Jesús nos dice que si creemos en Él tendremos la vida eterna. Hoy con esta parábola nos invita a vivir esta vida en preparación amorosa para ese encuentro con Él. Acompaño mis reflexiones.
Estas diez jóvenes representan a la humanidad que se compone de quienes viven pendientes de Dios y de sus indicaciones, y de quienes, lamentablemente, viven con la lámpara del aceite -la fe y el amor- apagada. La parábola se centra en la llegada del Señor: el momento de la muerte. Quienes están preparadas a la llegada del esposo entran en el banquete eterno, una fiesta preparada por el mismo Dios.
“Cuando lleguemos a la presencia de Dios, decía el cardenal Newman, se nos preguntarán dos cosas: si estábamos en la Iglesia y si trabajábamos en la Iglesia. Todo lo demás no tiene valor. Si hemos sido ricos o pobres, si nos hemos ilustrado o no, si hemos sido dichosos o desgraciados, si hemos estado enfermos o sanos, si hemos tenido buen nombre o malo”.
Si Jesucristo saliera hoy a nuestro encuentro ¿nos encontraría vigilantes, con las manos llenas de buenas obras? Debemos tener el valor de hacernos esta pregunta porque al abandonar el escenario de esta mundo, entraremos en la gran fiesta del Reino de los Cielos o encontraremos cerradas las puertas para siempre.
Esta celebración podría ser un buen momento para detenernos a considerar qué sentido estamos imprimiendo a nuestros días, al trato con quienes nos rodean, al trabajo, al descanso, a fin de rectificar lo que en nuestra vida no está iluminado por la luz de las enseñanzas de Jesucristo. “Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor”. “El examen diario es el amigo que nos despierta cuando la laxitud del sueño nos vence. Es la garantía y la tranquilidad en nuestra obligada vigilia. Acudamos a él con valentía” (San Josemaría Escrivá).
Este examen de conciencia puede operar un cambio de rumbo si fuera necesario o aderezar la lámpara de la fe, la esperanza y el amor -como hicieron las vírgenes prudentes- que nos lleve a hacer una buena Confesión con el consiguiente propósito de enmendar el rumbo de nuestra vida cristiana.
“Velad”, dice Jesús. No es una tarea negativa que sitúe la lucha interior en la frontera del pecado, es un saber orientar todo hacia el Señor con el deseo de agradarle. “Vela con el corazón, dice S. Agustín, vela con la fe, con la caridad, con las obras... Adereza las lámparas procurando que no se apaguen; cébalas con el aceite de una conciencia recta... para que Él te introduzca en el festín, donde ya nunca se extinguirá tu lámpara” (Serm 94).
Nos ayudará también la madre Teresa de Calcuta: "La muerte significa volver a casa, y sin embargo, la gente le teme a lo que vendrá después, y por eso nadie quiere morir. Si sabemos qué es lo que nos espera, si no hay interrogante alguno, el temor desaparecerá. Es, pués, una pregunta de conciencia: ¿ qué hemos hecho en nuestra vida? ¿ Podríamos haber vivido mejor? . a menudo morimos tal como hemos vivido. La muerte no es sino una continuación de la vida, una parte integral que cierra el ciclo vital. La entrega del cuerpo humano. Pero el corazón y el alma vivirán eternamente. No muere. Toda religión habla de eternidad, de otra vida. Esta no es la única vida que tenemos, la muerte no es un punto final. La gente que la considera como tal teme a la muerte. Pero si comprendiera que morir no es otra cosa que volver a casa, volver a Dios, no sentiría miedo."
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