuando son mayores, pretendemos quitarles de la noche a la mañana esa «niñera tecnológica» de la que nos hemos valido durante mucho tiempo.

«Quiero ser Youtuber». O «Instagramer» o «TikToker». Es otro gran capítulo de tu libro. No hay niño que no haya soltado dicha frase. ¿Qué pueden contestar los padres?

Lo primero que hay que explicarles es que abrirse una cuenta no te convierte en «youtuber», «TikToker» o «instagramer». Eres solo un usuario. Pretender ser un «influencer» y vivir de ello cuesta mucho tiempo y mucha dedicación. No es fácil. Además, cada plataforma tiene sus reglas de juego. Pretender ser «youtuber» por ser «youtuber» no tiene sentido: te pueden cerrar la cuenta, cambiar las condiciones….

En segundo lugar, hay que hacerles ver que lo que percibimos a través de una pantalla es solo un fragmento, no la vida real.

Hay que preguntarles a qué se quieren dedicar y, a partir de ahí, ver cómo usar las redes sociales para dar visibilidad a su trabajo o pasión. No se puede caer en el error de que lo que nuestro hijo quiera ser dependa de una empresa de la que ni siquiera tenemos acciones.

Está claro que de la teoría a la práctica hay un trecho. Y muchas veces, los progenitores buscan respuestas concretas para problemas concretos. Y eso, en el mundo menores, internet y redes sociales, no funciona ¿verdad?

Educar nunca ha sido fácil. De hecho, no hay manual de educación único para todas las familias. Nada nos puede garantizar que un pedófilo pueda contactar con nuestro hijo peor sí podemos prevenirle, explicarle que eso pasa y que es muy importante no aceptar solicitudes de amistad de extraños. Y, sobre todo, hacerle saber que si tiene algún problema, ya sea en el mundo online o en el offline, nos lo haga saber porque siempre vamos a estar dispuestos a ayudarle.

Parece que vuelvo a lo mismo de antes pero es que ese tipo de pautas que les damos para el modo offline de «no hables con extraños» sirven también para el online. No separemos tanto ambos mundos a pesar de que tengan dinámicas diferentes.

Los progenitores quieren saber cuándo darles un móvil o cómo se instala un control parental. Como explico en el libro, todo «depende»: no hay una edad fija para que nuestros hijos tengan su primer teléfono ni tampoco todos los menores necesitan de los controles parentales. En estos últimos yo no creo porque no educan, pero es verdad que te ponen barreras muy cómodas.

Pero lo que tampoco pueden hacer los progenitores es delegar su responsabilidad de educar en un aparato porque los controles parentales, sin ir más lejos, se los pueden saltar. Hay tutoriales en Youtube que lo explican perfectamente. Otra cosa es que, por algo en concreto, decidamos usarlos y hablar con nuestro hijo, explicárselo.

Yo, por eso, soy más partidaria de adquirir compromisos mutuos, de que cada familia elabore los suyos y los pongan en común. Y sean pautas a cumplir tanto para los niños como para los adultos, que son los que deben dar ejemplo.

Las familias focalizan su atención en los peligros que hay en la Red, pero también hay muchas cosas buenas ¿no?

Por supuesto. Nuestros hijo pueden seguir, por ejemplo, cuentas que ofrezcan contenido que sean de su interés: ONG, manualidades, pintura, cómo editar un vídeo, etc. Incluso el Museo del Prado hace directos en Instagram. En TikTok, por ejemplo, hay un contenido educativo muy potente: profesores de todas las asignaturas explican conceptos en esta red social.

Bailar no es malo. Si tu hijo quiere abrirse una cuenta en TikTok para compartir sus coreografías, no pasa nada. Otra cosa es que compartir dicho contenido se convierta en una obsesión o lo hagan para obtener el reconocimiento de los demás. De ahí, una vez más, la necesidad de acompañarles, de educarles y decirles que la valía de uno no depende del numero de «likes» ni de la métrica de los seguidores.
abc.es

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