Jesús protege a esta mujer del acoso a que estaba siendo sometida por un grupo de fanáticos e hipócritas, instándole, al mismo tiempo que le perdona, a que, en adelante, se esfuerce por llevar una vida limpia. Se palpa aquí la verdad de aquellas palabras suyas: "Misericordia quiero y no sacrificio" (Mt 9,13).
Jesús es realista, no peca de angelismo como los ingenuos, ni se escandaliza como los hipócritas ante las debilidades humanas. Siempre está de parte de quienes más ayuda necesitan: los enfermos de cuerpo y alma; los marginados por los que se tienen a sí mismos por la flor y nata de la aristocracia espiritual o social. Él acepta lo que hay en la criatura humana de grandeza y de fragilidad, aunque es implacable con los cínicos.
Hoy nos parece una monstruosidad emprenderla a pedradas con una mujer hasta matarla por un pecado de adulterio. Pero, ¿qué habría que pensar de esos linchamientos a los que puede verse sometida una persona o una institución por medios de comunicación sin escrúpulos? La saña de ciertos fariseos actuales convierte a éstos del tiempo de Jesús en unos pobres diablos. Ellos además tuvieron el decoro de quitarse de en medio cuando fueron situados frente a sus conciencias, lo que hoy no se produce siempre.
"No juzguéis y no seréis juzgados" (Lc 6,37). Si queremos que Dios sea indulgente con nosotros el día del Juicio, hemos de practicar esa indulgencia con los errores o abusos de los demás; lo contrario, no es cristiano y ni siquiera humano.
Con todo, el verdadero acusado aquí es Jesús. La mujer es simplemente utilizada, así como la Ley de Moisés. Esto no impresiona a Jesús, Él calla inicialmente. Sólo cuando ellos insisten les contestará confundiéndolos y proporcionándoles la limosna del silencio: "Inclinándose de nuevo, escribía en tierra". No nos dejemos impresionar por esas campañas de intoxicación contra la Iglesia. Si Ella "fuera obra de hombres se desvanecería por sí misma; pero si es de Dios, no podréis acabar con ella" (Act 5,38-39). "Carísimos, no se os oculte una cosa: un día ante Dios es como mil años, y mil años como un día" (2 Pet 3,8). Al hilo de estas palabras del primer Papa, recordemos que el Señor es lo permanente.
Lectura del santo evangelio según san Juan 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
—«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
—«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:
—«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
—«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
—«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
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