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sábado, 14 de noviembre de 2020

El día del Señor: domingo 33º del T.O (A) parábola de los talentos




La parábola nos llena de esperanza: tenemos los talentos y la ayuda divina necesaria, y también de responsabilidad: vamos a trabajar con generosidad y misericordia en estos difíciles momentos. Acompaño mis reflexiones.

La enseñanza de la Liturgia de hoy es muy clara. Los empleados somos nosotros; los talentos son las condiciones con que Dios nos ha dotado al crearnos: inteligencia, capacidad de amar, salud, bienes temporales...; el tiempo que dura el viaje del señor hasta su regreso es nuestra vida terrena; el banquete es el Cielo. En su infinita condescendencia el Señor nos ha confiado unos bienes con los que debemos negociar.

“Tenemos una gran tarea por delante. No cabe la actitud de permanecer pasivos, porque el Señor nos declaró expresamente: negociad mientras vengo (Lc 19, 13). Mientras esperamos el retorno del Señor, que volverá a tomar posesión plena de su Reino, no podemos estar cruzados de brazos. La extensión del Reino de Dios no es sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia que representan a Cristo, porque han recibido de Él los poderes sagrados. Vos autem estis corpus Christi (1 Cor 12,27), vosotros también sois  cuerpo de Cristo, nos señala el Apóstol, con el mandato concreto de negociar hasta el fin”. (San Josemaría Escrivá).

Pero mientras unos trabajan alegre y generosamente en la tarea encomendada, otros se inhiben esgrimiendo razones que el Señor desaprueba. ¿Por qué es castigado el empleado negligente si no malgastó viciosamente el dinero y devolvió íntegro el talento recibido? Justamente por eso, porque se limitó a conservarlo. No lo perdió, pero no lo hizo fructificar. Fue condenado por un pecado de omisión. El siervo perezoso es la viva imagen del cristiano que cuando es urgido a una vida de piedad más intensa; a comprometerse en la empresa de la evangelización; a aliviar el peso de la pobreza y del sufrimiento de quienes le rodean, se evade y tranquiliza su conciencia diciéndose: yo no soy malo, no extorsiono a nadie, no hago daño. Aparte de que un examen de conciencia más atento pondría de manifiesto pequeñas o grandes mentiras, críticas y murmuraciones, envidias, rencores, malos tratos, etc., esas personas no reparan en que existen también omisiones graves, cosas que deberían haberse hecho o dicho y que no se hicieron o dijeron, que es, justamente, lo que el Señor condena en esta parábola. No se hace, tal vez, nada malo, pero tampoco hay un empeño sostenido en favor de la familia, de la vida, la educación, la cultura, la justicia social..., tan necesitadas de apoyo siempre.

Descendamos al plano personal, ¿yo, en mi hogar, en el lugar de trabajo, en mis relaciones sociales, en mi parroquia, hago fructificar los talentos de inteligencia, salud, simpatía, imaginación, de posibilidades económicas, de gestión e influencia, etc., que Dios me ha concedido, o entierro todo eso en el agujero de la desidia? ¿Procuro influir a través de mis contactos profesionales y de todo signo en esos organismos desde los que se puede promover con más extensión y hondura los valores cristianos de la familia, la educación, la defensa de la vida, el derecho, y tantas cuestiones más que precisan ayuda? ¡Hay tanto por hacer! ¡Hay tanta necesidad a nuestro alrededor, que enterrar nuestros talentos, inhibirse de los problemas, es una impostura y algo que desagrada profundamente a Dios!

Tenemos que emplear a fondo nuestros talentos. La anécdota siguiente nos puede ayudar.

 Para conocer la anécdota, tenemos que remontarnos a principios del siglo XX y fijarnos en Charles P. Steinmetz, un excéntrico ingeniero que trabajaba en General Electrics y que, junto a Thomas Edison o Nikola Tesla, es considerado uno de los padres de la electricidad.

   Steinmetz no sólo tenía una gran fama como investigador, sino que además era considerado un técnico implacable. Por ello, cuando en una de las fábricas de Henry Ford comenzaron a tener problemas con un enorme generador eléctrico recién instalado, el famoso empresario no dudó en solicitar su ayuda.
Cuando llegó a la fábrica, el ingeniero pidió una libreta, un lápiz y un camastro y durante dos días se dedicó a escuchar el sonido del generador y a realizar incontables cálculos. Cuando terminó, pidió una escalera, cinta métrica y una tiza. Subió con esfuerzo a lo alto del generador y midió con sumo cuidado, colocando una precisa marca de tiza en una parte de la enorme máquina.

   Tras ello, comentó a los escépticos presentes que era necesario desmontar una placa del lateral del generador y eliminar 16 vueltas de la bobina a partir del punto en que había realizado la marca de tiza. Los ingenieros de Ford siguieron sus instrucciones y el generador comenzó a funcionar perfectamente.
 
   Poco tiempo después, Henry Ford recibió una factura firmada por Charles Steinmetz por un importe de 10.000 dólares. El empresario, a pesar de agradecer el buen trabajo realizado por el ingeniero, devolvió la factura a General Electrics y solicitó una nueva y detallada. Steinmetz respondió enviando de nuevo la factura a Ford con el siguiente detalle: «Marca de tiza en el generador: 1 dólar. Saber dónde hacer la marca 9.999: dólares. Total a pagar: 10.000».
 

   Satisfecha la petición de Ford, la factura fue abonada sin ninguna queja. O, al menos, eso es lo que contaba Jack B. Scott, hijo de un antiguo empleado de Ford, en una carta que envió a los editores de la revista “Life” enmayo de1965. 

El amor a Dios y a los demás por Dios nos debe impulsar a emplear nuestros talentos en plenitud


Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,14-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. 

El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. 

Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." 

Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." 

Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo." El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán. 

¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes."»

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